Bilbao
ABUELIZ Mahmoud tiene 42 años pero no los aparenta. Se mantiene en forma yendo al monte todos los domingos, una afición que ha descubierto en Bizkaia porque en su país, Sudán, solo hay desierto o sabana. Las ascensiones al Pagasarri, al Gorbea o al Anboto le sirven para olvidarse por una horas de la tesis doctoral que quiere finalizar este año en la UPV sobre la "Arquitectura árabe en el mundo árabe". Abueliz salió de Jartum, su ciudad natal, hace algo más de cinco años con la idea de "ampliar conocimientos" que pudieran abrirle alguna puerta en el mundo de la Arquitectura. Lo hizo empujado por uno de sus ocho hermanos que ya llevaba unos cuantos años instalado y trabajando en Bilbao. A la hora de abandonar su país tuvo sentimientos encontrados. "Por un lado dejaba a mi familia, sobre todo a mi madre, que la quiero mucho, pero por otro, tenía ganas de buscar nuevos horizontes", confiesa. Todavía recuerda su primer día en la capital vizcaina. "Era febrero y hacía mucho frío", cuenta, "pero como estaba con mi hermano, todo fue más sencillo y llevadero".
Sus primeros meses transcurrieron en el piso que compartía su hermano con un amigo. Pero aquello no le convencía demasiado porque "todo el día estábamos hablando árabe y así no aprendía castellano". Por eso, lo primero que hizo fue meterse de lleno con el aprendizaje del idioma. "Por la mañana iba a la EPA de La Merced y por la tarde a la Escuela de Idiomas", recuerda. La segunda decisión que tomó para lograr una integración más rápida fue cambiarse de alojamiento. Lo hizo gracias a la asociación La Posada de los Abrazos. "Tuve la gran suerte de conocerles y eso me abrió muchas puertas", reconoce . Y como Abueliz es una persona agradecida, sigue manteniendo una estrecha relación con ellos y con otras asociaciones, como AmiArte, que trabajan en temas relacionados con la exclusión social. "He recibido tanto apoyo cuando he necesitado ayuda, que me gustaría devolverlo de alguna forma; de hecho, colaboro en algunas cosas con esas dos asociaciones", señala.
Doctorado Abueliz progresó en tiempo récord con el idioma, lo que le dio la suficiente seguridad como para iniciar el camino para que el había llegado a Euskadi. Se matriculó en la Escuela de Arquitectura de la UPV para hacer un máster, como paso previo para doctorarse. "Al principio fue bastante duro por el idioma y porque tenía que ir todos los días a Donostia", recuerda. Pero una vez que rompió el hielo académico, Abueliz se dio cuenta de que estaba en la dirección acertada. "El segundo año fue mucho mejor porque solo tenía que ir de vez en cuando a la Universidad". Acabado el máster en 2009 se metió de lleno con la tesis doctoral. Y en ello anda. Su vida transcurre entre las bibliotecas de Bidebarrieta y de la Diputación. "Tengo muchas ganas de acabar", confiesa, "y espero que sea este año, en junio, porque ya me falta poco". Los últimos coletazos de la tesis le están permitiendo tener algo más de tiempo libre para dedicarse al voluntariado. Por ejemplo, a AmiArte, un taller artístico que acoge a personas en riesgo de exclusión social. "Para mí es una gran terapia ir a AmiArte, me relaja mucho", comenta. También recuerda el primer día que fue al taller creado por Bego Intxaustegi. "Me puso Bego un lienzo en blanco y me dijo que dibujara lo lo que sintiera, lo primero que se me ocurriera, y yo, aunque soy arquitecto, no estaba acostumbrado a pintar porque en la carrera solo hacíamos dibujo técnico". Ese primer cuadro, titulado Entre el cielo y la tierra, no debió ser tan malo porque fue vendido en una de las exposiciones de AmiArte por 290 euros. "Fue toda una sorpresa para mi", confiesa Abueliz. Así que siguió con los pinceles. "No por el dinero que pueda ganar", dice riéndose, "sino por el ambiente tan bueno que hay en el taller de pintura; a mi, por lo menos, me relaja mucho". En AmiArte no solo pinta, también colabora en todo lo que puede como arquitecto y traductor.
Futuro El futuro inmediato de Abueliz pasa por terminar la tesis doctoral, aunque sus miras a corto plazo están puestas en la búsqueda de trabajo. "Me gustaría dedicarme a la enseñanza porque en Sudán daba clases, que compaginaba con el trabajo en el estudio de Arquitectura". Pero antes tiene otro cometido: convalidar su título universitario. "Me han dicho que es un trámite administrativo bastante largo, así que tendré que meterme con ello", dice. Mientras tanto, no descarta "trabajar en lo que sea" para salir adelante. Por el momento no se le pasa por la cabeza volver a su país. "Aquí estoy muy a gusto y creo que puedo tener futuro". Pero no se hace ilusiones. Por ahora, a Jartum solo vuelve de visita. "Al año de estar aquí volví porque no aguantaba más, pero posteriormente solo he ido una vez". Es lo que peor lleva. "Me acuerdo mucho de mi tierra, pero sobre todo, de mi madre, que la echo mucho en falta". "Tiene 76 años, pero está muy bien de salud", dice. Su madre fue quien sacó adelante a la familia numerosa de ocho hermanos tras la muerte prematura del marido. "Afortunadamente, mi padre tenía negocios y nos pudo dar estudios, pero murió joven", señala. Quizá por eso, Abueliz ha sabido esforzarse al máximo para cumplir sus objetivos. Nadie le ha regalado nada. Abueliz es todo un arquitecto de la solidaridad que disfruta ayudando a los demás.