"Ríe cada día”. Lo dice un letrero que Gonzalo Martínez tiene colgado en la caravana donde vive y él tiene pinta de cumplirlo a rajatabla o al menos intentarlo. No siempre lo ha conseguido. Tras divorciarse, le costó “un poco” adaptarse a esta nueva etapa, pero no por las reducidas dimensiones de su peculiar hogar. “Echaba de menos a los hijos, aunque puedo ir a verlos cuando quiera”, aclara.

A sus 54 años, este repartidor leonés empadronado en Bilbao ha emprendido una nueva ruta, la de sobreponerse a las circunstancias. “Tal y como están las cosas, divorciado, me resultaba inviable meterme en un piso. Estoy trabajando con contrato fijo, pero para pagar todos los gastos que conlleva ahora mismo la manutención de los hijos... es complicado. Así por lo menos me aseguro de que a lo que no le va a faltar nada es a la pensión de ellos, que es lo más importante”, cuenta, finalizada la jornada laboral, en un día soleado que se presta, con la naturaleza a dos pasos, a las bermudas, la manga corta y las chanclas.

Dada la carestía de la vivienda, Gonzalo empezó a mirar la caravana que hasta entonces usaba en su tiempo de ocio con otros ojos. “La tenía para fines de semana, así que la adapté con agua caliente para ducharme y todo lo necesario para hacer aquí la vida”, recuerda.

Ya lleva un año entre sus cuatro paredes, por lo que el periodo de prueba está más que superado. “Es un mundo que siempre me ha gustado mucho. Se trata de adaptarse a menos espacio. Luego te das cuenta de que, con un poco más de organización, prácticamente tienes lo mismo que en un piso. Yo vivo exactamente igual”, afirma.

En una visita exprés demuestra que, comprimido o no, no le falta de nada: cocina, baño, saloncito, una cama doble y un par de literas, armarios y compartimentos por doquier... “Cuatro personas dormirían aquí perfectamente. Hay apartamentos pequeñitos que no tienen esa capacidad como no echen colchones en el suelo. Si quisiera venir un amigo, puede”, dice. Y, encima, “lo limpias todo, hasta las paredes, en poco tiempo”. Luminosa, todo hay que decirlo, es un rato.

“Por poquito puedes comprar algo y siempre es mejor esto que estar durmiendo en un cajero o en la calle”

Gonzalo Martínez - Repartidor

Ni siquiera las inclemencias del tiempo le hacen mella. “En invierno no hay problema porque tengo una calefacción estacionaria de gasoil”, detalla. ¿Y cuando el termómetro parece sumergirse al baño maría? “Para el aire acondicionado sí que necesitas corriente eléctrica o un sistema de luz solar muy potente, pero, siempre que se mueva un poquito de aire, esto es como cuando abres seis ventanas en una habitación. En el piso donde vivía antes las semanas de mucho calor tenía 28 o 29 grados en casa y no se podía dormir. Aquí nunca he tenido más. Abres todo un poquito y ya está”, resuelve.

“Toda la vida desde luego que no”

La caravana de Gonzalo ya tenía sus añitos cuando la compró y se puso manos a la obra para reformarla por sí mismo. “Ahora este mundo se ha puesto en auge y los precios han subido, pero, a partir de unos 5.000 euros, tienes una para empezar a vivir”, calcula.

En el área de autocaravanas de Zamudio, desde donde da a conocer su historia, no tiene que afrontar más gastos. “Estar instalado no cuesta nada y no pagas el agua”, dice. No por eso la malgasta. Al contrario. “Al tener que llenar el depósito con la manguera, la valoras mucho más y te das cuenta del uso abusivo que se hace del grifo”, confiesa.

Sus hijos, que le sonríen desde las fotografías con las que ha decorado las paredes, se reúnen con él el fin de semana. “Pueden venir cuando quieran, pero entiendo que una vida de familia en una caravana no se puede hacer”, reconoce, aunque “para una persona sola está bien”.

Mirando el horizonte –el cielo de azul intenso, a sus pies una moqueta poblada de árboles–, se visualiza de vuelta a León. “Quedarme aquí toda la vida, desde luego que no. Cuando me jubile, me volveré a mi pueblo, allí es otra historia, una casa... Esto era para irme arreglando, pero si tengo que estar así cinco años, no me importaría”, asegura.

Al fin y al cabo, dice, “vengo de un pueblito que en invierno tiene treinta habitantes, desde pequeñito me he hecho a cruzar la puerta y estar en la calle y esto es como un pueblo, conoces al vecino”. Algunos viven sobre ruedas por gusto. Otros, por necesidad. “Es una oportunidad. Por poquito puedes comprar algo y siempre es mejor esto que estar durmiendo en un cajero o en la calle”.