Para Ainhoa Villarragut su hijo, Unatz Loza, es “una joya”. Para su padre, “un ángel” y para sus compañeros de clase, “un héroe”. No exageran. Acorralado por un incendio junto a su madre y su hermana de un año en su vivienda en Bermeo, su templanza les salvó la vida. “Como madre, me salió el instinto de sacarles por las escaleras. Si no llega a ser por Unatz, les habría llevado a la muerte. A día de hoy me sigue pesando”, confiesa Ainhoa. La angustia del recuerdo se disuelve en el inmenso orgullo que siente por su hijo y los reconocimientos que ha recibido. Los bomberos le dijeron que “tiene las puertas abiertas para trabajar con ellos, aunque él quiere ser criminólogo”, y el Gobierno vasco le concederá en breve una medalla al mérito en emergencias. “Estoy contento y nervioso porque una medalla... Yo sé que he hecho algo importante porque me lo han dicho muchas veces, pero creo que la gente habría hecho lo mismo que yo”, afirma él con modestia.
A día de hoy madre e hijo suelen bromear sobre lo sucedido. “Me dice: Amatxu, es que tú no hacías más que llorar. No eras de gran ayuda. Seguro que nos viene siguiendo alguien y nos atrapa, como diciéndome que soy un lastre”, cuenta Ainhoa entre risas. “Cada vez que pasa algo, le digo: Si no fuera por mí, la liarías aún más”, le toma el pelo Unatz. Pero, por mucho que tiren de humor, lo que vivieron aquel 14 de mayo de 2024, cercados por el fuego, fue traumático. “Encerrados en mi habitación, me acordé de la familia que se quedó en el baño en el incendio del edificio de Valencia. Se oía el crujir de la madera que se estaba quemando y pensé que ahí nos quedábamos. Por mí me daba igual, pero decía: ¿Mi hijo con 15 años y mi niña con 14 meses van a vivir hasta aquí? Y ahí estaba Unatz diciéndome todo el rato que estuviera tranquila, que nos iban a sacar”, relata Ainhoa, que ha aprendido a no preocuparse por “tonterías”. “¿Para qué? Si me puedo levantar mañana y quedarme en el sitio. De la mala experiencia nos quedamos con los reconocimientos que le están haciendo a Unatz y con que estamos todos vivos”.
Cuarenta angustiosos minutos
“Yo estaba nervioso, pero como ella no ayudaba...”
“Mi marido nos pidió que nos asomáramos a la ventana para vernos por última vez"
“Mi hijo nos ha salvado la vida”. Ainhoa, 46 años, dependienta, no se cansará nunca de repetirlo. La frase resume los cuarenta minutos más angustiosos que ha vivido y que irrumpieron, a primera hora de la mañana, en la tranquila rutina de la familia. Su marido se acababa de ir a trabajar, su hijo estaba desayunando y ella iba a preparar un biberón para Lucía, su hija, cuando un humo blanco se empezó a colar por la ventana del cuarto de Unatz. “La cerré y mi madre me dijo que igual se le había quemado el aceite a algún vecino”, dice. Enseguida Ainhoa escuchó gritos en las escaleras y se asomó. “Me encontré con una humareda negra, no veía la puerta de mi vecino y me quedé blanca. Unatz vino por detrás y me dijo: Amatxu, ¿qué haces? y cerró la puerta”, explica. Le sonó el móvil, pero no lo cogió. Era una conocida, que la intentaba avisar de que se estaba quemando el cuarto piso. Ellos viven en el quinto. Ainhoa fue a la cocina y, al ver a una vecina del bloque de enfrente “haciendo aspavientos”, abrió la ventana. Más humo negro y de nuevo Unatz, alerta, cerrándole el paso. “En tres minutos se nos hizo de noche en casa, había humo negro fuera de todas las ventanas y tuvimos que encender las luces. Instintivamente cogí a la cría en brazos y le dije a Unatz: Ponte las playeras que nos tenemos que marchar. ¿A dónde les iba a llevar, si estaban las escaleras llenas de humo? Nos habríamos quedado los tres allí”, reconoce.
