Este jueves, en el Arenal, se produjo el esperado encuentro tras la publicación del reportaje sobre Abdelkader Kelalech, el hombre de 61 años que vive en la calle y convive con diabetes tipo II. Entre el supermercado y la cafetería Eider de la calle Sendeja, el varón esperaba, un día más, con su carrito, su único refugio desde que llegó a la capital vizcaina. La noticia en DEIA había despertado la solidaridad de varios lectores, pero uno de esos gestos se concretaría finalmente.
Un gesto de ayuda tangible
Esa lectora es Amaiur Díez, vecina de Sopela, profesional de SOS Deiak y madre de Alize, de 14 meses. Tras la reciente pérdida de su madre, conservaba glucómetros, tiras reactivas y agujas que podían marcar una diferencia vital para Abdelkader. Con determinación y cariño, llegó acompañada de su hija y su marido, decidida a transformar su dolor en ayuda palpable.
"Padecer diabetes es muy duro"
“Ya es muy dura la diabetes. No puedo imaginar lo que tiene que ser sufrirla en la calle”, comentó Amaiur nada más llegar, mientras los primeros rayos de sol iluminaban la fachada del Ayuntamiento. Apenas iniciado el encuentro, la joven sufrió un bajón de azúcar y tuvo que acudir a un comercio cercano por un zumo: la enfermedad silenciosa se hacía visible.
La entrega fue sencilla, pero cargada de significado. Amaiur enseñó a Abdelkader a usar los glucómetros, le entregó dos aparatos y las lancetas necesarias para medir la glucosa. Él, sorprendido, confesó que hasta entonces apenas se había controlado el azúcar. La primera lectura fue 74 mg/dl, al borde de la hipoglucemia. “No he desayunado”, admitió. La sopeloztarra envió a su marido al supermercado por un café y unas galletas; Abdelkader aceptó con humildad. “Más pequeño, más pequeño”, insistía, con un gesto de modestia pocas veces visto.
Un binomio muy humano
A continuación, Amaiur le entregó las agujas; él reutilizaba la misma todo el rato. Abdelkader las observó con asombro y gratitud. Durante la conversación compartió su única esperanza: su hijo, que pronto cumplirá 18 años, y la posibilidad de recuperar cierto control sobre su vida. “Solo pienso en controlar la diabetes y comer”, expresó con sinceridad.
Al despedirse, Amaiur se acordó se su madre: “Estaría orgullosa. Ella también padecía diabetes y me enseñó estos valores”, confesó.
Lo que comenzó con la lectura del periódico se convirtió este jueves en un acto tangible de cuidado y esperanza. Un gesto puede cambiar un día… o incluso una vida.