Desde que era “muy chiquitín”, Aritz Amutio ha compartido aula, en el colegio Pagasarribide, con niños y niñas de diferentes orígenes. Los padres de algunos vinieron a trabajar antes de que ellos nacieran y otros nacieron en sus países y han tenido que venir por causas familiares y cosas así”, explica. El caso es que, a sus 14 años, este chaval de Rekalde puede presumir de tener una cuadrilla multicultural. “Hay marroquíes, argelinos, negros, gitanos... y son majos, nos llevamos muy bien”.

Aunque su tez blanca y ojos claros contrasten con los de sus colegas, Aritz no ve diferencias entre ellos. “Somos todos iguales, da igual el color de piel, el acento... Todos tenemos la vida como tal”, argumenta. Pero no todos han crecido libres de prejuicios como él y su cuadrilla, a veces, levanta sospechas. “Un amigo entró a una tienda de chuches, le fue a decir no sé qué a la dependienta y le miraba mal. En el supermercado siempre nos seguía el segurata por si le robábamos algo. Comprábamos las cosas y nos íbamos. Prácticamente en todos los lados a los que fuéramos les miraban”, lamenta.

Ante estas actitudes y los comentarios racistas que ha escuchado, pide diferenciar entre “la gente que viene a trabajar, a cambiar su mentalidad, a enfocarse en lo que quiere ser de mayor, y la que viene a robar y a hacer cosas malas que no debería hacer”.

Cuando oye rumores sobre los inmigrantes o alguna agresión verbal, Aritz no se queda callado. “No hay que dejar que la gente insulte a otra gente por su color de piel, sea de donde sea. Todos somos personas, da igual si eres moro. Si vienes aquí tranquilo y te dicen algo, les explicas las cosas como son y ya está”, defiende, convencido de que “la gente tendría que conocer a las personas antes de juzgarlas”.