Domingo Martínez entró en el frontón agarrando con los ojos vidriosos la túnica que había vestido Jesucristo hasta la crucifixión. A sus 90 años, Minguín, como le llaman afectuosamente en Balmaseda, vio orgulloso cómo su nieto Aitor, de 27, soportaba el peso de encarnar al personaje principal de la Pasión Viviente, su hijo Óscar le ayudaba a transportar el madero de ochenta kilos y su hija Lourdes era consolada por San Juan tras haberse convertido en la Virgen María. Tres generaciones de la familia en las que el afecto por la Pasión Viviente ha arraigado desde siempre.

Y es que la historia se repetía. En 1992, teniendo la misma edad que hoy Aitor, 27 años, Óscar Martínez dio vida a Jesucristo. “Al principio, cuando te colocan la cruz encima piensas que igual no eres capaz de acabar, pero 200 metros después ya te has acostumbrado”, compartió. Aunque prefirió no comentar con él nada de los entresijos de la representación para que disfrutara sin ideas preconcebidas.

El Viernes Santo ambos desayunaron juntos camino del frontón. Se despidieron hasta el encuentro, ya durante el Vía Crucis, cuando capturan al Cirineo de su huerta para obligarle a aliviar algo de la tortura del Nazareno. En Balmaseda este rol suele corresponder al padre de Cristo en la vida real, como ocurrió con Óscar y Domingo Martínez hace 31 años. De aquel día el patriarca recuerda que padecía “lumbago, así que no me dejaron tirar en exceso”.

Desde su puesto en la comitiva pudo observar cómo Óscar “ya venía conmovido de antes, de cuando me han sacado del terreno” y se deshacía en llanto nada más posar su mano sobre la cruz. Ese instante es “para mirarse directamente a los ojos”, contaba el padre y abuelo. Otros familiares arroparon a los cuatro en distintos puntos del recorrido.

En la segunda caída, en la plaza de San Severino, “he sentido que la cruz sonaba al suelo a tablón”, describía Óscar, que lo pasó mal por el daño que pudiera haberse hecho su hijo y contener el instinto de levantarle rápidamente.

Al cruzar el Puente Viejo “aitite ha guiado la cuerda que nace del cuello de Jesucristo” para que pudieran cubrir unos metros los tres juntos. Ahí “se me han saltado las lágrimas”, reconoció Domingo. Igual que a su nieto, que en sus propias palabras no es de “exteriorizar las emociones”. Sin embargo, “sentirlos a los dos a mi lado ha resultado muy especial, precioso”.

Comida para 36

Y pocos metros detrás, su tía Lourdes sin perder detalle y también muy tocada a la vez que feliz. La recreación de la Piedad con el cuerpo de Cristo ya fallecido sobre el regazo de la Virgen María puso fin a la escenificación de la Pasión Viviente. Después ya pudieron abrazarse con total libertad dentro del frontón. Óscar seguía sin poder contener las lágrimas ya después de haber dejado atrás el atuendo de época. Lourdes iba a salir en la procesión de pasos a la tarde junto con otros personajes. Pero antes habían quedado para una comida familiar con nada menos que 36 comensales.

Con la misión cumplida, “hoy –en relación al viernes– toca tomar algo, estar en la calle, ver las procesiones de pasos, disfrutar... que ya descansaré más adelante”. “Al día siguiente te duele todo el cuerpo. Cuando se duche le van a escocer las rozaduras”, advertía Óscar, buen conocedor de la resaca física que arrolla a los Jesucristos después de la dura prueba a la que se someten y la montaña rusa emocional. Pero se sobrelleva mejor en familia.