Esta de 2024 no es una Nochevieja más para Satur Vilela. Porque este martes, además de despedir el año, echaba el cierre definitivo a un emblemático comercio de Bilbao del que era dueño. Pescaderías Vascas ha puesto fin en este 31 de diciembre a 114 años de historia, de los que más de la mitad han tenido como protagonista a este gallego octogenario, natural de Cedeira, "la tierra de los percebes y las langostas", como apunta él mismo, en un día en el que las emociones estaban a flor de piel en este establecimiento ubicado en la calle Astarloa y que será reconvertido en un local de hostelería. Es el signo de los tiempos.

Corría el año 1961 cuando un joven Satur, con apenas 22 primaveras, ponía por primera vez el pie en Pescaderías Vascas. "Entré de pinche y entonces trabajábamos 16 personas. Hoy estamos yo y mis dos hijos", explica. Se refiere a Ana, que despacha los más de 100 pedidos que tienen preparados, "no más que otros días", como ella misma apostilla. Y también a Iñigo, que no para de entrar en salir en el local, repartiendo muchos de esos pedidos a domicilio.

Y es que el negocio de la pescadería ha cambiado mucho en las seis décadas largas que lleva Satur en él. "Hoy he traído tres kilos de angulas y todavía me quedan algunas", apunta cuando son las 11.15 horas, mostrando una bandeja con un puñado de las cotizadísimas crías de anguila, que este último día del año se vendían a 1.300 euros el kilo: "En otra época, en un solo día hemos llegado a vender hasta 300 kilos". Y es que, a su juicio, "se ha perdido el gusto por comer, ahora se come mucha hamburguesa y se gasta muchísimo menos en pescado".

En todo este tiempo, Satur las ha visto de todos los colores. Sufrió, como otros muchos comerciantes bilbainos, los terribles estragos de las inundaciones de 1983: "Aquí se fue la luz cuando tenía la cámara llena de género porque eran fiestas de Bilbao. Vino Sanidad y se llevó todo". También el establecimiento de venta al por mayor que tenía en Mercabilbao se vio afectado. "Pero entonces nos levantamos. Hoy, seguramente, no podríamos recuperarnos de algo así", agrega.

Satur se emociona al hablar de la relación que tiene con su clientela más fiel. "Acaba de salir una señora llorando y me hace llorar a mí", confiesa. "Después de 63 años tratando con la mismas familias, he conocido a los padres, a los hijos y a los nietos", incide.

Una de esas familias que llevan durante generaciones acudiendo a Pescaderías Vascas es la de Elisa Aguado. "Mi madre ha sido cliente toda la vida y yo también, no compro en otras pescadería que no sea esta", asegura esta vecina de la calle Juan de Ajuriaguerra. El motivo es que los Vilela prestan, en su opinión, "un servicio de matrícula de honor". Para reflejarlo, pone un ejemplo. "Una vez le encargué a Ana unas angulas para Navidades. Me llamó y me dijo: Tienes que pedir otra cosa porque no me gusta lo que me ha llegado. Y le encargué otra cosa. Eso no te lo hace nadie, si lo has pedido te lo mandan y punto. Es una confianza total", relataba, mientras salía del local con una lubina para asar como cena de Nochevieja y langostinos, almejas y gambas para hacer una sopa de pescado para Año Nuevo.

"Esto no es como un pastel, que vas a la obrador y lo haces. Hay veces que el mar no te lo da. Y te llevas mal rato. Pero hasta que no lo intentamos todo para conseguir el producto que buscamos, no paramos. Eso lo tiene en cuenta mucha gente", asevera Ana. Para la hija de Satur, el secreto es hacer las cosas con cariño: "Hay que cuidar mucho a la clientela, saber lo que quiere cada uno e intentar darles lo que te están pidiendo".

La excelencia del producto que despacha y el precio del mismo han hecho que muchos bilbainos se refieran a Pescaderías Vascas con el sobrenombre de Joyerías Vascas, algo que no desagrada a Satur. "La gente piensa que aquí todo es caro, pero depende del producto. Hay percebes de 50 euros y otros de 300, pero no son iguales. Tampoco es lo mismo la angula gallega que vendemos a 1.300 kilos que la que viene envasada. Todos los curas no dicen la misma misa", remata.

Mientras tanto, el flujo de personas era continuo en el local durante toda la mañana del martes. Se repetían las palabras de despedida y los agradecimientos mutuos entre clientes y dependientes. La venta iba a buen ritmo. "Percebes ya no nos quedan. Hemos traído pocos, porque no había", desvelaba Satur. "Estos días hemos intentado controlar el pedido de género, porque hay que despacharlo todo", apostillaba Ana. Y es que, a eso de las dos de la tarde, Pescaderías Vascas cerraba definitivamente la persiana dejando atrás una centenaria trayectoria. Con todo el pescado vendido.