Llevan consigo a sus bebés de plaza en plaza para poder seguir dándoles el pecho; se unen a sus maridos una vez jubiladas para sacar adelante la huerta; llevan la contabilidad, cavan la tierra y recogen pimientos, acelgas y tomates. Las mujeres baserritarras han jugado, y siguen jugando, un papel fundamental en el sector agrario aunque muchas veces su trabajo ha quedado invisibilizado. "Las mujeres siempre hemos estado dos pasos más atrás", asegura tajante Rosa Elgezabal, de Arrieta. Ella se cansó un día de estar siempre en la sombra y decidió, dice, dar un puñetazo en la mesa. "Aquí, si no te pones firme y defiendes tu sitio, te comen el terreno. La mujer nunca ha sido visible", lamenta. Y eso que, según coincide Itziar de la Concepción, "la mujer ha sido la que ha llevado siempre la batuta en el campo".

Rosa Elgezabal: "Hemos tenido que reivindicar nuestro espacio"

El mundo celebra mañana el Día de la Mujer Rural, una jornada en la que se quiere reconocer el papel que han jugado en el desarrollo del mundo agrario. En el territorio, actualmente hay 1.431 mujeres ocupadas en el sector rural. Rosa Elgezabal es una de ellas. Para ella, mañana será un día más; lo pasará recogiendo pimientos, puerros y berzas como lo hizo el día de su cumpleaños, el pasado 29 de septiembre. "Todo el mundo mandándome mensajes de felicitación al móvil y yo ahí, debajo de un aguacero de aúpa, en la huerta, con una chupa...", recuerda. Así es la vida en el baserri, sin horarios ni días de fiesta, aunque ella lo relativiza. "Cada uno tiene su trabajo, ¿no?".

La vida de Rosa ha estado siempre ligado al caserío; ya con 15 años, cuenta, venía al mercado que se sigue celebrando en Mungia. En su casa, hasta hace dos años, siempre han criado animales, cerdos con los que elaboraban chorizos y otras chacinas, aunque ella llegó a trabajar una década en un bar. Ahora se dedica a la huerta y a sus primorosos ramos de flores, "que me encantan". "A mí me gusta pero es duro; porque no solo tienes que estar en la huerta, hay que atender a los hijos, la casa... Las mujeres siempre hemos estado dos pasos más atrás, nunca hemos sido visibles, lo he visto en mi madre y en mi abuela; nos hemos tenido que hacer duras, dar un puño en la mesa y reivindicar tu espacio. Si no, te comen los hombres, por muy buenos que sean. Yo sigo luchando por esto", advierte.

Ale de Dios: "Es bonito pero necesita mucha dedicación"

Ale de Dios atiende en su puesto de pan Jose Mari Martinez Bubu

Ale de Dios coge en brazos a su pequeño Luar que, a punto de cumplir cuatro meses, es el más pequeño de los tres hermanos, mientras despacha una de las hogazas de pan ecológico que produce. "Con ayuda de la familia vas tirando para adelante pero como le estoy dando el pecho tiene que venir conmigo...", explica. En su explotación hornea diferentes tipos de pan ecológico, crían vacas de carne y mantienen una huerta. "Mis aitites vivían en un baserri y desde pequeña me ha gustado mucho; los estudios los encaminé por este sector, conocí a mi pareja, que tiene los mismos gustos, y aquí estamos", relata.

Aunque a sus 38 años no cambiaría su forma de vida, reconoce que el mundo rural es duro. "Es bonito pero tiene mucho trabajo y es sacrificado; nos arreglamos para ir rascando algún día libre pero tienes que estar ahí por la mañana, por la tarde y por la noche". Vecina de Zeanuri, ha conocido el halo de invisibilidad que ha rodeado a las mujeres, "siempre tapadas", pero confía en que a partir de ahora se reconozca su trabajo y recuperen el lugar que merecen. Relevo generacional, dice, hay, pero poco. "El baserri siempre ha sido familiar y necesita muchas horas y mucha dedicación. La conciliación familiar es complicada y necesitas mucha ayuda. Para la gente que quiere empezar encontrar terreno tampoco es fácil", plantea.

Haizea Bengoetxea: "Es una forma de vida"

Haizea Bengoetxea comparte no solo generación con Ale sino también tradición familiar ligada al campo, un amor inquebrantable por la tierra y las dificultades para conciliar vida familiar y laboral como mujer. "Estudié Ingeniería Agrónoma y siempre he tenido claro que quería dedicarme a la agricultura ecológica", explica. En su caso, la vocación le viene de familia. "La rama de mi ama es baserritarra y yo he cogido ese relevo eso sí, manteniendo el modelo de producción, diversificando y volviendo a lo que era antes", explica, mostrando las frutas y verduras que cultivan, y las conservas vegetales que producen.

