Ritxar Casanueva habla en susurros estos días, víctima de una fuerte afonía. “Este año, con más razón”, tiraba de humor mientras se ataba uno de los cordones con los que, año tras años, los vizcainos se encomiendan a San Blas para protegerse de los males de garganta. La mayoría por tradición, otros también con fe, un 3 de febrero más fueron miles las personas que regresaron a la iglesia de San Nicolás del Casco Viejo para hacerse con un buen número de cordeles –triunfaban los rojiblancos, hasta ahí llega la euforia futbolera–, caramelos de malvavisco, macarrones, rosquillas y tortas.

Blas de Sebaste fue un médico, obispo y mártir cristiano que vivió en el siglo III en la ciudad de Sivas, entonces Armenia, hoy Turquía. Cuenta la tradición que era capaz de curar enfermedades, tanto a personas como a animales; un día se le acercó una mujer con su hijo pequeño, al que se le había clavado una espina en la garganta. “Le salvó solo con tocarle”, explicaba Agustín Guerrero, uno de los diáconos que se turnó para oficiar las bendiciones. Es la imagen que refleja el altar dedicado a San Blas, en uno de los laterales de la iglesia. De ahí que sus devotos se cuelguen un cordón para protegerse de los males de la garganta.

Aunque en los puestos que rodeaban la iglesia se vendían algunos ya bendecidos, la mayoría de los asistentes preferían entrar ellos mismos al templo; es lo que manda la tradición. Quien dice mayoría, dice miles; a lo largo del día de ayer se oficiaron 24 celebraciones, cada media hora desde las 8.30 y hasta las 20.00 horas, para atender a todos ellos, que aún así formaban una importante cola frente a la puerta principal y seguían el oficio, de apenas 10 minutos, en una parroquia abarrotada. Ya no se besa la reliquia y, aunque la aspersión del agua bendita no llegue a todos, “la bendición alcanza todas las esquinas”, advertía en su homilía el diácono. Se bendijeron cordones, sí, pero también caramelos, rosquillas, macarrones y tortas que se vendían por centenares en las inmediaciones. Y un apunte para aclarar el eterno dilema: ni una semana, ni doce días. Los cordones se queman al de nueve días, justo después de terminar de rezar, el que lo hace, la novena.

Los típicos son rosas, morados, azules y lilas, pero toda la gama cromática se ha encargado en los últimos años de convertir las barras metálicas en las que se exponen los cordones en los puestos en un auténtico arco iris multicolor. Los hay amarillos chillones, naranjas, verdes botella, blancos, marrones, azulones... No faltan los colores de la ikurrina pero si hay uno que triunfa, ese el del Athletic. “Prácticamente todas las personas se llevan alguno; se ve que quieren encomendarse también a San Blas para el miércoles”, bromeaba uno de los dependientes, en referencia al partido de Copa que jugarán los leones ese día contra el Atlético de Madrid.

¿Y los precios? A 40 céntimos el cordel –35 los cortados a medida para los más pequeños, y la voluntad en el puesto que organiza la propia parroquia dentro del templo–, 2,5 euros el paquete pequeño de santiaguitos, siete el grande de rosquillas, cinco los macarrones y 2,5 la torta. También eran algo más caros los que combinaban el blanco, rojo y verde: 50 céntimos cada uno.

María Rosa Ríos repasaba en su móvil las peticiones de su familia: dos morados, tres del Athletic... “Cada uno lo quiere de un color”, se resignaba con humor junto a su hija Andrea González, con la que se había acercado desde San Ignacio, donde viven, dando un paseo. “Me gusta mucho venir; aunque caiga entre semana, aprovecho por la tarde al salir de trabajar”, afirmaba, mientras esperaba paciente la cola para entrar a bendecirlos. “Es tradición pero también fe; confiemos en que algo haga. De momento, me va bien. ¡Toquemos madera!”.

“Se lo ponemos hasta al perro”

Con una bolsa llena salían de la marabunta Ritxar y Jesica Madrid, su mujer, que han cogido el relevo familiar. “Normalmente vienen las madres pero este año no ha tocado a nosotros. Venían ellas y antes, nuestras amamas. Es una tradición bonita”, explicaba la pareja, con cordones para todos, incluido su hijo Ibai, de dos años, y el peludo de la familia, Ron. “Le ponemos cordón hasta al perro”, señalaban. Ritxar confiaba en la intercesión de San Blas para recuperar la voz pero Jesica confesaba seguir una tradición que, como en muchas familias, pasa de padres a hijos. “De hecho, siempre que me ato el cordón me pongo mala”, reía.

Las hermanas Nerea y Arantza Atutxa, de Basauri, también fueron las encargadas de llevar cordones a toda su familia, todos rojiblancos y recién bendecidos. “Venimos todos los años; antes venía siempre nuestra ama. Se junta la tradición y la devoción, las dos cosas. Mal no nos va a hacer, ¿no?”, alegaban.