LA enfermedad entra en casa como si fuera un elefante en una cacharrería, de la noche a la mañana. Es muy duro porque tu hija se deja morir y no puedes hacer nada”. Eider Gorostidi, profesora donostiarra afincada en Amorebieta, tiene un máster de madre en trastornos de la conducta alimentaria o lo que es lo mismo, dos hijas, Iradi e Irune, que los han padecido. “Solo puedes acompañarlas de la mejor manera posible, con todas las durezas que supone. Iradi y yo pasamos noches y noches sin dormir, viendo series hasta la mañana, lloros, ataques de ansiedad, heridas, ideas reales de suicidio... Con ella entendí por qué la gente se quita la vida porque me decía: Ama, yo no quiero sufrir más, es que la vocecita no se calla. No puedo, no puedo”.
La vocecita la machacaba, menos comida, más ejercicio, y nunca se daba por satisfecha. “Iradi estuvo en menos de una talla 32. Ellas se piensan que cuando lleguen ya está”, dice Eider. “Y es una mentira enorme porque luego vas a por la siguiente. Cuando bajas a 40 kilos, dices: Muy bien, a ver si 35...”, reconoce Iradi. “Pero nunca es suficiente”, recalca su madre, que recuerda el momento en que a su hija le propusieron escribir una carta para despedirse de la enfermedad. “La primera vez dijo que ella estaba muy bien con su enfermedad, porque le iba poniendo retos y era lo que le motivaba en la vida, como a Irune: Vamos a bajar un poco y otro poco”. “Métele un tercer deporte, venga, dos no son suficientes”, corrobora Irune.
Sus hijas iban al psicólogo y al psiquiatra, pero Eider, como madre, se sentía “sola”. “Hay épocas en las que pasas miedo real, ves que se te van. Me lo leí todo, les pedía pautas a las psicólogas...”, recuerda. A pesar de sus esfuerzos, no siempre acertaba. “Hay cosas que haces mal. Maitia, yo hago lo que puedo. Si hago alguna cosa mal, barkatu. Porque me decían: Ama, es que no te fías de mí porque te piensas que he vomitado y hoy no he ido a vomitar”, reconoce y alaba su mérito. “Llevan casi cuatro años trabajando las dos como leonas, con sus días mejores y peores”.
A diferencia de otras enfermedades, con estos trastornos “la familia se destroza porque tienen que ver con la comida, que es ese sitio donde todos nos sentamos todos los días. Tengo otros dos hijos adolescentes, que lo viven a su manera, son la otra parte afectada”. Como familia unida que son, los cinco se sentaron a recordarse “las cosas buenas” que tenía cada uno “porque la enfermedad se lo come todo. Se pone un nubarrón negro en casa y, hasta que eso se acaba de gestionar, es muy complicado”, confiesa Eider.
“Tu tiempo de respirar no existe”
Como cabeza de familia en solitario, Eider dice que “tu tiempo de respirar no existe”. De hecho, en la asociación Acabe, a la que pertenece, aconsejan a las parejas que dosifiquen sus fuerzas porque “esto es una carrera a largo plazo”. “Si estás mañana, tarde y noche, ni tu cuerpo ni tu alma es capaz de soportarlo porque ves que tus hijas se están muriendo, físicamente dices: No salimos de esta. Es importante cuidarse como familia”, subraya Eider, que reivindica “invertir en formar a profesionales en salud mental” y que “en el sistema educativo se enseñe a valorar el cuerpo de cada uno, tenga la forma que tenga”. También lanza un mensaje a los padres de los chavales que van al gimnasio y están pendientes de lo que comen: “Tu hijo se cuida cuando cuida su cabeza, no su cuerpo”. Una clase de yoga, cine... Eider intenta “estar bien y tirar para adelante porque son de 5 a 7 años de recuperación. Ahora estamos muchísimo mejor que hace tres años y medio y dentro de otros tres estaremos en el top ten”, bromean.