LOS focos apuntaron al poblado abandonado de El Sauco para grabar la película Ilargi guztiak. La Aceña se reconvirtió en polígono industrial. Por el trazado del extinto ferrocarril circulan senderistas y ciclistas. Pero la tierra todavía exhibe las cicatrices de un pasado construido con el sudor de la frente de vecinos y vecinas que, junto a un trabajo físicamente extenuante, soportaron el peso de la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista. El Ayuntamiento de Galdames y Novélame exploran la parte más humana tras la extracción de mineral en su octavo libro de memoria histórica.
De la mina a la guerra. Vidas de hombres y mujeres forjadas entre el hierro y la lucha contiene doce capítulos, uno por cada biografía complementada con numerosas fotografías, así como apéndices sobre el contexto social y económico. “Ya desde la Edad Media” los montes de la zona fueron horadados, pero “sin irnos tan lejos, a finales del siglo XIX la explotación en nuestra localidad se fue extendiendo hasta cobrar gran importancia en áreas como La Magdalena”, repasa la alcaldesa, Raquel Larruskain. El grado de implicación vecinal que desempolva sus vidas “removiendo nuestros recuerdos nos hace seguir adelante”, habla la concejala de Cultura, Nagore Orella, también a título personal porque un capítulo indaga en la vida de su abuelo, Agustín Ruiz Orcasitas.
“Ese joven enérgico e imparable que comenzó su vida laboral como galguero”, rememora. Al cumplir 16 años entró en La Galdamesa por intercesión de José Yagüe, igualmente vecino de Montellano y jefe de esta sección del ferrocarril minero. El arriesgado cometido de ambos consistía en aminorar la velocidad de los trenes “de pie en pequeñas plataformas, saltando de vagón en vagón por encima de la carga y en movimiento para activar los frenos”.
Oficios impensables hoy sin tecnología. Fernando García Inoriza ejercía como listero: “llevaba el control del personal y los quehaceres”. Así, todos los lunes anotaba en la pared de la cueva la faena de la semana, transportaba los datos a la oficina de la compañía en Bilbao y “allí un técnico calculaba lo que le correspondía cobrar en función del metro de mineral sacado”.
Francisco Urriza derrochaba complicidad con Noble un percherón francés. Era caballista. Es decir, dirigía a los animales que “arrastraban las carretas cargadas de mineral hasta que fueron sustituidos por planos inclinados, tranvías aéreos y ferrocarriles”. El mineral se sacaba “con la ayuda de raspas, azadas, picos y cestos, cargando sobre sus hombros el peso de la precariedad, solo los barrenos empleados para abrir las entrañas de la montaña funcionaban de forma mecánica, mientras que el resto dependía de su fuerza y resistencia”. En este sentido, Pepín Idiáñez no se libró de ciertos contratiempos. Los accidentes más habituales eran “atropellos de vagonetas, pero también hubo caídas, explosiones mal controladas…”.
Trabajos de mujeres
A menudo las mujeres les acercaban la comida durante la jornada laboral. Pero ellas también se enfrascaron en duras tareas. Consuelo Cubilledo compartió la pena por el encarcelamiento de su marido con las compañeras en el al lavadero de la explotación. Una vez cumplida su jornada, solía permanecer en el puesto otras dos o tres horas más para incrementar su salario. Para cuando emprendía el regreso el reloj apuntaba ya las 22.00.
Además, frecuentemente regentaban posadas para los empleados hasta que se establecían por su cuenta y fundaban una familia. En esta etapa vital, el esfuerzo no decaía. Ellos, labrando la tierra y cuidando el ganado que les procuraba comida en casa. Ellas, pendientes de la prole en algunos casos de nueve, diez, once y hasta doce hijos que enterraban sus expectativas de estudiar para aspirar a una mayor prosperidad y priorizaban asentar la economía doméstica. Lo normal era que los chicos se encaminaran a las minas y las chicas sirvieran en casas acaudaladas hasta el matrimonio repitiendo el mismo ciclo vital.
La extracción de mineral en Galdames tocó techo entre 1876 y 1900, cuando “diversas compañías extranjeras inglesas y belgas fundamentalmente se asociaron con empresarios vascos”. En el primer tercio del siglo XX se mantenían en activo las minas de San Antonio, Elvira, Buena y Princesa, de las que se obtenían 70.000 toneladas anuales; Berango, Tardía y Escarpada, de las que salían 100.000 toneladas anuales; y Adelaida, con 30.000 toneladas anuales, cantidad similar a la de la Dolores y Pepita; Impensada, con 20.000 toneladas y Rosario”. Se consideraban extracciones menores Punta, Matilde, Augusta y Vetusta. Hicieron de la localidad una de las más pobladas de la comarca con los nacientes núcleos de La Aceña, La Elvira, El Sauco y Ledo. La producción mostró síntomas de agotamiento “ya en 1920, pese a que aún proporcionaba materia prima suficiente para Altos Hornos de Bizkaia y exportar al extranjero”. Entre 1938 y 1943 más de una tercera parte de las explotaciones habían cerrado.
Para los años sesenta los 4.000 habitantes con los que llegó a contar Galdames habían descendido a la mitad. Y es que los trabajadores partieron en busca de mejores condiciones y sueldos en la industria siderúrgica y metalúrgica. Los montes se vaciaron físicamente, pero allí pervive el alma de sus gentes.
Protagonistas
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El octavo libro de memoria histórica de Galdames –que el Ayuntamiento regala a los vecinos y vecinas por Navidad, ya por tradición– recoge doce historias, una por capítulo, narradas por la empresa Novélame. Las de Laura Marcos Andrés, José Llarena López, José Yagüe Cañón, Agustín Ruiz Orcasitas, Constantino González Arana, Liborio Sarachaga Arenaza, Francisco Urriza García, Emeterio Villanueva Bardeci, Consuelo Cubilledo Alonso, Pilar López Eiras, Fernando García Inoriza y José Idiáñez García. Varios de los protagonistas recibieron el aplauso de sus convecinos en la presentación en el salón de plenos municipal.