Era el Bilbao de 1852, un Bilbao convulso y febril, agitado como hoy, como siempre. La villa apenas iba más allá de los contornos del Casco Viejo y allí mismo, en la calle Bidebarrieta, vivía un comerciante, Ildefonso Arrese, que ese mismo año abrió su primer comercio: una tienda de comestibles. Pronto logró que su especialidad, los dulces de elaboración propia, alcanzasen tal fama y demanda que se convirtieron en producto único del local. El nombre de Arrese fue agigantándose con el paso de los años y cuentan que incluso María Mestayer de Echagüe, más conocida como Marquesa de Parabere, elogiase el producto en su libro Confitería y Repostería, una de las biblias del género.
Al compás de la ciudad, y favorecida por la edad de oro de la economía vizcaina entre finales del siglo XIX y principios del XX, Arrese fue abriendo tiendas en los principales puntos de la ciudad, hasta llegar a la Gran Vía, donde fue inaugurada la pastelería en 1923. La Guerra Civil provocó el freno de tal expansión y solo se sujetó con fuerza el citado local de la Gran Vía, donde las trufas alcanzaron categoría de diamantes. Hubo un tiempo -y aún hoy lo es...- donde nombrar "las trufas de Arrese" era sinónimo de nombrar, qué se yo, a Cartier o Loewe: un santo y seña para el paraíso del lujo y los placeres.
Acaba de vivirse un regreso a los orígenes. En pleno corazón de El Arenal, la legendaria firma que aún hoy gobierna Carmen Orueta Arrese, junto a su hija, Carmen Urrestarazu, ha inaugurado una pequeña confitería, donde las trufas de chocolate y nata siguen siendo dulces perlas, las más demandadas, dicho sea con permiso de los rusos, otro de los hitos de la pastelería y confitería que lleva hoy la antorcha de Ildefonso.
La puesta de largo del local contó con la bendición del sacerdote Gregorio Lizarralde y con la presencia de un buen número de invitados, incrementado por la asistencia de curiosos peatones que se sumaron al ágape. Para ninguno de ellos hubo un no por respuesta.
La tienda está decorada por Raquel Lázaro, Natalia Zubizarreta, Begoña Susaeta y Eduardo Castillo o, lo que es lo mismo, Sube Interiorismo. Acudieron orgullosos a la apertura, donde tampoco faltaron José Antonio Nielfa, La Otxoacuyo legendario local de la calle Lersundi acaba de cumplir los 35 años de vida, celebrados con una fiesta en rosa; José Luis Sabas, Beatriz Marcos, la princesa de Bulgaria Carla Royo Vilanova, Marisa Albert, Josetxu Urrestarazu, Iñaki Alonso, Gonzalo Urrestarazu, Jorge Canivell, Elena Alexandre y un buen número de asistentes que no renunciaron a la degustación. Incluso el jesuita comentó que, pese al placer que provocaban, aquello no era pecado.
Se asomaron por la puerta, sin credencial alguna, gente de la calle como María José García, Esther Mendiguren, María Jesús Ballesteros, Ana María García y otro par de amigas, tímidas y vergonzosas a la hora de dar el nombre, quizás porque estaban allí de rondón, por una casualidad, por un yo pasaba por aquí.