La villa estaba ayer irreconocible. Todos sabemos que no es Cádiz, ni Tolosa, ni Santa Cruz de Tenerife y mucho menos Río de Janeiro, pero cada año el personal pierde más la vergüenza y los disfraces imperan por las calles de la ciudad.
Buena prueba de ello fue toda la jornada de ayer, un sábado donde Don Carnal ganó la partida a Doña Cuaresma con un órdago de los que hacen historia acompañado de un clima que, aunque fresco, tuvo el sol como acompañante caluroso toda la jornada. ¡Qué previsores fueron los que se disfrazaron con pieles, neoprenos y pelucones!
Como es natural los txikis tiraron del carro carnavalero e imbuyeron su espíritu de jolgorio y fiesta a los más mayores. Ya desde el mediodía el programa municipal festivo daba el protagonismo a los más pequeño que se desparramaron por las distintas zonas acotadas en torno a El Arenal. La plaza del Arriaga fue cita de bailes y música estando presente esos grandes gigantes que viven su vida disfrazados todo el año.
Trogloditas, seres venidos del espacio exterior, piratas y superhéroes, muchos superhéroes también disfrutaron de la Plaza Nueva y sus talleres para críos. Al mediodía Farolín y Zarambola, adecuadamente ataviados, se acompañaron de la comisión de fiestas, para volver cuadrada la plaza Circular y acercarse hasta la zona ubicada entre las alamedas Urquijo y Mazarredo donde el Gargantua empezó su hamaiketako a base de pintxos de niños y niñas aliñados con risas, lágrimas y estupor. No paró de eructar hasta que se alejó para echar una merecida siesta.
La juerga siguió todo el mediodía Bilboko Gaiteroak, Dunbots fanfarria y diversos espectáculos por la Gran Vía, el Arenal y otros tantos espacios. Muchos no quisieron perderse el tradicional selfie con la ladina sardina con labios rojos que se exhibía sin pudor en la calle Berastegi. Ahí estará en horario matutino y vespertino hasta que el martes próximo protagonice un final de Carnaval muy caliente.
Por la tarde, decenas de grupos ataviados con lo más dispares vestimentas marcaron el ritmo de la kalejira que desde la Plaza Circular acabó en El Arenal ante la atenta mirada de jurado que escrutó la calidad de los disfraces, la coordinación del grupo y la felicidad que transmitían al público que flanqueaba el desfile.
Con la noche echada el programa de dos conciertos continuos inundó la Plaza Nueva de bailes y diversión mientras la fiesta carnavalera ajena a la oficialidad se extendía por el Casco Viejo y el Ensanche. Restaurante y bares lo agradecieron y sus cajas mucho más.