Suplemento especial #EskerrikAskoBizkaia

SERÁ esta, como aquella otra que soñó el escritor alemán Michael Ende, una historia interminable? No sabemos si sería esa la solución (aunque sea hidroalcohólica, tan de moda en estos tiempos...) o un mal The End pero es algo que no se vislumbra en el horizonte. El ingenio de Albert Einstein ya nos dijo que la formulación de un problema, es más importante que su solución. Supongo que para no tropezar, como se acostumba, en la misma piedra. Para no caer en los mismsos errores. De Michael Ende, les hablaba. Del hombre que nos dijo que "cuando nos fijamos un objetivo, el mejor medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. No soy yo quien ha inventado dicho método. Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. (···) Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fantástico". No está claro que esa sea la salida de este laberinto pero creíamos vivir en el paraíso y todo se hizo infierno, así que habrá que buscar un remedio, más allá del científico de las vacunas. Que vendrá, seguro.

¿Se acuerdan de cómo comenzó todo? Se hablaba en las primeras horas de este nuevo mundo de un cuento chino. No por nada, ? la Covid-19 ? (acrónimo del inglés coronavirus disease 2019) se detectó por primera vez en la ciudad de Wuhan, China, en diciembre de 2019. Como un terrible Gengis Khan, el 11 de marzo de 2020 ya había conquistado más de 100 territorios sobre la faz de la tierra y la Organización Mundial de la Salud (OMS) la declaró pandemia. Ahí comenzo nuestra historia, la larga y dura travesía de la humanidad. Antes de seguir recordemos de nuevo a Dante Alighieri. Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate ("Abandonar toda esperanza, quienes aquí entráis") es la inscripción que encuentra en la puerta del infierno al iniciar su viaje, que le llevará desde allí al purgatorio y al cielo, como narró en La Divina Comedia, obra magna que enlaza la Edad Media con la moderna, y preludia el Renacimiento. La actitud de Bizkaia fue otra desde la primera hora: no abandonar la esperanza ni en los días más duros. Bienaventurados sean todos ellos, los hombres y mujeres que se arremangaron y plantaron cara a las dificutades, cada cual según sus órdenes y su sentido común... ¡Cuando lo hubo!

Aquella mañana del 3 de marzo la consejera de Salud, Nekane Murga, anunció el primer caso de coronavirus en Bizkaia, único territorio vasco que hasta ahora había permanecido libre de contagios para entonces. Cuentan las crónicas que el positivo fue un hombre de 73 años que, según las primeras investigaciones, se habría infectado durante un reciente visita a Francia, en donde tuvo contacto con otro ciudadano belga de Amberes y que posteriormente desarrolló la enfermedad. Llevábamos tiempo a la escucha de las batallitas de aquí y de allá, oyendo los cascos de los caballos en la lejanía hasta que la negra amenaza tocó el timbre de casa. ¡Ya está aquí!

A la misma velocidad con la que cruzó medio mundo (poco después lo circunvalaría por completo...) la Covid-19 fue expandiéndose. De repente, la vida en colores a la que estábamos acostumbrados se convirtió en una proyección en blanco y negro. Y en algunos casos, demasiados por desgracia, se quemó el celuloide de la película de nuestras vidas. Imposible saber cuántos, imposible saber cómo, imposible saber porqué. En aquellos primeros días éramos una sociedad analfabeta, ¿se acuerdan? en cuestiones de epidemias, pandemias, EPI's o la misma cuarentena. ¿Hay cuarentenas de 14 días, como la que decían que iba a decretarse por el Gobierno, o son todas de 40? "Parece que durante la epidemia de peste negra en el siglo XIV se mantuvieron en aislamiento cuarenta días, esta duración se fijó en recuerdo del número de días que pasó Jesús en el desierto»", explica la RAE.

