El Museo Etnográfico de Orozko suma, desde ayer, una nueva pieza a su colección permanente: una réplica en maqueta de un trabuquete medieval construido en el collado de Asuntze, bajo el monte Untzueta, para derribar –por orden de Don Tello, en 1357 y tras un duro asedio de más de dos meses– el castillo que hubo en su cumbre, a 766 metros de altitud y que era visible desde Orozko, Laudio, Arakaldo, Arrankudiaga-Zollo o Zeberio. Para ello se utilizó un ingenio, parecido en su diseño a la catapulta, pensado para lanzar proyectiles de piedra, llamados harribolas o piedras de la muerte, que tenían entre 45 y 60 kilos de peso. Para alcanzar la cima del Untzueta, el trabuquete debía disponer de contrapesos de entre mil y cinco mil kilos y, dado su tamaño y la fuerza que exigía su carga, era un arma extremadamente lenta, por lo que solo era posible cargar y tirar tres o cuatro bolas a la hora. Requería la presencia de 12 hombres más un capitán llamado magister tormentorum, además de carpinteros, leñadores para talar árboles y una decena de canteros que tardaban unas diez horas en tallar una piedra.

Dibujo del castillo de Untzueta que reproduce lo que fue su asedio, en 1357, y los restos de la fortificación hallados en 2006 y 2007.

A mano por Patxo Xabier Pozo

La réplica del trabuquete que se exhibe ya en el Museo Etnográfico de Orozko ha sido realizada a mano, pieza a pieza, y con todo lujo de detalles por Patxo Xabier Pozo, bilbaino de nacimiento, pero residente en la cercana localidad de Laudio. “Hace ya unos años, hice dos maquetas por encargo que se pueden ver en el Ayuntamiento de Arrankudiaga-Zollo. Y ahora me ha parecido interesante realizar otra para este museo porque tiene un pequeño espacio dedicado al castillo de Untzueta en el que se muestra un panel informativo, una de las harribolas y piezas recuperadas en las prospecciones arqueológicas promovidas en 2006 y 2007 por Aunia Kultura Elkartea”, explica. El tiempo empleado en esta nueva reproducción ha sido solo “de una semana” y ha sido realizada “siguiendo un modelo francés, con madera de abeto y sin utilizar ninguna herramienta eléctrica” y utilizando, para algunos elementos, materiales tan curiosos como “palos de pinchos morunos o piedras cogidas de un jardín de Laudio”.

Antes de esas dos campañas de excavaciones arqueológicas que sacaron a la luz los restos de los gruesos muros del castillo de Untzueta, de 1,67 metros de anchura, la única evidencia material de la existencia de esta fortificación y del asedio que sufrió eran las piedras cinceladas, similares a un balón de fútbol, que se encontraban diseminadas en diferentes puntos del valle. Hoy en día, el municipio de Orozko puede presumir de disponer de una gran colección de harribolas, pero también es posible verlas en terrenos de localidades cercanas como Zeberio, Arrankudiaga-Zollo o Arakaldo. Y tal era el desconocimiento antaño de su origen que en las leyendas populares de esta zona del Alto Nervión se achacaba su existencia a los gentiles, gigantes de la mitología vasca de fuerza descomunal y que, según decían, jugaban a los bolos y a la pelota entre los montes Untzueta y Arrola.