Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957), director del suplemento cultural de La Vanguardia y uno de los nombres de referencia en el periodismo y la narrativa, ha regresado a la novela con Misterio en el Barrio Gótico (Premio Fernando Lara 2025). Una novela de suspense ambientado en el corazón del Barrio Gótico barcelonés que mezcla memoria personal, crónica urbana y una atmósfera de misterio con una mirada generacional. Hablamos con él de periodismo, escritura y la ciudad como personaje.
La novela está protagonizada por Víctor Balmoral, un periodista cultural cercano a la jubilación. ¿Cuánto hay de usted en él?
Tiene bastantes cosas mías, claro. Es un periodista cultural de sesenta y tantos años, como yo. Aunque en mi caso no estoy pensando en jubilarme. De hecho, ni me lo han propuesto ni tengo ganas, estoy muy a gusto con lo que hago. Pero es cierto que la idea de la jubilación aparece con frecuencia en conversaciones con amigos o excompañeros. Es un tema generacional, y me interesaba explorarlo a través de la ficción.
¿Y cómo se vive a esa edad el periodismo?
Con mucha pasión aún. El periodismo, si lo haces con vocación, es un oficio fascinante. Cada día es una historia nueva. Y el periodismo cultural, en concreto, tiene la enorme ventaja de que no se agota nunca. Siempre hay libros, películas, obras de teatro… Lo vivo con entusiasmo y eso lo he querido trasladar también al personaje.
El libro tiene una doble trama. Una investigación personal y una biográfica. ¿Cómo nace ese juego narrativo?
Balmoral no solo trabaja en el diario. Tiene también un trabajo paralelo como investigador biográfico. Escribe memorias por encargo y ayuda a personas a encontrar a otras. En este caso, se trata de una mujer que busca a su madre desaparecida en los años 80, una antigua hippie. Hay un componente de retrato generacional, porque los 80 fueron años muy intensos, muy creativos, pero también con su cara B. Y por otro lado, Víctor empieza a recibir unas cartas anónimas que lo alertan sobre hechos inquietantes que están a punto de ocurrir en el Barrio Gótico de Barcelona.
El Barrio Gótico como escenario principal… pero también como símbolo.
Exactamente. Es un barrio único, probablemente el barrio gótico más antiguo de Europa. Pero tiene una doble cara. La real y la reconstruida. A finales del siglo XIX se decidió limpiar la zona de elementos no medievales, y se hizo una recreación bastante ambiciosa, trasladando edificios piedra a piedra –como el Museo de Historia–, rehaciendo fachadas… Todo con el objetivo de generar una atmósfera medievalizante. Eso me llevó a reflexionar sobre la falsificación del pasado, que es uno de los temas de la novela.
La idea de que lo que recordamos o creemos ver, puede que no sea del todo verdad…
Sí, pero tampoco quería hacer una tesis doctoral. Es una novela. Utiliza documentación, sí, y se apoya en historias reales, pero siempre con un propósito narrativo. Hay guiños a hechos históricos como el intento de asesinato de Fernando el Católico o la desaparición de un obispo durante la Guerra Civil, que se entrelazan con la trama central. Mi intención era que el lector se entretuviera, pero también que reflexionara.
¿Cómo se gestó esta novela?
–La idea se remonta a hace unos cuatro años. Quería escribir algo que combinara crónica urbana y memoria generacional. Me ha llevado un par de años prepararla y documentarme, y luego otro año y medio de escritura disciplinada. Trabajo por las mañanas temprano, antes de ir a la redacción. Escribo entre las seis y las nueve, y luego ya me voy a La Vanguardia. También aprovecho fines de semana, vacaciones... y trato de viajar lo mínimo mientras estoy metido en la redacción del libro.
¿Fue difícil mantener el ritmo narrativo?
Tenía claro qué quería contar, y me ayudó mucho tener ya al personaje de Balmoral, que apareció en una novela anterior (El informe Casabona). Pero sí, tienes que cuidar mucho la estructura y mantener una tensión constante. Los personajes secundarios también los trabajé con detalle. Desde las hermanas gemelas –una guía turística y la otra monja– hasta la alcaldesa o los excompañeros de universidad. Quería que fueran de carne y hueso.
El turismo masivo en Barcelona aparece también como telón de fondo.
Sí, claro. Barcelona, antes de las Olimpiadas del 92, era sobre todo una ciudad industrial. El turismo cambió eso radicalmente. El Barrio Gótico se transformó. Desaparecieron parte de los comercios tradicionales y fueron sustituidos por tiendas de souvenirs. Hay una cierta pérdida, sí, pero también una belleza indudable en lo que queda. Me interesaba mostrar esas dos caras.
Más allá de la novela, usted dirige el suplemento cultural de La Vanguardia. ¿Cómo ve la evolución del periodismo?
Ha cambiado muchísimo. Cuando empecé, todo era en papel, y se revisaba cada línea mil veces antes de que pasara a imprenta. Hoy, con el digital, no se cierra nunca. Puedes corregir al instante, lo que tiene su parte buena. Pero el oficio ha cambiado. Las redacciones eran otro mundo: se fumaba, se bebía, había conserjes que abrían el bar a las seis de la tarde… Ahora eso sería impensable.
¿Volvería a ser periodista, a pesar de todo?
Sin duda. El periodismo cultural me ha dado mucho: he leído, conocido a personas fascinantes... Recurdo con mucho cariño cuando entrevisté a Milan Kundera. El escritor Miquel Barceló también me gusta mucho. Es un oficio que se ha adaptado, pero la esencia sigue: contar bien una historia.
¿Cuesta exponerse tras tantos meses de trabajo en solitario?
No especialmente. Mientras escribo, soy muy celoso de mi tiempo: rechazo viajes, planes... Pero cuando el libro sale, lo doy todo. La ocasión lo merece. Me está alegrando mucho ver que tiene buena acogida, tanto en la crítica como en los primeros lectores.
¿Cómo se espera el futuro de la ciudad condal?
El futuro es una incógnita. En Barcelona y en todo el mundo. Me intriga, pero también me atrae mucho. La sociedad evoluciona y aparecerán nuevas realidades que van a cambiar por completo nuestra percepción de la sociedad. Es apasionante, especialmente para un periodista.
Es importante escribir sobre el pasado histórico. Después de cuatro años de trabajo, ¿cómo se siente cuando sostiene el libro en la mano?
Es muy emocionante. Escribir es un acto solitario y no siempre sabes si estás acertando. Pero cuando empiezan a llegar los comentarios, cuando ves que el libro llega… eso compensa todo. Esto me da gasolina para rato. Ya tengo algunas ideas más en mente, tanto para novela como para no ficción. Esto no acaba aquí.
¿Qué le diría al lector que está a punto de adentrarse en su libro?
Se lo recomiendo al que quiera combinar un libro que ofrece una intriga detectivesca y un repaso histórico a episodios interesantes del pasado. Podrá conocer el pasado histórico de Barcelona y seguro que pasa un buen rato.