A María José Chaverra le explicaron con 11 años que iba a abandonar Colombia, junto con su madre y su padrastro, por motivos de seguridad, pero finalmente ella no pudo salir del país. “Me tuve que quedar con una tía y de ahí tuve que estar de casa en casa. Lo viví mal, había muchos problemas y no podía ni ir a estudiar”, recuerda. Hace diez meses logró reagruparse con su madre y su pareja en Bizkaia y hace dos llegó una de sus hermanas.
Pese a todo lo que sufrió en Colombia, María José afirma que no es plato de buen gusto emigrar. “Uno sabe que de pronto va a estar mejor en otro lugar, pero es muy duro apartar el cariño que uno le tiene a su país y empezarse a acoplar en otro. Uno acá no sabe las culturas, hasta hablan diferente. Al principio no me adapté bien”, confiesa esta adolescente, que echa de menos a las personas y las comidas de su país.
Dice María José que “las cosas por ser inmigrante aquí a uno se le complican” y habla con conocimiento de causa. De hecho, cuenta que alguna vez se han dirigido a ella y a su madre en euskera al ver que eran “latinas”, mientras que a otras personas les hablaban en castellano. También que una vez no les dejaron entrar en un local porque era “un establecimiento vasco”. “En algunos lugares lo tratan a uno diferente por de dónde viene”, asegura.
A eso hay que sumar los “prejuicios”, el mayor, dice, “que todos los colombianos traficamos o tenemos que ver con las drogas”. “Todo país tiene su zona peligrosa y donde se consume, pero no todo Colombia es así. Se creen que llegan allí y todos portan un arma”, lamenta y añade que “primero se tiene que conocer a la persona para hablar”. Ella escucha todo eso y no dice nada. “Ya aprendí a callar y a mentir por convivir”, afirma.