"Empezaba a clarear el día cuando despertó el doctor Aresti, sintiéndose empujado en un hombro. Lo primero que vio fue el rostro de manzana seca, verdoso y arrugado, de Katalin, su ama de llaves, y los dos cuernos del pañuelo que llevaba la vieja arrollado a las sienes. —Don Luis€ despierte. Muerto hay en el camino de Ortuella. El jues que vaya". Y allí se fue, al camino de Ortuella, el doctor Aresti, personaje central de la obra El Intruso de Vicente Blasco Ibáñez en el que los lectores reconocen de inmediato la insigne figura del vizcaino doctor Enrique de Areilza y Arregi quien pasó dos décadas dirigiendo el Hospital minero de Triano en Gallarta donde atendía las penurias físicas de los mineros. Como Nicolás Barragán, un minero al que debió amputar un brazo tras un accidente en la mina, y que se convertiría en el guía que acompañó al escritor valenciano de obras tan populares como La Barraca, Cañas y Barro, Arroz y Tartana o Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis por los diferentes tajos, por los poblados y los paisajes de la zona minera durante su breve estancia en Bizkaia.Dotado de una gran capacidad de observación, un marcado gusto por el detalle y una reconocida aptitud para perfilar personajes y atmósferas, Blasco Ibáñez puso negro sobre blanco la obra El Intruso en 1904, año convulso en la política española -era diputado- que le llevó incluso a batirse en duelo tras llamar en un incendiario discurso parlamentario "teniencillo" a un militar presente en el hemiciclo tras una manifestación en la que el político, escritor y periodista republicano fue zarandeado por las fuerzas del orden.

Ahora, más de un siglo después de la primera edición, la novela volverá a la imprenta por iniciativa del Museo de la Minería del País Vasco, la colaboración de Trueba Zentroa y la participación de Miguel Areilza Churruca, nieto del ilustre doctor que glosa la relación de Areilza con la minería y sus esfuerzos por proporcionar a los trabajadores la mejor atención posible. "En este ambiente transcurrieron veinte años de dedicación profesional intensa y absoluta a sus enfermos y al estudio de las novedades técnicas y médicas llegadas en revistas y libros al Hospital. Eran las lecturas de un omnívoro intelectual que abarcaban desde las religiones hasta la literatura pasando por la historia, el arte, los viajes, las ciencias naturales y exactas, la política y la sociología. Sus veinte años en Gallarta fueron años decisivos no solo en su formación científica y práctica sino en la forja de su temple moral e intelectual", reseña Miguel Areilza en el prólogo de esta novela "indispensable" para los responsables del Museo de la Minería y que podría ver la luz esta primavera.

Vicente Blasco Ibáñez en un mitin republicano en Madrid, 1905. Foto: José Demaría López / Nuevo Mundo (DP)

"Ahora mismo todas las ediciones de esta obra, incluida la más reciente realizada por La Casa de Libro en 1999, están agotadas y pensamos que con esta nueva edición tributamos un homenaje a este autor que tan bien supo reflejar la sociedad de Bilbao y de Meatzaldea de finales del siglo XIX y principios del XX", comenta Haizea Uribelarrea, directora del museo abantoarra, quien reconoce que "sabemos que Blasco Ibáñez estuvo aquí poco tiempo pero aún así creemos que a través de esta novela, de fácil y amena lectura, se da una amplia pincelada de lo que fue la historia en aquellos momentos en las minas de Bizkaia y pone de relieve las diferencias que había en la sociedad entre el Bilbao, capital de moda, como recuerda Alberto Bargos en la sinopsis del nuevo libro, y las localidades y enclaves mineros".

Referencia

No es la obra de Blasco Ibáñez -que cuenta con un paseo nominado en su honor en el centro urbano de Gallarta- la única que tiene a la zona minera como protagonista pues tanto Juan Antonio Zunzunegi como Luis de Castresana pusieron a Meatzaldea en su pluma pero tal vez El intruso, sea la que mejor la describe. "Tenemos muy poca referencias históricas y menos literarias de lo que pasó en aquella época en las minas. El Intruso es prácticamente la primera manifestación que se hace de esta vida en la que este hombre, habituado a recoger el costumbrismo de su tierra valenciana, hace lo mismo en torno a un actividad industrial que duró apenas un siglo por lo que se convierte en un documento histórico, Blasco Ibáñez tuvo que tomar muchos apuntes de personas, paisajes y situaciones para hacerla", apunta Ameli Ortiz, presidenta del patronato Fundación Museo Minero que como maestra en el colegio público El Casal utilizó muchas veces esta obra en sus clases "para explicar a los alumnos el gran cambio de paisaje que se produjo al desaparecer el viejo Gallarta", apunta.

"Pasaron apresuradamente por la calle principal de Gallarta, una cuesta empinada y pedregosa con dos filas de casuchas que ondulaban ajustándose a las sinuosidades. Eran míseros edificios construidos con mineral en la época que este era de menos precio; gruesos paredones agujereados por ventanucos y con balcones volados que amenazaban caerse", describe Blasco Ibáñez. Paisajes que recreará en la nueva edición el ilustrador, Unai Sánchez de Luna.

"La obra es una amplia pincelada de la historia minera que pone de relieve las diferencias que había en la sociedad"

"La edición será muy gráfica y contará con un prólogo escrito por el nieto del doctor Areilza"

Directora del Museo de la Minería