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'El 27', el bus secuestrado en Bilbao: “Fuimos los primeros”

La precuela de ‘El 47’ la protagonizaron Rafa y sus vecinos, quienes secuestraron un autobús para probar que subía hasta Uretamendi. Él lo condujo pensando en su “madre y la gente mayor” y se tuvo que ocultar veinte días para no ser detenido

En imágenes: El secuestro del autobús 27 en Bilbao

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Corría el año 1978 y, cuando llovía, Uretamendi y Betolaza, a falta de asfalto, se convertían en “un barrizal”. La cuñada de Feli Carretero, sin ir más lejos, “bajaba por los caminos con botas y, antes de llegar a Rekalde, las escondía en un matorral y se ponía los zapatos”, cuenta esta vecina. Con buen tiempo acceder a estos barrios altos de Bilbao también costaba lo suyo. “A patita desde Rekalde, un cuarto de hora”, calcula Feli. “Eso nosotros, que éramos jóvenes, pero yo veía a mi madre venir con la cesta de la compra y a toda la gente mayor, lo que tardaban en bajar y subir...”, recuerda Rafa Natera.

Precisamente en ellos pensó cuando sus vecinos le propusieron, aquel 16 de abril, secuestrar un autobús de la línea 27para “demostrar que sí podía subir hasta Uretamendi”, una reivindicación que no terminaba de ser atendida. “¿Tú te atreves? Yo tenía veintitantos años y necesitábamos el autobús. ¡Pues claro, tira para arriba!”, recrea.

Y así es como Rafa y sus vecinos protagonizaron, sin saberlo, la precuela de El 47, la premiada película que narra el secuestro de un autobús por parte de un chófer ocurrido en Barcelona semanas después. “Me vi reflejado en él y me vino a la memoria lo que yo había hecho. Me emocioné pensando: Después de casi 50 años aparece esto. Coincidió todo igual que aquí, pero nosotros fuimos los primeros. No sé si lo leerían en prensa”, duda Rafa. “Lo vivimos tal cual, con la diferencia de que sus chabolas eran de ladrillo. Ojalá las nuestras también lo hubieran sido. Así nuestros padres no habrían tenido tantas goteras”, apunta Feli.

Manifestación en el Ayuntamiento de Bilbao.

Rafa y Feli se conocen desde críos, cuando ella jugaba a la comba o al truquemé y él rompía la culera de los pantalones tirándose cuesta abajo con un cartón o hacía salir disparados botes por los aires prendiendo el carburo de los candiles. “Nos lo pasábamos...”, saborea y despliega la sonrisa de aquel niño. Ahora que tienen 75 y 76 años echan la memoria a andar, sentados en un banco de Uretamendi, y el pasado brota a borbotones. “¿Te acuerdas de la mujer de Betolaza que venía con aquel barreño grande de zinc lleno de ropa en la cabeza desde Zabalburu hasta arriba del todo?”, pregunta él.

“Aquellos barreños pesaban la leche”, confirma ella, que sabe lo que es subir cargada desde pequeña. “Mi madre bajaba con la ropa a los lavaderos de Rekalde y, al salir de la escuela de La Casilla, iba a ayudarla porque mojada pesaba el doble. De Gordoniz hasta aquí era una aventura”, asegura.

Para aquellas mujeres, “las que iban con las sillitas de los bebés”, los niños que acudían al colegio y el resto de los vecinos que trasegaban “con bolsas y pesos” que el 27 llegara a sus barrios era una auténtica necesidad y así se lo habían hecho saber de múltiples formas a las autoridades. “Bajábamos en manifestación al Ayuntamiento con pancartas hechas con sábanas, unas veces con goitiberas, que son muy ruidosas, para llamar la atención, otras, con los burros que nos dejaba la lechera de Arraiz, pero no nos hacían ni caso”, lamenta Rafa. “Decían que la carretera estaba muy mal, que era una pista forestal, que era muy estrecha y no cabían dos vehículos juntos, pegas...”, comenta.

En una de las protestas, doscientos vecinos reunidos en la última parada de la línea en Rekalde, surgió la idea de secuestrar la unidad. “La gente estaba desesperada. Yo trabajaba llevando con un autobús a los obreros a la central nuclear de Lemóniz y, siendo cuatro metros más largo que el 27, lo dejaba todos los días en Uretamendi porque vivo aquí. Pues que lo suba este, que es profesional. Si él puede, los otros también”, relata Rafa. Dicho y hecho. Le dijeron al chófer que cogiera la recaudación y se bajara. “Se fue porque éramos un montón y ya habíamos llenado el autobús. Luego estuvo veinte años trabajando en esta línea”, cuenta como curiosidad. Al volante, Rafa condujo el autobús por “la pista sin asfaltar” y lo dejó en la plaza del barrio. “Desinflamos las ruedas y se quedó dos días ahí”, detalla.

