Javier tiene 45 años y un tercio de su vida se le ha escapado entre rejas. Otro tanto, fuera de la cárcel, pero igualmente prisionero de las drogas. Con apenas 13 años empezó a beber alcohol y “rápidamente” fue sumiéndose en el pozo, colocado por los porros, los tripis y el speed, al ritmo de la música electrónica.

“A los 19 años ya estaba superenganchado a la cocaína”, confiesa. Tanto que “con dos pelotas” se fue a una comisaría a sacarse el pasaporte para hacer un viaje y traer él la droga que vendía para sufragar su adicción. “Me dijeron: Tú no vas a ningún lado, majete, tienes causas pendientes y me metieron en prisión. Si no me para los pasos la Policía, igual me habría quitado la vida o me habría muerto de alguna sobredosis”, especula.

“Es un mensaje que tienen que escuchar de alguien que ya lo ha sufrido. Ojalá lo hubiese tenido yo”

Javier - Interno en el Centro Penitenciario Araba

Javier no se murió, pero aquello no era vida. “Necesitaba droga para todo”, reconoce. Ahora que ya ha retomado las riendas, dentro de las limitaciones propias de quien cumple condena, comparte su dura experiencia con alumnado adolescente para tratar de evitar que sigan sus pasos. “Es un mensaje que tienen que escuchar de alguien que ya lo ha sufrido. Ojalá lo hubiese tenido yo, pero, por desgracia, no lo tuve”, lamenta en su visita, esta semana, al colegio Salesianos Deusto en Bilbao.

Junto a Javier también salieron de sus celdas en el Centro Penitenciario Araba, para dar la charla a dos grupos de alumnos de FP Básica, Marian y Mustafá, que estuvieron acompañados por personal de Bidesari, entidad que lleva a cabo esta iniciativa, denominada Esan ez, con el apoyo de la Fundación Carmen Gandarias y el Gobierno vasco. Por curso participan en este proyecto una decena de personas privadas de libertad y unos 350 estudiantes de ocho centros educativos vizcainos

Marian tiene miedo a recaer

Sentados en círculo en un aula, los chavales escuchan expectantes el testimonio de Marian, que tiene 53 años y se inició a los 18 con el hachís. “Empecé con las compañías a probar que si heroína, que si cocaína... y, también por problemas familiares, caí en la droga”, comienza a relatar.

Tras una temporada limpia, volvió a tropezar y entró en prisión siete años. “Me enteré de que mi hijo estaba enganchado a la cocaína fumada y, cuando yo iba a salir de la cárcel, él entró preso. Se terminó quitando la vida con 24 años porque las drogas le afectaron mentalmente”, se duele. Inmersa en una espiral maldita, Marian retomó el consumo pensando que se le “iba a pasar todo y lo que hizo fue empeorar”, admite.

“Mi hijo se enganchó a la cocaína y, cuando yo iba a salir de la cárcel, él entró preso. Se quitó la vida con 24 años”

Marian - Interna en el Centro Penitenciario Araba

Ni siquiera hoy en día, con el futuro algo más enderezado que antes, Marian está del todo tranquila. “He tenido varias recaídas y creo que siempre va a estar eso ahí, porque no se quita. Tengo 53 años y yo misma tengo miedo de que se me pueda ir la cabeza y consumir”, reconoce, tras aconsejar a los alumnos “que elijan bien las compañías”.

Mustafá consumía para integrarse

También Mustafá les advierte de que no es amistad todo lo que reluce en la noche, bajo los efectos del alcohol, los porros y la cocaína. “Antes tenía un montón de amigos y amigas por capricho, droga, dinero... Cuando he entrado en la cárcel ni uno me ha mandado una carta. Las únicas que estaban sufriendo conmigo eran mi mujer, mi hija... Todavía me están apoyando”, agradece, a sus 39 años, este interno, que empezó a consumir a los 19 para integrarse y por diversión.

“Era nuevo aquí, no sabía el idioma, empecé a drogarme para quitarme la vergüenza y entrar en el mundo”, dice. Eso fue al principio, porque cuando falleció su padre, en Argelia, siguió tomando sustancias, pero esta vez para “tapar la tristeza y el dolor”.

Aún ahora, bajo su visera, vislumbra el riesgo de recaída. “Estamos luchando día a día. Ganas de consumir siempre tenemos”, confiesa.

