Bilbao - Una concatenación de causas llevaron hace ya diez años a este hijo de sardinera a vivir en la calle. Sin hogar ni facturas. Sin techo ni letras que pagar. Pese al tiempo que ha transcurrido fuera de las normas sociales, Joseba Álvarez Aspiazu es capaz de razonar sobre lo bueno y lo malo de su situación a sabiendas de que es difícil retornar al otro lado de la realidad a sus 50 años. Desde ese trocito de Bilbao en San Mamés que ha convertido en su lecho durante la noche y su salón durante el día, ve cada día pasar a miles de personas, algunas conocidas, y se ríe de su propia sombra o de quien le dice alguna impertinencia si es el caso. La noche del 26 de octubre, estuvo un buen rato charlando con los voluntarios que hicieron el recuento en esta zona de la capital. “Es gente muy maja, los educadores dicen que tienen que sacarme de la calle, pero no me han convencido aún”. Afirma que no acude a los albergues, ni a los comedores ni cobra ayuda alguna. Dice también que es un indigente atípico. Aun así, y aunque no quiere entrar en ningún colectivo, sin poder evitarlo forma parte de ese grupo de personas sin hogar, 112 según el último recuento, que duermen en las calles de Bilbao, tal y como informó ayer DEIA. La conversación con Joseba pone alma a los números del censo de los sin techo. Su historia es una entre un centenar.
Es habitual verle leyendo. ¿Qué hace durante todo el día?
-Dar muchos paseos, aburrirme un montón, hacer crucigramas, y leer, que me gusta mucho. Si tengo que ir a alguna cita de Lanbide o de otro sitio... pues ir. No me gusta ir llorando de puerta en puerta.
¿Recuerda la primera noche que pasó en la calle?
-Sí, claro, esa no se olvida. Pero no la primera noche porque he sido un golfo toda mi vida, así que había dormido más veces en la calle.
¿Cómo llega a la calle?
-No tiene una respuesta.
Tenía un trabajo, familia...
-Sí, claro. He sido albañil toda la vida y he trabajado en empresas de fundiciones hasta que un día por una, otra y otra causa, que se van apilando una encima de otra, te encuentras que no tienes nada. Estás en la puta calle.
¿No le ayudó nadie en esos primeros momentos?
-Sí, es que si no estaría muerto. ¿Familia? Con algunos no me trato salvo con un hermano, pero como vive en Burgos... y también con mi hijo, pero yo no soy una carga para nadie, que quede clarísimo, vivo aquí debajo del puente más a gusto que un niño en brazos.
Pero la calle es peligrosa.
-Tiene su pelín de aventura.
¿Le han pegado?
-Y he pegado...
¿Le han robado?
-Y he... Casi me pillas (ríe).
¿Ha estado siempre en Bilbao?
-No, no. Me he movido por otras ciudades, pero siempre vuelvo, mi tierra es mi tierra. Ahora que a Pamplona voy todos los años.
A Sanfermines.
-Parece mentira ¿eh? No se espera que los indigentes también tengamos vacaciones y fiestas.
¿Utiliza los servicios sociales?
-Los he utilizado, pero no están hechos para mí.
¿Por qué es diferente a las otras personas sin techo que sí los usan?
-Igual no estoy hecho yo para ellos.
¿Demasiadas ataduras?
-No es eso, no me sale la palabra.
Se ve que no le gusta dar pena.
-No me gusta nada. No me gustan los sitios donde te meten en un saco y todos son iguales. Eso... los gatos. No me gustan esos sitios. ¿Para qué voy a bajar al albergue? No soy racista, de verdad, pero no puedo dormir en un sitio con 200 tíos pegados a mí en literas y el cuchillo en los dientes porque si no me roban. Para eso duermo mejor aquí.
Pues resulta curioso que se sienta más protegido en la calle.
-En cuanto suena una mosca abro los ojos, cojo el palo y a ver quién tiene narices.
Se hacen amigos en la calle.
-Sí, pero son amistades muy etéreas. Aunque la desgracia une y algunos sí encuentras.
Es verdad que la desgracia une, pero la necesidad... ¿Es cierto que pueden llegar a lo que sea por defender el sitio?
-Es que si no defiendes lo tuyo con uñas y dientes te lo va a quitar el más tonto.
Y lo suyo es este trocito de San Mamés.
-Pues sí, y si viene alguien a dormir al lado yo no le voy a decir nada mientras no me moleste. Hace poco estaba un hombre durmiendo a mi lado y yo no le dije ni pamplona hasta el día que se puso a dar berridos y me trajo a la policía. Entonces, patada en el culo y fuera.
¿Cree que lo suyo tiene retorno? ¿Que puede llegar el día en que deje la calle?
-Me gustaría, pero lo veo muy chungo ya.
Solo tiene 51 años.
-Sí, el 3 de enero, pero no me siento joven; en la calle los años pasan antes. Vamos a dejarlo en que me siento desganado.
¿Que le animaría a buscar una salida?
-Lo primero tener un techo y un sitio estable. A partir de ahí podría pensar en más cosas, pero desde aquí no puedo pensar en nada. Eso lo tengo clarísimo, y se lo digo a los de Bestebi y a todos. Desde la calle no puedes desarrollar nada. Primero una guarida donde dormir.
¿No cobra ninguna ayuda?
-Ni la quiero, la verdad. Me da hasta vergüenza. No me gusta la gente que lo hace y encima protesta.
Si es usted de Santurtzi y está en un sitio con tanto tránsito, habrá visto pasar a agente conocida.
-Sí, claro.
¿Le da vergüenza?
-A mí, no.
¿A ellos?