Quizá por esa ligazón tan íntima, para Haizea la vida en el campo, en Fika, no es solo un trabajo. "No es un trabajo; es una forma de vida que yo tengo muy claro que tenemos que mantener, volviendo poco a poco a lo que éramos", defiende. "Es una vida muy gratificante pero también muy sacrificado y bastante olvidado". Por partida doble, admite, en el caso de las mujeres. "La situación del sector es muy delicada y ser mujer es un añadido de dificultad. Cuesta visibilizar nuestro trabajo: salimos en muchas postales pero a la hora de la verdad no hay una apuesta firme por la agricultura. Y cada vez es más difícil encontrar espacios en las plazas para la venta directa", lamenta. "Como mujeres, tenemos otras cargas de trabajo ligadas a los cuidados; cuando llevas adelante un proyecto agroecológico y tienes que combinarlo es bastante complicado".

María Isabel Abajo: "La gente valora muchísimo el producto"

María Isabel Abajo, con sus manzanas José Mari Martínez

A María Isabel Abajo se le hace difícil calcular cuántos años lleva dedicándose a cultivar frutales, sobre todo manzanos, y elaborar sidra natural. "No los tengo contabilizados pero un montón... ¿30?", ríe cuando se le pregunta. Su marido y ella siempre habían tenido árboles en casa, más como hobby que otra cosa pero un accidente de él, que trabajaba en la construcción, les hizo replantearse el futuro. "Pasamos a dedicarnos a ello a tiempo completo".

Las altas temperaturas de un verano casi tropical en Bizkaia han hecho merma en el campo. "Ha habido muy pocos kilos. Si el año pasado la cosecha me aguantó hasta febrero para venir al mercado, este creo que la terminaré en noviembre. En agosto se empezó a caer hasta la hoja, cosa que no toca en esa época; se cayó hasta la pera. Algo muy extraño", se sorprende. Pese a todo, no puede estar más agradecida a la aceptación que tienen los productos que, desde Gatika, vende en los mercados de Portugalete, Gernika y Mungia. "La gente valora muchísimo nuestro producto; es de agradecer. Vienen al mercado, se llevan el producto y le echan mil flores. Que alguien te diga que solo come manzanas cuando las traes tú es algo que te hincha", se emociona. Es por ello que se confiesa una enamorada de su trabajo. "A mí me gusta lo que hago; lo mejor es lo agradecida que es la clientela". En su caso, nunca se ha sentido tratada de forma diferente por ser mujer. "No creo que se marca una diferencia. Me considero una trabajadora más", afirma.

Itziar de la Concepción: "La mujer es la que ha llevado la batuta en el campo"

Itziar de la Concepción José Mari Martínez

Cuando Itziar de la Concepción era pequeña, no había muchas salidas laborales para las mujeres. "O seguías con la huerta de casa, o te ibas a servir, no había más", rememora. Aunque finalmente tiró más el mundo rural, en su caso también trabajó fuera de casa. "Pero al final, cuando los niños son pequeños es más fácil cuidarles si estás en casa", admite rodeada de las vainas, patatas, pimientos, calabazas, cebolla, alubia o zanahorias que produce, "no mucho pero tenemos un poco de todo".

Esta baserritarra ha visto, desde bien pequeño, cómo el peso del caserío recaía sobre las mujeres, sin que su trabajo se viera muchas veces reconocido. "La mujer es la que siempre ha llevado la batuta en el campo", proclama, convencida. Es pesimista respecto al futuro. "La situación en el campo está cada vez peor; ya no se cosecha como antes", lamenta.

Maritxu Larrazabal: "En la aldea está todo muy difícil"

Maritxu Larrazabal José Mari Martínez

Tras una vida entera trabajando como cocinera en un colegio, Maritxu Larrazabal debería estar ya jubilada a sus 75 años. "A mi marido le gusta tener huerta así que aquí estamos. A mí también me ha gustado siempre", cuenta pesando un puñado de pimientos. Y eso que, admite, la situación es cada vez más complicada. "Hoy en día en la aldea está todo muy difícil; no llueve cuando tiene que llover, no hace bueno cuando tiene que hacer... ¡Y a qué precio se ha puesto todo! Es de los momentos más duros que hemos vivido", reconoce. Dedicados a la huerta sí, pero también saben disfrutar y descansar cuando toca y perdonan unas semanas de vacaciones cuando tienen la ocasión. "También nos vamos unos días si podemos, no estamos ciegos con esto. ¿Por qué no?", se ríe.