PODÍA haber sido yo o cualquiera”. Esto es lo que pensó la educadora social Xandra Gómez, de 36 años, cuando se enteró de la muerte de su compañera de profesión, Belén Cortés, en un piso tutelado de Badajoz y de la posterior detención de tres menores. El temor de esta profesional vizcaina es fundado. “A mí me han llegado a pegar un puñetazo, me han amenazado con que me iban a destrozar el coche y me han agarrado varias veces y zarandeado por esa falta de control emocional del adolescente”, afirma.

Los chavales que la agredieron, en distintos centros de Bizkaia, tenían 15 y 16 años y la chispa se encendió por pequeñeces. “El puñetazo fue por una tontería tan simple como: Te digo que no te voy a recoger en ese sitio porque el sitio de recogida con el coche es este y me enfado y te agredo”, cuenta.

Los educadores sociales no son los únicos que están expuestos a este tipo de violencia. “Nosotros estamos muy desprotegidos, pero tampoco se protege a otros menores que participan en muchos recursos y que también sufren abusos”, denuncia.

Perfil de los menores

Puestos a analizar las causas, esta profesional apunta a la falta de medios. “Muchas veces lo que ocurre es que se generan macrocentros en los que hay una cantidad de menores excesiva, pero no hay los recursos personales ni materiales necesarios para poder intervenir y surgen conflictos”, explica.

La chispa se puede encender por cualquier cosa. “Igual un menor se pone agresivo porque hoy no tiene un calcetín, te empieza a insultar y si no haces una contención emocional en ese momento, en el que dices: Vale, intento rebajarle, al menor se le puede ir. A mí me ha pasado”, afirma.

"Vienen de familias desestructuradas, donde probablemente han visto mucha violencia y la han normalizado como si fuera una rutina"

Xandra Gómez - Educadora social

Para explicar cómo algo tan nimio puede derivar en violencia posa la mirada sobre estos menores y sus circunstancias. “Son chavales que no han tenido una educación de base y no se les han impuesto límites. En el momento en que la figura educativa les dice que esto por ahí no es, se enfadan, como cualquier adolescente, pero ese enfado se agranda cuando hablamos de personas que vienen de familias desestructuradas, donde probablemente han visto mucha violencia y la han normalizado como si fuera una rutina. Al no tener ese control, te golpean”, relata esta educadora.

Además, añade, “a veces también tienen consumos y si no tienen la atención que necesitan, psicológica, psiquiátrica, lo necesario, acaban brotando porque son jóvenes, no saben controlarse y hay que educarles”.

"Acudes al trabajo en tensión"

Tras haber sufrido uno de estos episodios, “muchas veces no te queda otra que ir al trabajo y ya está”, asegura. “Tienes el apoyo de las personas que dirigen el centro, de la entidad y de tus compañeros, pero, al fin y al cabo, te tienes que enfrentar a la situación. Cuando ha sido no solo una agresión verbal, sino física, normalmente el jefe de equipo te recomienda que te cojas la baja para que te tomes un descanso porque no se puede trabajar en esas condiciones. Primero, porque te quedan unas secuelas mentales y ya acudes al trabajo en tensión y, segundo, porque a veces te quedan secuelas físicas, no puedes realizar tus labores y no tienen por qué pagar las consecuencias otros chavales”, expone.

A día de hoy, las agresiones que ha sufrido no le están pasando factura porque las ha “trabajado”. “He tenido apoyo psicológico, por parte de los compañeros y de los centros, pero es cierto que cuando surge en momentos puntuales algún tipo de violencia, sí que te despierta un poco esa cosa de decir: Yo no quiero trabajar en estas condiciones”, admite.

Como profesional, no olvida que su trabajo “también es proteger al resto” de menores. “Las personas que realizan este tipo de cosas necesitan un recurso específico para que se les trate porque tienen algún problema mental y se les destina a veces a sitios en los que no se les puede dar eso, donde conviven con otros chavales que también acaban siendo víctimas de toda esta violencia”, censura.

“Se normalizan ciertas violencias”

Tras la muerte de la educadora de Badajoz, Xandra sintió que “en este trabajo, en términos generales, las instituciones normalizan ciertas violencias y nosotros entramos en una dinámica en la que aceptamos el nivel de violencia porque entendemos que va implícito en el trabajo y no llegamos a pensar lo que nos puede pasar”.

En este sentido, reprueba, “no puede ser que se haya interpuesto una denuncia y el menor permanezca en ese recurso. Tendría que haber más implicación por parte del juzgado de menores y otras administraciones, que dictaminaran automáticamente que ese chico tendría que ir a otro recurso y tener una atención concreta”.

En definitiva, Xandra reclama que “haya una asistencia real y que esto no sea como un amotinamiento de personas en un sitio metidas. Por la falta de recursos no podemos hacer la labor educativa que deberíamos y acaba pagando las consecuencias la trabajadora”.