Once días después de aquel primer caso, el 14 de marzo se decretó la primera ley que llevaba al confinamiento, un quedarse en casa obligado para cortarle el tránsito al virus verdugo. Nos mirábamos unos a otros extraños y, confiésenlo, el plan no asustaba aún. Cocinaré con tiempo, leeré con paciencia lo que tengo pendiente o veré el cine y las series para las que nunca saco un rato.

Casi al tiempo, los hospitales y residencias de la tercera edad iban tiñendose de negro. Los números, que más adelante aterrorizarían, volaban. "Han muerto equis", el primero día. "Se han contagiado a centenas", el segundo. Eso ya no era broma. El paisaje se cubría de niebla y, por contraste, comenzaban a florecer los héroes en el anonimato. Hombres y mujeres que se dejaban la piel, cuando no la vida, en los cuidados de la salud. Historias que conmovían mientras las camas de hospital escaseaban. Cada tarde a las ocho la ciudadanía les aplaudía desde los balcones. Los aplausos no eran un gesto vacío. Resonaban como el reconocimiento de un gran mérito y de un riesgo muy real que, por desgracia, quedó patente de la peor manera. Encarni, una enfermera de Santutxu de 52 años, se convirtió el miércoles, 18 de marzo, en la primera profesional del sector fallecida en España en la lucha contra el coronavirus. Murió en el hospital de Basurto, donde llevaba seis días ingresada. Bizkaia entera lloraba...

Por desgracia la costumbre fue apoderándose de la ciudadanía. El número de bajas y de contagios sobrecogía y en los hogares comenzaban a pesar las horas. Una Bizkaia cerrada por inactividad se echó a temblar cuando los gobernantes, aquel 29 de marzo, lanzaron el órdago: cierre total. El paralís, que se decía antaño. Los pueblos en riesgo de quedarse inválidos. Fueron quice días de ciudades fantasma, de vida, ahora ya sí que sí, fantasma. Se aprovechó la Semana Santa y la de Pascua, donde en los balcones ya se hacía de todo. Ahí retumbaron las bandas sonoras del Resistiré y otras más.

Aquel sábado de Pascua ya se habían aflojado los cerrojos. Bilbao, Bizkaia entera, estaba condenada a disfrutar como pocas veces con primera final de Copa entre Athletic y Real Sociedad de toda la historia. Asumido el no jugar, el pueblo se arremolinó en los balcones celebrando la gran fiesta del fútbol en un 18 de abril que, más que nunca, la afición cantó aquello del Athletic, Gu gara. La final que no fue emocionó como pocas veces. Las gabarras volaban de balcón en balcón y el Altza gazteak! retumbaba.

Por desgracia la costumbre fue apoderándose de la ciudadanía. El número de bajas y de contagios sobrecogía y en los hogares comenzaban a pesar las horas. Una Bizkaia cerrada por inactividad iba desperezándose poco a poco pero las otras consecuencias pesaban un quintal. La llegada a la fase 1 se celebró como un año nuevo y provocó raptos de locura, con la gente arremolinándose en las terrazas, haciendo ejercicio físico como si no se hubiesen suspendido los JJ.OO. -que se asuspendieron...- y estuviese en juego una plaza, paseando los perros una y otra vez. Donde hubo paciencia ahora había prisa.

Aquel viernes de mayo lloró Bilbao y, de su mano, Bizkaia entera. Fue necesario anunciar la suspensión de la Aste Nagusia, el día exacto en que se registraba apenas un muerto en toda Euskadi por coronavirus. Era un mal necesario. Los comercios y la hostelería en el fragor de la tempestad lucharon, luchan y lucharán aún contra el naufragio; algunas empresas en Erte y otras heridas de muerte bracean y saldrán de esta. Otras no. La ciudadanía volverá poco a poco a ver la luz pero no se intuye cuándo podremos abrazarnos, besarnos. Todo ha sido, y aún es, incertidumbre pero Bizkaia es de hierro, no lo olviden. Está acostumbrada a forjarse.