Noticia del secuestro de un autobús en Betolaza.

La compañía propietaria de la unidad lo denunció y se convirtió en el hombre más buscado del barrio. “Cuando volvía de trabajar, los vecinos me paraban en Rekalde: No subas, que te está esperando la Policía para detenerte. Preguntaban en los comercios quién era el que había subido el autobús y todos decían que no me conocían”, relata. Las siguientes semanas tuvo que pernoctar en casa de su hermana, en Gernika, y alguna noche, en el autobús con el que trabajaba. “Con veintipico años, aunque la cama sea dura, cansado, dormías”, dice.

“Al cabo de veinte días –continúa– un chico cogió otro autobús y lo subió a Betolaza, le pillaron y pagó lo de él y lo mío. Yo no le conozco. Entonces, dejaron de venir a mi casa. Después hicieron lo mismo los de Castrejana y Monte Caramelo y los de Arangoiti y también les pusieron autobús, pero de punta de lanza, nosotros”, reivindica. “Antes que Barcelona, incluso”, puntualiza Feli, quien recuerda que, cuando “nos lo concedieron, fue una fiesta nacional, tremendo”. “Tiraríamos hasta cohetes y la gente, muy contenta. Hoy es el día en que cojo el autobús y me acuerdo: Jo, qué tiempos aquellos...”, confiesa Rafa, para quien “el 27 es un orgullo chabolero porque todos lo éramos y habíamos pasado miserias”.

“Se consiguió por la unión de los vecinos porque si uno tiene la idea, pero no se ve respaldado, no puede hacer nada. Los jóvenes deberían aprender, pero lo tienen muy cómodo, no les ha faltado nada, están apoyados por los papás”, afirma Feli, que a los 13 años sustituyó a una hermana, que se puso enferma unas navidades, en la carnicería donde esta trabajaba y ya no regresó a la escuela.

De chófer de autobús a ertzaina

Rafa y Feli van desgranando su historia entre saludo y saludo a los vecinos más veteranos, que son los que pasean en una soleada mañana de labor por el barrio. “Cuando ETA mató al ingeniero jefe Ryan cerraron la nuclear y mucha gente se fue al paro. Al día íbamos más de cien autobuses con obreros, electricistas... Mi patrón, que tenía treinta y tantos, vendió la compañía y al primero que despidió fue a mí. De chófer no encontraba trabajo por la fama que tenía: No cojas a este, que es un revolucionario. Era el delegado sindical”, explica Rafa, que acabó sacando plaza en la primera promoción de la Ertzaintza. “Ahí trabajé treinta años hasta que me jubilé”, echa cuentas.

Dos autobuses de la línea 27 en una estrecha calle en Rekalde.

Con la mirada vuelta atrás, Rafa no se arrepiente de haberse puesto al frente de aquel 27. “El miedo no existía cuando aquello. Si había que hacerlo, se hacía. Pero ahora ya no creo que pudiera, dejo que pelee la juventud”, comenta, aunque no las tiene todas consigo. “Les hemos enseñado mal, hoy el esfuerzo que hacen es mínimo. Yo de chaval subía con una bici de 15 o 20 kilos la cuesta y ahora van con una bicicleta eléctrica en el ascensor o con el patinete por la acera”, observa. Tampoco, añade, se conservan otras costumbres. “Antes te cogía el jubilado: Chaval, toma cinco pesetas y cómprame un paquete de tabaco y te daba una propinilla. Ahora dale diez euros a un chaval para que vaya al estanco. Ya no existe el respeto que había a la gente mayor”, concluye.

Feli, que después de casarse puso una mercería perfumería en Betolaza, donde trabajó cuarenta años, sigue manteniendo intacto su carácter reivindicativo, aunque “ahora desde la tranquilidad y el respeto”. “En el norte hemos tenido mucho espíritu de lucha. Vivimos los cierres de Euskalduna y todas esas empresas grandes. Yo llevo siete años en la escalera del Ayuntamiento reivindicando las pensiones. Poco y despacio, pero algo se consigue”, señala Feli, a quien sus hijos le dicen que hicieron “muy bien” secuestrando el autobús. “Si no es por eso, igual hoy no habría. La única lucha que se pierde es la que se abandona”.