HACE unos días comentaba por aquí que me estaba sorprendiendo lo bien que llevaban los niños el encierro, que eran los que menos lo estaban acusando en casa. Tal vez sea el momento de rectificar o, por lo menos, matizar esas afirmaciones. Ayer empezamos a notar mi mujer y yo que los críos están más respondones. No es algo muy exagerado, pero empiezan a protestar por tonterías y a enfadarse, simplemente, porque sí. Las trifulcas entre los dos hermanos son más frecuentes y cuando te asomas al salón te puedes encontrar a Lur tirando de los pelos a Malen en silencio. Sin gritos, sin estruendo. Simplemente se dan de tortas. Yo creo que lo necesitan. Hemos puesto su infancia en modo pausa y ellos necesitan ser niños en todos los aspectos, para lo bueno y para lo malo.

Lo malo es que los días de encierro pesan a todos. Y si ellos están más movidos, los adultos estamos más irascibles. El saco de la paciencia está ya medio vacío. Sí, sí. He dicho medio vacío, no medio lleno. Y cuando la paciencia empieza a escasear se multiplican los gritos. A ver si somos capaces de corregir este fenómeno en los próximos días para que nuestra casa no se convierta en el plató del Sálvame Deluxe.

A media mañana, mientras mi mujer desconectaba del comando infantil, yo me esmeré en jugar al escondite con Lur y con Malen. Bueno, con Malen. Porque en cuanto terminaba de contar, Lur me gritaba dónde estaba y me señalaba el escondite de su hermana. A mí me hacía gracia, pero Malen estaba un poco hasta el moño. Después jugamos al Un, dos, tres, pajarito inglés… y fue un fracaso rotundo a nivel organizativo, pero muy divertido en la práctica.

Una cosa de agradecer es que la escuela de Urduliz nos manda correos electrónicos con mensajes para nuestros críos y, como ayer, con un montón de material para distraerlos: vídeos con cuentacuentos, juegos didácticos… Son detalles que sirven para hacerles ver que su colegio sigue ahí, esperándoles, y que te ayudan a entretenerles otro ratito.

En lo que se refiere al entretenimiento infantil he de confesar que nos estamos enfrentando a diario a un dilema. ¿Qué pasa con la televisión? Hace ya una semana que nos propusimos minimizar el uso de la tele para los niños en todos estos días de encierro, pero reconozco que esta medida es ponernos la zancadilla a nosotros mismos. No, no quieres que los niños se pasen el día hipnotizados delante de la pantalla, pero creo que con la que está cayendo y con esa escasez de paciencia a la que antes hacía mención, el televisor también es una herramienta de escape para los padres. Necesitamos ese respiro.

Otro indicador de cómo nos afecta este encierro son los sueños. ¿Han cambiado ya sus sueños? Los míos, sí. Las últimas noches mis sueños están relacionados de alguna manera con lo que estamos viviendo. Con redescubrir lugares, con la obsesión por hacer cosas que ahora no puedo, como ir a un restaurante, a San Mamés o estar en el parque de los columpios. ¡Odio el parque! Pero ahora me encantaría estar por allí con los padres y madres de siempre hablando sobre el tiempo. Y en todos los sueños que tengo hay mucha gente. La familia, muchos amigos, compañeros de trabajo… Creo que el subconsciente también se siente solo y echa en falta el contacto humano, porque está claro que estos dos críos que gritan y corren a mi alrededor no son humanos.