Martes 23 de julio. Son las doce del mediodía y el sol aprieta fuerte en Bilbao. En el patio del Colegio Jesuitas de Indautxu, un grupo de personas se arremolina en la menguante zona a la sombra, que se bate en retirada en la amplia explanada. Están esperando a que sus familiares lleguen tras unos días fuera de casa. Lo hacen en el mismo lugar que, desde hace más de 60 años, viene acogiendo este ritual. De aquí parten y aquí finalizan su trayecto los autobuses que transportan a las personas que disfrutan del programa de vacaciones estivales de Gorabide. “Es uno de los productos estrella del servicio que ofrecemos, en el que más trabajamos y más ilusión ponemos”, confiesa Estefanía Yáñez, la responsable del área de tiempo libre de la asociación vizcaina a favor de las personas con discapacidad intelectual. 

En total, Gorabide ha programado para este verano 24 salidas de una jornada y 13 estancias de ocho días, de las que disfrutan 275 personas con discapacidad intelectual y 106 voluntarias que trabajan duro para que todo salga bien. Playa en Mundaka y Laida, vela en Getxo o una ruta geológica por Plentzia son algunas de las actividades de un día que se ofrecen. Respecto a las estancias vacacionales, hay destinos como Jaca, Oviedo, Santander, Donostia, Iruñea o también Lardero, de donde este martes procedía el grupo que concluía su semana de asueto. Lo formaban 7 monitoras y otras 17 personas a su cargo, de edades que oscilan entre los 35 y los 45 años. Entre ellas está Justo Alberto Fernández, un habitual de este programa estival. Su padre, Ángel, le espera en el patio de Jesuitas: “Le apuntamos todos los años y prácticamente todos los veranos le ha tocado plaza”. 

Ángel es veterano en estas lides y un convencido de los beneficios de este tipo de iniciativas: “Esta experiencia les viene muy bien. Algunos ya se conocen de otros años, pero también hacen nuevas amistades. Conviven todos juntos, cada uno con sus características y participan de todo, de lo bueno y lo malo”. Desvela que “los primeros días te llama constantemente, por la novedad de llevar el teléfono móvil, pero luego ya se olvida. Se lo pasan en grande”. Esta última afirmación la ratifica el propio Justo Alberto, recién llegado de la localidad riojana, nada más bajarse del autobús y abrazarse a su padre. “Hemos hecho de todo”, asevera. En algunos casos, él y sus compañeros podían elegir entre un par de opciones de ocio. Justo Alberto descartó la piscina y se decantó por el cine. Se rió con las andanzas de Torrente: “Es una película divertida”.

Lleva Justo Alberto un verano movido. “Antes estuvo quince días en La Ola, en Sondika, y en agosto le tocan las vacaciones familiares”, señala su padre. No es lo habitual. “Sabemos que para muchos son sus únicas vacaciones en todo el año, con lo importante que son para todo el mundo”, comenta Estefanía Yáñez, que se afana junto a otros cinco compañeras de Gorabide en coordinar un amplio dispositivo para que todo vaya bien: “Pero cuando ves cómo llegan de la estancia, emocionados, abrazándose con los monitores… Eso hace que merezcan la pena todas las horas metidas”.

También trabajan, y muy duro, las voluntarias que acompañan a las personas con discapacidad. En esta estancia en el albergue de los Maristas de Lardero han sido siete jóvenes, todas chicas. A sus 25 años, Ane Ariznabarreta es de las más veteranas: “Ya llevo en Gorabide siete años y este es el cuarto que hago una semana en verano”. Aún está emocionada tras despedirse de las personas con las que ha compartido ocho hermosos días: “Son gente muy agradecida. Ya desde le primer momento en el que subes al autobús conectas con ellos, es como si ya les conociéramos de antes. Y después son 24 horas al día haciendo todo juntos durante una semana, por lo que es inevitable cogernos cariño mutuamente”. Y eso que no todo es coser y cantar: “El primer día es un caos total, tanto para nosotros como para ellos. Hay que ubicar a cada uno en su habitación, con sus maletas… Y el último, parecido. Hay que meter todo en el equipaje, estar bien atentos a no dejarse nada...”.

En el día a día se establece una rutina que los participantes en el programa siguen con pulcritud, aunque hay momentos en los que las monitoras tiene que poner los puntos sobre las íes. “Después de la cena hay que ponerles hora límite, porque si no hay algunos que se acuestan tarde”, revela Ane. Con todo, se trata de vacaciones y de pasarlo bien: “Algún día se hace alguna actividad fuera de lo normal. Por ejemplo, el sábado fuimos a cenar fuera y después a un karaoke”. 

Amaia Gago, otra voluntaria de 19 años para la que este es su segundo verano como voluntaria de Gorabide y, por lo que comenta, no el último, reconoce que esta experiencia “es muy enriquecedora. Es verdad que los días pesan y cansan, tanto mental como físicamente, pero todo eso se devuelve cuando les ves felices y contentos. Y también para nosotras, aunque tengamos una responsabilidad, no dejan de ser unas vacaciones”.