En el mundo laboral, pocas veces se encuentran trayectorias tan marcadas y singulares como la de Blanca, que hoy se desempeña como cartera rural en Bizkaia. Su recorrido profesional refleja una búsqueda constante de estabilidad, conciliación y, sobre todo, un fuerte compromiso con la comunidad. Para ella, ser cartera en un entorno rural va mucho más allá de repartir cartas, es formar parte de la vida de los vecinos, entender sus rutinas, conocer sus necesidades y estar presente cada día, como un rostro cercano y fiable. “Somos la compañía y ayuda que muchas personas necesitan”, declara.
La elección de trabajar en el ámbito rural no fue casual. Blanca tenía claro que deseaba algo más que una plaza en Correos, quería vincularse con un entorno que valorara el factor humano. “Repartir en un pueblo es muy distinto que hacerlo en una ciudad. Aquí tienes un trato mucho más cercano con la gente. Poco a poco vas ganándote su confianza, y terminas teniendo el teléfono de muchos vecinos. Algunos incluso me llaman como si fuera de la familia”, cuenta emocionada. “A veces me preguntan cómo estoy yo o mis hijos o simplemente me esperan para charlar unos minutos. Son gestos que no se olvidan”.
La rutina de Blanca está llena de pequeñas aventuras. Los barrios dispersos y los caseríos alejados complican su ruta, que en ocasiones la obliga a maniobrar en caminos estrechos, cruzar puentes rurales o lidiar con animales sueltos, como gallinas o perros guardianes. “En más de una ocasión he tenido que parar porque una vaca bloqueaba el camino”, dice entre risas. Pero lo cuenta sin una queja, con naturalidad: “Al final, aprendes a prever estas cosas. Es parte del paisaje y de la vida aquí. Y cuando los vecinos ven que haces el esfuerzo, lo valoran mucho”.
Sin embargo, también hay momentos de tensión y responsabilidad. Blanca recuerda con especial cariño el caso de una señora mayor que vivía sola y había quedado incomunicada por una avería eléctrica. “No tenía teléfono ni forma de contactar con su familia. Yo fui la única persona que vio en todo el día. Me pidió ayuda y pude avisar a su hija, que vino rápidamente. Luego me lo agradeció tanto que casi me hace llorar. Esas historias son las que hacen que este trabajo valga la pena”.
Más allá de repartir cartas y paquetes, los carteros rurales como Blanca desempeñan un papel clave en la vida de los pueblos. Gracias a dispositivos digitales como las PDA, pueden facilitar gestiones administrativas, realizar cobros, entregar notificaciones importantes e incluso tramitar cuestiones relacionadas con el medioambiente. “Hay personas mayores que no tienen internet, o no saben cómo hacer ciertos trámites. Para ellos, nosotros somos su única vía de contacto con la administración”, explica Blanca. “Y no solo eso. A veces ayudamos a leer cartas, a rellenar formularios... Nos convertimos, sin querer, en ese puente entre la gente y los servicios públicos”.
En tiempos de automatización y promesas de reparto mediante drones, Blanca lo tiene claro: “La tecnología puede ayudar, pero no sustituye el trato humano. En los pueblos, el contacto directo es fundamental. Hay personas que esperan tu visita con ilusión, porque no ven a nadie más en todo el día. Y eso no lo puede hacer una máquina.”.
Este papel de acompañamiento cobra especial relevancia en zonas envejecidas o con poca densidad de población, donde el cartero o cartera es uno de los pocos profesionales que entra en contacto cotidiano con los vecinos. “A veces simplemente preguntamos cómo están, si necesitan algo. Otras veces, nos damos cuenta de que algo no va bien: una puerta que no se abre, una voz apagada... Es una responsabilidad silenciosa, pero muy importante”, afirma Blanca.
El ambiente de trabajo también es un factor clave en su satisfacción profesional. “Entre compañeros nos ayudamos mucho, sobre todo si hay algún problema en una ruta. La colaboración es fundamental. Y la gente del pueblo es muy amable, te cuidan. Para mí, esto es más que un trabajo, es formar parte de una comunidad”.
Gracias a los años recorriendo estos paisajes, Blanca se ha convertido también en una experta del entorno rural de Bizkaia. “Siempre animo a la gente a que venga a conocer los senderos, los caseríos, los montes... Yo tengo la suerte de verlos cada día desde la ventanilla de la furgoneta, y nunca me canso”.
Aunque su camino profesional no ha sido lineal, Blanca no se arrepiente de nada. Sabe que cada etapa la ha llevado hasta donde está hoy. Y si bien en su juventud pensó que se dedicaría a la geología, el destino la llevó a un lugar donde se siente feliz. “Aquí encontré un equilibrio que me permite trabajar, cuidar de mi familia y aportar algo a los demás. No todo el mundo puede decir eso, y yo lo agradezco cada día”. La historia de Blanca Ruiz es un ejemplo que representa a cientos de carteros y carteras rurales que, como ella, recorren kilómetros a diario para mantener vivo el latido de los pueblos.