Internos del Centro Penitenciario Araba cuentan su testimonio para prevenir las adicciones a un grupo de alumnos en Bilbao. Borja Guerrero

“Si no tengo droga, no salgo"

Ninguno sabe el impacto que tendrá su testimonio en estos adolescentes, pero, a instancias de Verónica Villalvilla, psicóloga de Bidesari, les cuentan cómo se percataron de que tenían un problema. Que no sea por no dar pistas.

“Lo mío era salir de fiesta y me doy cuenta de que tengo un gran problema cuando si no tengo droga, no salgo, porque no sé divertirme. Me emancipé muy pronto y, si no tenía porros, no podía hacer nada, era frustrante”, admite Javier, que teme volver al abismo. “Dios quiera que no, yo intentaré por todos los medios que no, pero está siendo superduro porque esto es para toda la vida”, les avisa.

A Mustafá se le encendió la alarma cuando lo abandonó todo por la droga: familia, aficiones... “He visto ahora a los chavales jugando al fútbol y casi se me escapa una lágrima. Yo entrenaba todos los días y lo dejé porque no podía levantarme, me dolía todo el cuerpo. Si no consumía, no salía. Es como el coche, si no echas gasolina, no arranca”, compara y resume su declive. “Me compraba ropa, me olvidaba de mi mujer, de mi hija, de su cumpleaños... Guardaba el dinero solo para mis caprichos. Empecé a delinquir, se me acumularon las deudas, tenía que pagar, si no pagaba… Detrás venía la Justicia, la Ertzaintza… Por eso me di cuenta”, remata.

“Conozco a un montón que no delinquían y, por una copa o una raya, han matado a alguien con el coche”

Mustafá - Interno en el Centro Penitenciario Araba

Por si fuera poco, se enganchó al juego “más que a la droga”. “Hay más casas de apuestas que supermercados. Mi mujer tenía casi mil pavos ahorrados por si le faltaba algo a la niña y se los robé para seguir jugando. Decía muchas mentiras, como que mi madre estaba enferma y necesitaba mandarle dinero, solo para quitarme el mono. Tened cuidado con el juego. A mí me ha arruinado y casi me he separado de mi familia”, les recalca. De hecho, su esposa le tuvo que esconder los objetos de valor para que no los vendiera y quitarle las llaves de casa.

Aunque sus adicciones ya causaban estragos, todos negaban haber perdido el control. “No lo aceptas”, afirma Marian. “Yo lo he empezado y lo puedo parar”, pensaba Mustafá. “Yo lo minimizaba todo. Sí, tengo un problema, pero no pasa nada, lo controlo. No controlas nada, ¿qué vas a controlar?”, parece decirle Javier al joven que él mismo fue.

"Proponeos estar una semana sin fumar porros. Si sentís angustia por no hacer eso, cuidado"

Verónica Villalvilla - Psicóloga de Bidesari

La psicóloga les invita a dirigirse a “los que piensan que no pasa nada por fumarse un porrillo todos los días o por ponerse hasta arriba de alcohol los fines de semana” y Javier les propone ponerse a prueba. “Si te tiras un fin de semana sin consumir nada y no puedes con ello, tienes un problema”, trata de abrirles los ojos, mientras Verónica les anima a fijarse metas, como “estar una semana sin fumar porros”. Varios alumnos se ríen, como si, conociendo el percal, sonara inalcanzable.

“Si sentís angustia por no hacer eso, cuidado”, avisa la psicóloga, que les pregunta qué es la fuerza de voluntad. “Es decir para, porque llega a ser un problema”, responde un chico. “Cuando lleguéis a vuestra casa borrachos y vuestras familias os digan: Oye, ¿qué pasa?, es que algo no va bien. ¿Os gustaría que llegaran vuestros hijos borrachos todos los fines de semana? Yo creo que no”, les intenta hacer reflexionar Javier.

“A los 15 años mi cabeza no soportaba”

Consumir droga es como jugar a la ruleta rusa. “Igual alguien no desarrolla una adicción y otro desarrolla una adición y además una enfermedad mental añadida”, explica la psicóloga. Javier es ejemplo de ello. “A los 15 años me tenía que medicar porque mi cabeza no soportaba. Yo tengo un trastorno de personalidad múltiple a consecuencia del exceso de drogas y lo tengo para toda la vida. Mi cerebro no estaba preparado para el consumo”, cuenta.

“Vuestro cerebro está evolucionando, todo lo que ahora le hagáis va a tener mucho más efecto”, corrobora Verónica. “Lo perjudicas a futuro”, dice, dándolo por entendido, un alumno.

