“Dejadnos a los niños trans ser felices, que nos juzguéis nos hace daño”
A sus amigos no les importó llamarla Biotza y sus amamas la aceptaron a la primera. “Ojalá ser trans deje de ser algo raro y no dé miedo, que sea como ver a un escocés con falda”, dice
De pequeña Biotza quería ser reconocida como la mujer que es. Ahora sueña con ser arquitecta o bióloga marina y tener dos hijos. Aunque ya ha dejado atrás el nombre que le pusieron sus padres, Aritz, conserva su esencia, la fortaleza de un roble. Con ella superó a los siete años los trámites para que constara en los documentos oficiales quién es y con ella fue explicando por las clases de su curso qué es la transexualidad infantil y cómo debían llamarla. También se lo dijo a sus mejores amigos, aunque para ellos fuera lo de menos. “Cuando hice el tránsito, bajé al parque y uno me dijo: Aritz, ven, que te tengo que enseñar algo. Les dije: No me llaméis Aritz, llamadme Biotza. Y ellos dijeron: Bueno, lo que sea, pero ven, que hay un pájaro muerto”, cuenta con desparpajo. “Aunque fuera vestida femeninamente, había un pájaro muerto, que eso sí que era importante”, añade entre risas su padre, Sabino Zelaia, poniendo el acento en la naturalidad con la que se adaptan al cambio los niños y niñas libres de prejuicios.
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Con su larga melena y el outfit que lució en Nochevieja, esta estudiante de primero de la ESO apunta maneras de “diva”. Le encantan la moda, el skincare y el maquillaje, pero también los videojuegos, el esquí, el paddle surf, el arte, las manualidades, la repostería... “Hago mogollón de postres, aunque nadie se los coma”, dice con retintín esta bilbaina de doce años clavando la mirada en sus padres. “Soy diabético. Puedo demostrarlo con la bomba”, alega en su defensa Sabino, mientras su esposa, Lide Maguregi, sonríe. El buen rollo flota en el ambiente y el amor lo ha plasmado Biotza en el dibujo que hizo de ellos dos abrazándose y que decora la puerta de la nevera. Pero en esta casa, como en todas, también han pasado lo suyo.
Cuando Biotza apenas levantaba unos palmos del suelo sus padres ya veían que no era “un niño al uso”. “Con dos años venía al cuarto de baño y me decía: Ama, yo ¿cuándo voy a tener eso? ¿Y cuándo se me va a caer esto? Jugaba con las niñas, le gustaba vestirse de niña y el primer disfraz que pidió fue el de Frozen”, recuerda su madre. De hecho, estuvo barajando llamarse Elsa, como la protagonista de la película y su padre dice que se saben todos los diálogos y los bailes. “Salía a la calle vestida masculinamente, en parte por desconocimiento nuestro, pero cuando íbamos a comprar le gustaba la zona de niñas y su manera de moverse, pensar y actuar era femenina. Yo siempre pensé que era un chico gay. No teníamos ni idea de que existía la transexualidad infantil”, admite Sabino, con cierto “arrepentimiento”.
Biotza despejó sus dudas cuando, a los cinco años, padre e hija tumbados en la cama, le dijo que ella era una niña. “No paraba de repetir que de mayor iba a ser mujer y, cuando no es una vez, sino 150 en dos meses, empiezas a investigar. Fue un shock. Nunca se me habría ocurrido que un niño o una niña pudiera tener interiorizada una identidad de género”, señala.
El descubrimiento desató la caja de los miedos. “Qué le va a pasar, qué vamos a hacer... Tienes mucho miedo, sobre todo al rechazo social, a que le hagan bullying, al futuro en general, te imaginas lo peor”, se sincera Lide. “Estábamos perdidos. No lo entiendes: Mi niño, ¿cómo va a ser una niña? Fuiste superbuscada, lo habíamos logrado, éramos felices y de repente el suelo desaparece debajo de ti”, trata de describir Sabino.
“Esperamos el monstruo detrás de la puerta: el ‘bullying’, las risas..., pero hemos tenido suerte”
Buscando en internet, Lide dio con la asociación Naizen, donde recibieron información y apoyo. “Escuchas a otros padres y ves que no solo te pasa a ti, sino a mucha gente”, dice. También Biotza encontró en quien mirarse. “La llevamos para que hablase con Naroa, una niña que ya había hecho el tránsito”, comenta. No se lo pensó demasiado. A los siete años “cambió de nombre y género en el País Vasco” y se presentó en el colegio acorde a su identidad real. “Se portaron superbién. Le dijeron que si quería, podía ir vestida de chica. Lo hizo en enero y en marzo fue el confinamiento”, detalla su madre, mientras Biotza explica que la directora le regaló un diario con un unicornio de brillantina que se convierte en un arcoíris cuando lo mueves. “Todavía lo guardo como recuerdo de ella y de que me ayudó a hacer este tránsito”, dice agradecida.
Al principio le daba “vergüenza” que la vieran con ropa de mujer, así que iba a clase “con falda algunos días y otros no”. Lo que no le dio apuro es informarles a sus compañeros de su realidad. “Lo expliqué delante de todo el mundo y la mayoría me entendió a la primera, aunque hubo gente a la que le extrañó un poco y empezó a preguntar”, cuenta esta preadolescente, que también barajó llamarse Lola y a la que le gusta mucho ir a nadar en Bakio.
Llegados a este punto, a sus padres les preocupa lo que se les viene encima. “Ya de por sí la pubertad es muy dura para cualquiera. Si tienes un plus, es como un mundo. Estamos llegando y no sabemos cómo lo va a asumir. Legalmente ya es mujer, pero médicamente, con los bloqueadores, ni hemos empezado y dices: buf”, resopla Lide. Biotza, en cambio, no tiene ningún miedo. “Me meto de una, sin más preguntas”, asegura. “Incluso si son inyecciones”, apunta su madre para remarcar que su hija lo tiene más que claro.
Si echan la vista atrás, los tres se sienten afortunados. Biotza, por tener unos padres que se “lo hacen todo tan fácil” y ellos, porque no ha habido incidentes que lamentar. “Hemos esperado el monstruo detrás de la puerta constantemente: el bullying, el rechazo, las risas... Claro que ves miradas de vez en cuando, comentarios o sarcasmitos que molestan, pero hemos tenido suerte”, dice Sabino. “Muchísima”, corrobora Lide.
No obstante, subrayan, “queda mucho camino por recorrer”. Por ejemplo, apunta Sabino, “el hecho de que siga teniendo que pasar por un psiquiatra, como si lo suyo fuera un problema mental, es terrible”. Tampoco la burocracia, añade, se lo pone fácil. “Para cambiar su nombre se la llevó la jueza del registro sola, sin los padres, a una niña de 7 años. Es deleznable, pero tienes que tragar porque yo no quiero viajar en avión y tener que dar otra vez explicaciones de que no me he equivocado y el pasaporte no es de su hermano. Ni ella tiene por qué escucharlo”, denuncia Sabino, que no entiende que “la interroguen y la cuestionen”. “Son cosas por las que tienes que pasar, pero ¿de verdad son necesarias? Esas rabias las vas carcomiendo”, reconoce, con la esperanza de “que se allane el camino para los que vengan detrás”, mientras Lide pregunta si alguien cree que “una niña va a pedir tener ese sufrimiento por capricho”.
Cuando nació Biotza plantaron un roble en Gernika, que crece en paz. Y eso es lo que pide ella. “Dejadnos a los niños y niñas trans ser felices, liberarnos y vivir nuestra vida. Que nos juzguéis nos hace daño”.