El arte de poner el grito en el cielo
Una nació en la heroica ciudad de Tlaxiaco, (México) y el otro en Bilbao, donde vivió pesares y gloria y se encumbró como poeta intenso. Ella se llama Lila Downs y ayer cerró su gira española en el Teatro Arriaga con el espectáculo Lila Downs y La Misteriosa: En París; él, Blas de Otero. Y en su memoria se celebró ayer un encuentro en la Biblioteca de Bidebarrieta, donde Sabina de la Cruz, su compañera de vida, y el poeta José Fernández de la Sota, recordaron su figura con una conferencia a dos voces titulada Cielos de Bilbao, hojas de Madrid, que se abrochó con un recital. Hasta aquí, dos historias paralelas...
A golpe de vista se diría que no hay una encrucijada que las entrelace. No es así. Un hilo invisble cose las dos historias y zurce cualquier agujero que haya entre ellas. No en vano, ambos personajes son voces del pueblo, voces de la conciencia social, la más cruda de las conciencias.
Lila reivindica sus raíces mexicanas y el de los pueblos indígenas mexicanos (el mixteco, zapoteco, maya y náhuatl, además de las músicas regionales de México, en especial de Oaxaca...), como abanderada de una cultura. Es hija de la cantante de cabaret Anita Sánchez y de Allen Downs, un profesor de cinematografía estadounidense de Minnesota. Entre los clubes de Oaxaca y de Philadelphia (allí encontró a Paul Cohen, el saxofonista al que unió su vida y su protesta) hizo carrera. Tal es el poder de su voz y de la música que realiza (a medio camino entre el folclore de Oaxaca y el jazz de Nueva York...) que la propia Chavela Vargas le nombró heredera en público hace ya un tiempo. Ayer acudieron a su concierto las compatriotas mexicanas Vania Thomas e Hilhui Gazpar, Iñaki Mostejo, Javier Gabilondo y María Teresa Agirre, acompañada por Conchita Martínez y María Jesús del Rio. No fueron los únicos presentes en un encuentro que abarrotó, de arriba a abajo, el Teatro Arriaga. Allí se diron cita, además de los citados, Izaskun Urrutia, Jon Uribe, Begoña Zapirain, Olatz Mendizabal, Juan Carlos Sánchez, Héctor Marqués, Gloria Zugaza, Ainhoa Amorrortu, José María Bidaurrazaga, Nagore Astrain, Idoia Olmos, Unax Zarate, Andrea Carcelén, Verónica Mintegi, Amagoia Zulueta, Carmen y Esther García, Juan Antonio Pallarés, Ander Mutiloa, Iñigo Ayestarán, Aitziber Granero y un buen número de gente entregada a la voz recia y campanuda que pone el grito en el cielo en defensa de su pueblo.
Algo semejante hizo a lo largo de su vida, ya digo, Blas de Otero. El autor de Pido la paz y la palabra pasó de su fe ciega en Dios a su fe ciega en los hombres, en el género humano por que escribió a voz en grito. Fueron testigos del recital celebrado en su recuerdo en la Biblioteca de Bidebarrieta gente como Iñaki López de Aguileta, Unai Molina, Felisa Sanz, José Mari Amantes, Pilar Turro, Mari Mar Sainz, Virginia Siera, Paloma Merino, Elena Jiménez, Blanca Bahón, Cristina de las Cuevas, Miguel Barrutia, Jorge Ballesteros, Naiara Ortega, José Miguel Alonso, Begoña Ezpeleta, Ander Marañón, Joseba Bengoetxea, admirador impenitente del hombre de los versos libres, María José Muñoz, Matxalen Pastor, Fernando Zamora y así hasta cubrir con cierta holgura buena parte del patio de butacas de la biblioteca. Han pasado más de cuarenta años desde la muerte del poeta y, así como Sabina de la Cruz repite que el amor eterno es algo veraz porque ella continúa enamorada del hombre y del poeta, también puede decirse que la literatura de alto voltaje y grueso calibre, tampoco se olvida. El día de ayer es un ejemplo.