aYER hubo boda en Durango. Es cierto que no se trata de una afirmación tan novedosa como para iniciar un texto en este diario. Pero lo que sí es llamativo es que quienes contrajeron matrimonio fueron Estefana, la joven de la adinerada familia del Palacio Etxezarreta, y Kristobal, del baserri Taberna Barri de Arriandi. Y lo es más aún que en el documento que les unió figuraba como fecha el año 1878. Tampoco es habitual que los protagonistas recorrieran media villa detrás de errebonbillos, txistularis, trikitilaris y un carro cargado hasta arriba de utensilios del hogar y tirado por bueyes de Goiuria.

No es que en la villa se hayan vuelto locos o que el pueblo se haya quedado anclado en el pasado, el motivo de todo ello fue la quinta edición de la boda vasca al estilo tradicional, Antzinako Erako Eztegua, una representación de las celebraciones que se llevaban a cabo hace alrededor de un siglo. Se trata de un evento que el grupo dantzari Kriskitin de Durango organiza cada cinco años desde que se llevara a cabo por primera vez en 1995.

La de ayer fue la quinta edición, que por primera vez se celebró en sábado, puesto que las cuatro anteriores se habían fijado en domingo. ¿El motivo? “Alargar la parranda”. Y es que el principal objetivo es “recordar una tradición sobre la que mucha gente ni ha oído hablar”, pero también “entrar en el papel y pasarlo bien, disfrutar”, apuntó Pili Alberdi, miembro de la organización.

Unai Lizarralde fue quien encarnó el papel de Kristobal, mientras que Jone Alberdi fue Estefana. Ellos dos tomaron el testigo de Xabier Etxeita y Oihana Basabe, marido y mujer en 2010. Antes lo fueron Azibar Villa y Bea Arriaga, Andeka Gorrotxategi e Izaskun Domínguez, y Gaizka Uriarte y Larraitz Diago, que fueron los primeros. “Al principio estábamos un poco nerviosos, pero al ver que ha participado mucha gente nos hemos quedado más tranquilos. Lo hemos llevado bien y ha estado muy bonito”, explicaba el novio tras el arreo y antes del banquete.

No faltaron a la cita los suegros, a los que dieron vida Josune Aranguren, Josu Otxotorena, Txaro Otzerinjauregi y José Ramón Lasarguren. Fue tal la expectación por el enlace que incluso acudieron los tíos de América, protagonizados por Tomasi Isasi y Jesús Fierro.

El novio, sus familiares y demás invitados -en total participaron más de un centenar de personas-, se encontraron a las 12.00 horas en San Agustín, desde donde dio inicio una kalejira. La primera parada fue en el actual Museo de la villa, el Palacio Etxezarreta, en la ficción el hogar de la novia, en cuya búsqueda entró su prometido. “Le ha costado, pero al final ha salido, que es lo importante”, bromeó él. “Es que desde dentro no se oía bien”, se excusó ella, más tímida.

Una vez todos unidos, el pasacalle transcurrió por Ezkurdi, Montevideo, Pablo Pedro Astarloa, Kurutziaga, Santa María y Artekale. Estuvo animado por los txistularis de Jaizale, los trikitilaris de Txiri-txiri y los músicos de la escuela de triki y pandero. El punto culminante tuvo lugar a las 13.30 horas en la plaza de Santa Ana, donde se produjo el arreo.

El notario fue Pedro Andreu, el mismo que en todas las ediciones anteriores. Se encargó de leer el contrato que unió “hasta que la muerte les separe” a la pareja. Los organizadores no tuvieron que inventarse ningún documento, puesto que utilizaron uno real. Para más detalle, el aprobado a finales del siglo XIX en la boda de la tatarabuela de la protagonista Jone Alberdi. Tuvieron que hacer un resumen del mismo, puesto que “era muy largo y hay palabras que hoy en día no se entienden”.

Mientras el notario iba leyendo el texto, la madre de la novia iba mostrando los regalos y la del novio verificaba que no faltaba nada. Quedó demostrado que ella era “de buena familia”. Muebles, utensilios de trabajo, juegos de sábanas antiguos “de arreos auténticos” e incluso “un sustento importantísimo para aquella época” como eran las abejas fueron parte de las ofrendas para el novio, que también se quedó el carro con los bueyes.

No faltó un buen banquete, celebrado en el jardín de la escuela de música Bartolomé Ertzilla. Marmitako, pollo asado y tarta con mantecado fueron algunos de los platos, con los que cogieron fuerzas para la romería que ofreció el grupo Aiko.

La boda puso el punto y final a la 18º edición de la Euskal Astea de Durango, o lo que es lo mismo, de un programa de un mes de duración en el que la villa ha estado plagada de actividades relacionadas con cultura, deporte o folklore euskaldun. Todo ello gracias a la labor de más de una veintena de asociaciones o clubes durangarras.

En el caso de ayer, fue Kriskitin quien se implicó en este evento. Kriskitin es un grupo de danzas y música vascas que nació en 1987 con la intención de mantener y recuperar el amplio legado de folklore tradicional vasco, incidiendo especialmente en el de la zona de Durangaldea. Ellos son los encargados de poner la nota de baile en numerosos festejos, pero también saben organizar iniciativas como la vivida ayer.