Antxon Álvarez es observador de momentos. Pasan muchos por delante de él. Pasan muchos por delante de todos y qué fugaces, casi siempre. Pero él dedica más tiempo a esos instantes, ralentiza lo efímero y sabe capturarlo de una manera envidiable para hacerlo inmortal. Con una mirada personal que sorprende. Su cámara es su compañera, más bien su aliada, sus ojos y su sentido. Cuenta por miles esas impresiones visuales; ahora un puñado de ellas, 16, cuelgan de las paredes del batzoki de Algorta hasta el 15 de marzo.

Las fotografías de esta exposición son escenas del Puerto Viejo, el evocador rincón de Getxo que es morada y guarida de Antxon. “Soy de allí de toda la vida, literalmente, porque allí nací”, sonríe mientras se rasgan sus pequeños y risueños ojos curiosos que atrapan grandes flashes, como las olas embravecidas en esos días de furioso temporal en los que uno no desea poner un pie en la calle. Él, al contrario, ahí va en busca de la belleza del mar enfadado. “Pero hago las fotos desde lejos, ¿eh?”, aclara.

Vista general de la exposición en el batzoki de Algorta Marta Hernández

También ha congelado la tormenta con la electricidad de un rayo. O una apaciguada noche de luna llena y brillante. O un atardecer cubierto de niebla. “Cada imagen tiene su propio lenguaje y merece ser explorada más allá de un simple me gusta o no me gusta, que es una reacción visceral”, considera el fotógrafo. Todas estas instantáneas que lucen en Algorta están a la venta con fines y alma solidaria: lo recaudado irá para Aspanovas, la asociación de padres y madres de niños y niñas con cáncer de Bizkaia.

En esta pequeña muestra también hay retratos que parecen hablar, como el del hombre del mar, de pipa en boca, barba blanca y chubasquero rojo; o el de la vecina de enfrente que cada día daba de comer a los pajaritos desde la ventana. Planos humanos. Muy naturales. La vista posada de Antxon es así, sin artificios. “La edición de la imagen es un tema polémico; algunos defienden el retoque como una herramienta creativa, mientras que otros abogan por la pureza sin manipulación”, reflexiona este autodidacta que, con 15 años, descubrió la magia de mirar a través del objetivo y de relevar en aquel cuarto oscuro de casa. Le encantó, pero después dejó aparcada esa afición hasta que su recorrido profesional, en la estricta y férrea industria, concluyó. Retomó con ganas ese mundo, revolucionadísimo a digital, y lo agarró.