El extraordinario hogar en Leioa para Fatma, Kaslucha y Jalifa
Una familia acoge a saharauis con discapacidad a través del programa ‘Oporrak Bakean’
Estas líneas iban a ser la descripción de un ejemplo concreto entre la totalidad, el detalle entre el conjunto, una historia personal extraída entre los números que indican que unos 300 niños y niñas saharauis pasan este verano en Euskadi, gracias a los corazones vascos más acogedores y al esfuerzo del programa Oporrak Bakean y de los ayuntamientos que lo apoyan. Sin embargo, la generosidad de esta familia de Leioa es excepcional, es sobresaliente y rompe moldes. Va más allá.
Esta pareja lleva casi veinte años abriendo sus brazos a menores cuando el calor más aprieta en los campamentos de Tinduf, un lugar al que, además, se desplaza cada año. Desde antes de la pandemia, tiene en su casa a Fatma, con parálisis cerebral, y este año acaban de llegar para sonreír aquí durante julio y agosto su hermana Kaslucha, con severos problemas de visión, y también Jalifa, que padece sordera. “Nosotros, últimamente, sólo traemos a niños que tienen alguna discapacidad, niños a los que de verdad les podamos cambiar la vida; ellos allí son los últimos de la sociedad, son tratados como se hacía en España hace ochenta años o más; aquí se les abre un mundo”, señala David. Esta experiencia de acogida, por lo tanto, es extraordinaria. David y su mujer, no obstante, lo ven y lo sienten de una forma más apaciguada, sin aportar adjetivos superlativos; lo hacen porque sí, porque así les sale y punto.
Todo comenzó hace 19 años cuando su hijo entró en casa un día al regresar de la Ikastola Betiko con un papel que decía que se buscaban familias de acogida. “Nos miramos mi mujer y yo, y dijimos: Adelante”, rememora. “El primero que vino ya se nos ha casado y todo”, desvela. Lo sabe porque mantiene el contacto con todos sus niños saharauis. “Viajamos a los campamentos todos los años, así que sabemos que les vamos a ver. Cuando se van de aquí, no es una despedida, es un hasta luego”, considera. De hecho, para Jalifa este será su último verano en Leioa. “Se lo quiere comer todo de golpe. Todo se le hace poco. Él sabe que se le acaba y que su vida no va a ser así nunca”, apunta este leioaztarra, gracias al cual Jalifa puede oír mejor con unos audífonos. Con la iniciativa Vacaciones en Paz, los menores acuden tres períodos estivales a los municipios de Bizkaia y de Euskadi hasta que cumplen 15 años. En Leioa, ahora mismo, también se encuentra Baba con otra familia.
Para Kaslucha, es su primer desplazamiento. “Tiene cataratas congénitas, es casi ciega, y la hemos traído para que pueda corregir ese problema”, apunta David. Y así, además, abraza a Fatma, su hermana, que es ya toda una leioaztarra de pro. “La trajimos con su silla de ruedas y todo. Vino a casa un verano y al segundo, volvió con la cadera luxada, así que la dejamos para operar y en el transcurso de la recuperación, estalló la pandemia y las fronteras estuvieron cerradas durante casi un año. Entre eso, y la relación entre España y Argelia por el Sáhara, la oportunidad de volver a su casa se retrasó año y pico”, recapitula David. La vida de Fatma dio un vuelco entonces aquí y despegó. “Se quedó a vivir con nosotros y la escolarizamos porque, además, la mejora ha sido muy grande: sabe leer, escribir... Algo que allí es imposible. Está muy contenta. Ha entrado en el programa de comunicación con los ojos de Osakidetza y se comunica a través de una tablet; es una pasada lo que ha mejorado. De momento, mientras podamos nosotros, aquí se quedará”, asegura David, con las puertas de su hogar abiertas por más años para el programa de acogida.
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