-A algunos. No a todos. Como he sido buena persona toda mi vida, hay gente que pasa por aquí y me dice: ¡Hombre Aspi! y se enrollan conmigo, me traen cosas. Otros cruzan la acera para no verme. Cada uno con sus traumas. ¡Que vayan al psicólogo!
No pierde el sentido del humor.
-Nunca. Le prometí a mi padre en el lecho de muerte que nunca perdería la sonrisa y lo que prometo lo cumplo.
¿Qué hace para que después de tantos años en la calle no haya perdido el sentido de la realidad?
-Soy un indigente atípico. Los psiquiatras ya me lo dicen: loco estás pero aún no sabemos qué tipo de locura.
¿Al menos utilizará los comedores sociales?
-No, tampoco me gustan, malas experiencias... prefiero evitar las cosas antes de que sucedan. No quiero hablar (hace un gesto de cerrarse la boca con una cremallera). Prefiero dentro de un rato ir al bar y pedirle los pintxos que sobran.
¿Se porta bien la gente con los indigentes?
-Yo siempre he pensando que la gente es buena. Hay de todo, pero en general es buena.
¿Se acercaron a usted los voluntarios que hicieron el recuento el pasado mes?
-Sí, sí... estuvimos aquí más de media hora riéndonos. Yo soy famoso a cuenta de que recojo las colillas y salí en la televisión, porque me parece un atraco pedir tabaco a la gente al precio que se ha puesto. Cojo cuatro colillas, un papel de fumar y me lo fumo.
Se diría que es usted feliz aunque supongo que la procesión va por dentro.
-Soy más feliz ahora que antes, porque tengo menos preocupaciones. Paga el piso, paga la matrícula del niño, la letra del coche, el trabajo no sale, este no me paga, ba ba ba... Ahora no tengo nada de eso.
¿Se siente libre?
-Pues sí, se nota. No digo que sea una vida ideal, pero estoy más descargado.
El precio que paga es alto y el frío de las noches llega al corazón.
-Pero soy chicarrón del norte. ¿A uno de Santurtzi, del Cantábrico, le va a dar miedo un poco de frío? (ríe).
¿Viene alguien a intentar convencerle de que deje la calle?
-Un sobrinillo que tengo. Muy majo. Vive en Burgos y de vez en cuando viene a visitarme y me intenta convencer, pero yo ya sé lo que pasa con estas cosas. Tres días muy bien; una semana bien; un mes... la cosa ya empieza a decaer. No quiero molestar a nadie y para irme tres días a Burgos y luego volver a domir debajo del puente, para eso me quedo aquí.
En su puente.
-Efectivamente.
¿Ha cambiado de sitio muchas veces?
-He estado en mogollón de sitios.
¿Y por qué cambia?
-Pues la última vez en concreto porque tiraron el puente de Sabino Arana.
Vamos que nunca llueve a gusto de todos y a usted le hicieron una faena.
-Mirándolo fríamente era necesario, aunque yo estaba muy a gustito. De ahí pasé a un cajero y luego a este puente. Es que esto es muy complicado, porque yo dormía en un cajero y no había ningún problema, pero de repente empezaron a aparecer, el uno que si fumaba plata, otro que no sé qué... yo no puedo echar a nadie de la calle, pero al final lo que pasó es que lo quemaron.
¿Quién?
-La gente que no sabe comportarse. Porque una cosa es estar en la calle y otra saber comportarse.
¿Usted sabe?
-Intento saber estar. Por eso voy a Termibus si necesito ir al servicio, por ejemplo.
¿Qué es lo que le resulta más duro?
-El trato con la gente de la calle más que con la otra. Siempre hay alguien que te toca las narices, pero como tengo mucha guasa pues bueno, me río yo más.
Y con la gente de la calle, ¿por qué?
-Porque no existen leyes. Olvídate de lealtad, de un pelín de razocinio. Puede haber generosidad pero siempre interesada. Tengo algunos amigos, porque la desgracia une. Pasarlo todo bonito no une tanto, pero hay que tener mucho cuidadito y saber discernir.
¿No han podido convencerle para que salga de la calle y utilice los recursos sociales?
-Siguen intentándolo los educadores de calle. Me dicen: a ti te vamos a sacar.
¿Es gente maja?
-La mayoría. El sistema es una mierda, pero ellos no tienen la culpa.
En el último recuento había bajado el número de gente que duerme en la calle. ¿Usted lo nota?
-Pues yo creo que hay más. Están todos los cajeros ocupados. Ahora para meterte en un cajero tienes que ir con un cuchillo en la mano. Es mi sensación.
La crisis ha llevado a gente nueva a dormir a la calle.
-Yo soy un ejemplo. Me quedé en la calle justo cuando empezó la crisis. Ahí empezó la concatenación de sucesos. Nadie pasa de su casa a dormir a la calle por una sola causa. Yo hice mal las cosas, desde luego, si no no estaría donde estoy, pero me coincidió con la crisis. Toma crisis y hasta el fondo.
¿Se puede salir?
-Como soy de filosofía estoica, pienso que si no salimos, entraremos. Que salga el sol por Antequera. Además, yo he cotizado durante 20 años, así que podré cobrar una pensión y alquilar una habitación.
Un día le oí hablando con otros sin techo de política. ¿Le preocupa el Gobierno?
-No me preocupa, pero me gusta estar informado. Va a ser un lustro divertido, cuatro años más de Rajoy y Trump (ríe a carcajadas).
¿Habla con sus colega de esto?
-Cuando me aburro, con la gente del campamento de base. Algunos llevan 20 años en la calle.
¿Qué tiene de bueno vivir en la calle?
-La sensación de libertad no se paga con dinero, pero no es algo idílico tampoco.