Consciente de que su madre estaba en shock, Unatz tomó las riendas. “La vi nerviosa, de un lado para otro, gritando, intentando relajar a la niña, pero alterándola más. Yo también estaba nervioso, pero como vi que ella mucho no me iba ayudar...”, dice. “Me quedé totalmente bloqueada. Unatz vio que yo no respondía y actuó él con su sangre fría, aunque luego le he oído decir que él también pasó miedo”, señala Ainhoa.
El adolescente condujo a su madre y su hermana a una habitación y se fue a buscar a Trufa y a Luna, la perra y la gata de la familia. Se encerró con ellas, puso unas sábanas en la puerta y avisó a emergencias. “Le empecé a decir: Llama a aitatxu, llámale, llámale. Y Unatz dijo: No, primero hay que llamar a los bomberos. Llamó al 112, dio la ubicación, dijo cuántos estábamos y dónde... Todas las órdenes que daban los bomberos ya las había hecho. Se anticipó a todo”, destaca su madre.
Mientras el primogénito de la familia ponía en práctica todo lo que había aprendido de un vídeo sobre incendios que le pusieron en clase y de un cartel informativo de los bomberos pegado en el portal, su padre, en la calle, se temía lo peor. “Me llamó y yo escuchaba a través del teléfono gritos: Que se queman vivos. Nos pidió que nos asomáramos a la ventana para vernos por última vez porque ni él ni el resto de la gente que había abajo daban un duro por cómo estaba desde fuera. Fue todo muy heavy”, afirma Ainhoa. Su marido, nada más llegar, intentó subir a rescatarles. “Se encontró que el cuarto era un soplete porque con las ventanas y puertas abiertas, imagínate cómo tiraba. Pasó y llegó hasta nuestro descansillo, pero se tuvo que dar la vuelta porque se ahogaba con el humo”, cuenta. En el intento se quemó los dos brazos. Aun así, insistió. “Intentó otra vez subir con unos extintores y se fue desesperado”.
Secuelas y reconocimientos
“Mis padres y abuelos están muy orgullosos”
Ainhoa y su marido no hablan del incendio. “Para él fue muy duro. Pensó que perdía a toda la familia, es una impotencia increíble. Yo he tenido ansiedad. Cada vez que echas la vista atrás, te viene un nuevo recuerdo y lo añades. Los bomberos ya me advirtieron: Esto igual no te sale ahora, pero te va a salir. A día de hoy hay veces que me da miedo quedarme sola con la niña”, reconoce. Ahora, con su hijo, de 16 años recién cumplidos, se siente “segura cien por cien”. “Noto que me ayuda más que antes, pero es un adolescente, tampoco te creas que me hace la plancha”, aclara entre risas.
“En clase me llaman ‘Héroe’ y, cuando suena la alarma, me dicen que si les voy a salvar a ellos”
Unatz ha sido galardonado por su actuación, los bomberos de Arratzu, a los que visitaron hace poco “para llevarles un detalle” y consideran “como de casa”, le brindaron un homenaje y el Gobierno vasco le distinguirá con una medalla, pero antes de todo eso ya había recibido el reconocimiento de su familia. “Cuando pasó lo del incendio, mis padres me decían todo el rato que estaban muy orgullosos de mí y me daban las gracias. Mis abuelos también están muy orgullosos, pero mi abuela, a día de hoy, cuando se menciona por encima el tema, empieza a llorar”, comenta Unatz, bautizado por su madre como El prota cada vez que el incendio sale a colación. En Politeknika Txorierri, donde estudia, sus amigos también le han puesto un apodo. “En clase, en vez de por el nombre, me llaman Héroe y, cada vez que suena la alarma, me dicen que a ver si les voy a salvar de un incendio a ellos también”, relata este estudiante de primero de Bachillerato, al que sus profesores le dijeron que “era bastante valiente y que qué miedo tendría que haber pasado”.
“Muy maduro y reservado”, según le describe su madre, Unatz aconseja “mantener la calma” en caso de emergencia, aunque le “sorprende” que él mismo la pudiera conservar. “Superfamiliar”, cuida mucho de su hermana y espera paciente para cobrarle la deuda. No en vano le salvó la vida y eso, al cambio, son muchos favores. “Va a cumplir dos años dentro de unos meses. Buah, cuando crezca le voy a estar con eso cada dos por tres para que haga cosas por mí”, bromea.