A las consecuencias en la salud, hay que sumar las penales. “El 90% de las personas que están en prisión tienen una adicción. Es un problema social”, expone la psicóloga. Y esta vez es Mustafá quien apuntala sus palabras. “Conozco a un montón que no delinquían y que, por una copa o una raya, han matado a alguien con el coche. Conozco a futbolistas, médicos, un abogado, un profesor… Por una copa o peleas”, comenta este interno.

“Un puñetazo mal dado, un botellazo… Gente muy joven está entrando en la cárcel por problemas de adicciones los fines de semana. Por estar bajo los efectos de sustancias, en una pelea terminas por agredir a una persona de forma grave y acabas en prisión y le has fastidiado la vida a esa persona, a su familia, a la tuya, a ti…”, incide en las consecuencias Miguel Romillo, trabajador social de Bidesari. “No es solo por ir a prisión, que es tiempo perdido, es que puedes no solo perjudicarte a ti, sino al resto”, concluye, concienciado, un chaval.

“Un puñetazo mal dado, un botellazo… Gente muy joven está entrando en la cárcel por problemas de adicciones los fines de semana"

Miguel Romillo - Trabajador social de Bidesari

"La prisión es durísima"

A estas alturas de la sesión a nadie le queda duda de que “el final de la película es este, no el que aparece en una serie donde el que consume y delinque es el rey de la fiesta”, señala Verónica, y Mustafá lo refuerza asegurando que “la prisión es durísima: comes con tiempo, te levantas con tiempo, siempre orden, orden… Te quitan la mayoría de tu libertad”.

“Hay que obedecer aunque muchas veces estás en contra porque no soy un inútil, soy una persona adulta, pero es lo que hay. Que viaje tu familia desde lejos para verte y le digan Venga, ya, ya, encima con un cristal por medio… No sé, chicos”, les habla de tú a tú Javier para que se hagan cargo.

Pese a todo, los tres han encontrado en prisión la mano tendida de Bidesari, que les ha ayudado a cambiar de rumbo. “Estoy deseando vivir fuera de la droga, hacer deporte, estar con mi familia…”, anhela Javier, feliz por tener un proyecto de vida. “Ojalá hubiese tenido vuestra edad para tomar esa decisión de decir: Me merezco algo más y luchar por ello, una profesión, algo verdadero. Hoy en día tengo 45 años y me jode mogollón empezar otra vez de cero”.

En la cárcel Mustafá ha aprendido a trabajar –“fuera siempre hacía daño para conseguir dinero”– y a valorar a su familia. “Ahora tengo 20 pavos y salgo con mi mujer y mi hija, tomamos un café, estoy feliz... Antes tenía mil pavos y me escapaba solo”, recuerda este interno, al que también han enseñado a gestionar el malestar sin drogas. “Si estoy triste o siento ira, voy a entrenar y me relajo, leo un libro, me pongo a pintar…”.

“Cuando cuenta mi vida a los chavales estoy feliz. Mis amigos se reían de mí más que aconsejarme"

Mustafá - Interno en el Centro Penitenciario Araba

"No os dejéis influenciar"

Un chaval cuenta que sabe de alguien que “fuma porros, se ha metido coca, se pelea...” y plantea ayudar a estas personas “estando ahí, haciendo que paren”. “En cuanto te des la vuelta, lo van a hacer no una vez, sino cuatro. Te vas a crear mucha responsabilidad y te vas a llevar un chasco de la hostia. La solución es que se lo comentes a un profesor o a un adulto”, le reconduce Javier, que anima a los chavales a hablar con sus padres o hermanos mayores cuando estén tristes. “La verdad por delante siempre”, les pide.

Dice el trabajador social que “los chavales se quedan impactados” tras oír estos testimonios, que a veces lloran o “se levantan a saludar y dar ánimos a quienes vienen de prisión”. Para los internos, añade, resulta gratificante “devolver a la sociedad parte del daño que han podido hacer”.

“Cuando cuento mi vida a los chavales estoy feliz. Mis amigos se reían de mí más que aconsejarme”, lamenta Mustafá. “Con que uno se quede con algo ya es excepcional”, opina Javier, que se despide de ellos con un consejo. “Los protagonistas de vuestra vida sois vosotros, no os dejéis influenciar. Aprovechad la vida, es muy bonita sin drogas”. Gracias en formato aplausos.