Con la llegada del verano, muchas personas disfrutan del descanso y las vacaciones, pero para quienes viven solas, especialmente las personas mayores. Esta época puede acentuar el aislamiento y el malestar emocional. El cierre de recursos, la marcha de familiares y la ruptura de rutinas habituales dejan a muchos mayores sin apoyos ni compañía. Para conocer mejor cómo afecta el verano a quienes ya conviven con la soledad y qué puede hacerse desde las familias y la comunidad, hablamos con Karmele Zabala, psicóloga clínica con amplia experiencia en el acompañamiento emocional de personas mayores.

¿Diría que la soledad de las personas mayores aumenta en verano? ¿Qué la hace más visible o más intensa en esta época?

Sí, podemos decir que en verano se incrementa la sensación de soledad en las personas mayores. Esto se debe sobre todo a los cambios en la organización social: durante el año todo gira en torno a la actividad laboral y escolar, pero en verano ese ritmo se detiene. Para las personas mayores, que ya no forman parte del mundo laboral, este parón no tiene ningún sentido y, sin embargo, les afecta directamente. Muchas de sus rutinas se interrumpen: se cierran centros de mayores, se cancelan actividades como talleres o gimnasia… Además, las personas de su entorno también marchan de vacaciones y están menos disponibles. Todo ello contribuye a una mayor desconexión. En definitiva, el verano está diseñado para las personas en activo, pero no tiene en cuenta a quienes viven al margen de esos ciclos.

¿Qué tipo de mayores sufren más esta soledad en verano?

La soledad en verano no afecta por igual a todas las personas mayores. Se agrava especialmente en quienes ya viven situaciones de aislamiento durante el resto del año. El verano no genera la soledad, pero sí la hace más evidente. Las personas con redes sociales limitadas, con menos movilidad, sin actividades o sin una estructura de apoyo sólida son las más vulnerables. Un caso habitual es el de una mujer mayor que solo recibe la visita semanal de una sobrina; si esa sobrina se va de vacaciones, la situación de soledad se intensifica. También influye mucho la parte emocional: en verano tenemos la expectativa colectiva de que todo el mundo está feliz, en la playa o en terrazas, y si eso no se corresponde con la experiencia personal, la sensación de aislamiento se hace aún más fuerte. Por eso, muchas veces la soledad tiene tanto que ver con la falta real de compañía como con la percepción de que los demás sí la tienen.

¿Existen síntomas claros que indiquen que una persona mayor está sufriendo esa soledad veraniega?

Sí, y suelen ser los mismos que en cualquier situación de soledad no deseada: malestar emocional, tristeza, desánimo, apatía… A menudo aparecen también síntomas físicos que pueden estar relacionados con ese malestar emocional. Muchas personas mayores, por ejemplo, empiezan a sentirse mal justo cuando sus familias se van de vacaciones. En algunos casos acuden más al centro de salud, demandan más atención o empiezan a verbalizar dolores. Esto responde, muchas veces, a una necesidad afectiva no cubierta. Como no saben o no pueden expresar directamente su deseo de compañía, lo canalizan a través de síntomas físicos, lo que conocemos como somatización. Es una forma desesperada de pedir afecto, atención y conexión.

¿Qué errores suelen cometer las familias ante estas situaciones?

Más que errores individuales, hay un problema estructural de fondo. Solemos construir las relaciones afectivas de las personas mayores únicamente en torno a la familia, y cuando esta se ausenta, la persona queda desprotegida. Las familias, por supuesto, tienen derecho a irse de vacaciones, pero si la única red de apoyo es la familia y esta desaparece temporalmente, la persona mayor se queda sin referentes. El problema no es irse, sino que no existan otras personas cercanas: vecinas, amistades, centros de día o espacios comunitarios. Además, muchos recursos públicos como los centros de mayores también reducen su actividad en verano, lo que agrava aún más la desconexión. Necesitamos fomentar estructuras comunitarias que no dependan solo de los vínculos familiares, sino que promuevan una red social más amplia y estable durante todo el año.

¿Qué consejo daría a las familias que van a irse de vacaciones y tienen a una persona mayor a su cargo?

Si tenemos que dar un consejo en el momento en el que ya nos vamos de vacaciones, probablemente hemos llegado tarde. Lo importante es haber trabajado previamente para que esa persona mayor no dependa únicamente de la familia como fuente de compañía o apoyo. La clave está en fomentar relaciones diversas, más allá del núcleo familiar. Y aquí lo comunitario cobra todo su valor: el vecindario, la plaza del barrio, el centro de mayores, el pequeño comercio, todo lo que ayuda a tejer una red de cuidado. Además, hay que adaptar los servicios a quienes no viven marcados por el calendario laboral. Para una persona mayor, cerrar un centro de día en agosto no tiene sentido, porque su rutina sigue igual. El verano no debería suponer un parón en los recursos que le dan estructura y compañía.

¿Y qué puede hacer una persona mayor que se siente sola en verano y no sabe cómo afrontarlo?

Si ya estamos en esa situación, es señal de que el trabajo de prevención no se ha hecho. No se trata solo de encontrar soluciones puntuales, sino de construir vínculos sociales sólidos a lo largo de toda la vida. Es importante recordar que la soledad no deseada no afecta solo a personas mayores. Hay adolescentes que en agosto no tienen instituto, ni pueblo al que ir, ni actividades, y se sienten igual de aislados. También personas que acaban de divorciarse, o que viven sin redes sociales estables, pueden sufrirlo. El denominador común es la falta de apoyos. Cuando se produce un cambio, como que alguien cercano se va de vacaciones, la soledad se vuelve más evidente. Las consecuencias emocionales son importantes: tristeza, sensación de abandono, incluso percepción de fracaso afectivo. Por eso, insisto en que es un problema que hay que abordar desde mucho antes, no solo cuando llega la vejez.

¿Cree que la sociedad está abordando bien este problema? ¿Se le da la importancia que merece?

Se empieza a hablar más del tema, y eso es positivo. Hay países que incluso han creado Ministerios de la Soledad, lo que muestra que el problema se está tomando en serio. Pero todavía estamos muy lejos de darle la dimensión real que tiene. Vivimos en una sociedad muy individualista, donde las redes vecinales que antes eran habituales como compartir llaves con la vecina o cuidar a los hijos de otros se han debilitado. Hoy en día es común vivir en un edificio sin conocer a nadie. Eso es una señal de alarma. La soledad no es solo una experiencia triste, sino un problema estructural y de salud pública. Necesitamos reconstruir esa red comunitaria que permita a las personas sentirse parte de algo, especialmente a quienes ya no están integrados en la vida laboral o educativa. Aún estamos en pañales en este tema, aunque cada vez hay más conciencia.