“En estos diez o quince días quiero desbrozarlo todo porque la hierba crece más rápido que el brote. A finales de agosto regaré, no para que no se mueran, sino para que tiren con un poco más de brío, pero están prendiendo todas bien”. El viticultor encartado Alfredo Egia vigila las más de mil vides plantadas entre finales de mayo y principios de junio en el Cerro del Castillo de Balmaseda. Arraigan a pocos metros del lugar en el que no cesan de emerger vestigios del agitado pasado bélico de la primera villa fundada en el actual territorio vizcaino en un emplazamiento estratégico.

Fruto de un convenio suscrito la pasada legislatura entre el Ayuntamiento y la Cátedra Unesco de Paisajes Culturales y Patrimonio y la Universidad del País Vasco, la tercera campaña de excavaciones supervisada por el arqueólogo Jose Luis Solaun en la fortaleza de origen medieval ha desenterrado más estancias de un cuartel construido por los carlistas.

Además, en breve se acometerán las labores de consolidación para facilitar las visitas y su puesta en valor. En una fase inicial, con “señalización y un puente” que permita cruzar el foso y hacerse una idea de cómo vivían los sucesivos ocupantes del castillo entre los siglos X (en el que se dataron los restos más antiguos hallados hasta la fecha) y el XIX, según explican Urtzi Llano –arquitecto de la cátedra– y Fernanda Mercado, investigadora de Euskoiker y coordinadora del proyecto Txakoli: Ondare Bizia.

Ambas ramas progresan en paralelo a largo plazo en una iniciativa que se nutre del compost de la “socialización”: la implicación ciudadana que incentiva la asociación cultural Orexinal desde que naciera hace cinco años invitando a alzar la vista en el convencimiento de que en el Cerro del Castillo duermen interesantes datos sobre la historia de Balmaseda y recuperando la vida en torno a un enclave que se había mantenido aislado y semioculto entre la maleza. Iluminación de la fortaleza en efemérides señaladas, charlas para difundir los resultados de las intervenciones arqueológicas o visitas guiadas cultivan ese reencontrado vínculo.

Una bodega urbana

Encarna otro ejemplo la espectacular respuesta a la campaña de crowdfunding lanzada a finales del pasado año para sufragar la repoblación de la ladera con txakoli tinto. El objetivo final es impartir formación, reintroducir las variedades autóctonas Gascón y Seña (todavía no admitidas por la Denominación de Origen Bizkaiko Txakolina) y abrir una bodega en un edificio del casco histórico que impulse la producción local y enriquezca la oferta turística. La primera cosecha tardará “al menos cuatro años, lo que nos concede margen para disponer de un espacio físico”.

Aunque por el momento no se puede concretar más sobre el emplazamiento, desde la cátedra confirman que ya se barajan opciones y buscan líneas de financiación, mientras perfilan la constitución de “una figura organizativa autosostenible y autogestionable que coordine los terrenos, la bodega, etc.” Con un abanico de posibilidades de futuro: desde fomentar la producción para consumo propio y apostar por Balmaseda como referente del emergente enoturismo hasta la opción de crear una marca de txakoli.

En principio, “se iba a haber organizado un taller para la plantación”, cuentan desde la asociación Orexinal. Sin embargo, “temas burocráticos la retrasaron unos meses, el tiempo no acompañó y hubo que hacerla entre semana”, así que no se pudo compartir. Pero siguen otorgando prioridad a “hacer el proyecto todo lo didáctico posible; con eso no hay problema porque la gente de Balmaseda se vuelca siempre”, agradecen desde la agrupación con una mención especial a Alfredo Egia “por su aportación”. Urtzi Llano y Fernanda Mercado inciden en la importancia de la “formación y especialización” que esperan activar en septiembre para involucrar a productores del municipio.

Han comenzado por plantar “dos mil metros cuadrados situados justo debajo del castillo y mil más colindantes con otra viña existente en ese cerro”, con una orientación “sur, soleada y, sobre todo, con una muy acusada pendiente, del 40 al 70%” que impide la mecanización. En contrapartida, favorecerá “vinos de la máxima calidad y un paisaje de gran belleza”, describe el viticultor, que ha elegido para esta atalaya el tinto Cabernet Franc. Natural de Zalla, tiene en Balmaseda los viñedos de su Egia Enea, ganadores de numerosos premios.

Puente y carteles

Las trombas de agua del mes de junio en la villa le sorprendieron, al igual que a las personas que “durante cuatro semanas”, cifra Urtzi Llano, se afanaron en sacar a la luz más restos del Cerro del Castillo. Este año han profundizado en el cuartel carlista de 1836, en el que “se ven los umbrales de las puertas y algunas paredes conservan el acabado en yeso”. “De cara a finales de año” confían en tender un puente similar al que ya existió antaño para salvar el foso “y poder así ver el yacimiento” que se está revelando como “la Pompeya de las carlistadas” debido a su “singularidad”. Y es que “cuesta encontrar algo similar en Euskadi y nos va a ayudar a entender la guerra en este frente de batallas extremadamente cruentas”. También contemplan reconstruir la puerta de entrada e instalar paneles informativos.

Para 2024, si todo transcurre según los planes, reservan “la plataforma superior, la más antigua, medieval” que puede deparar más sorpresas porque persisten “infinidad de preguntas sin resolver” en torno al milenario guardián con preciosas vistas sobre Balmaseda.