Los escaños están al aire libre, las ministras nunca pierden los papeles y en el orden del día tienen cabida desde la carestía del aceite hasta lo ásperos que son los bancos. Se trata de La Moncloa de Ibarrekolanda , un banco corrido en forma de L, ubicado entre la estación de metro de Sarriko y el Conservatorio de Música, en el que un puñado de vecinas se citan para hablar de esto y aquello.

Sentadas bajo la sombra de un árbol, Julia, Visitación, Sara y Celsa inician la sesión de tarde en este área de la plaza de Ibarrekolanda bautizada como La Moncloa “porque nos reunimos aquí las mujeres de nuestra edad para arreglar el mundo ”. Para eso y para hablar de sus hijos. “Pero solo decimos los que tenemos. De ahí no pasamos”, aclara Julia. “No tenemos por qué decir más”, corrobora Sara. Que no cunda el pánico.

También conversan sobre “lo caro que está el aceite” y sobre los años que no pasan en balde. “Vamos siendo muy mayores y nos vemos ya muy torpes”, dice Sara. Nada que les impida acudir al pleno, que se celebra en son de paz. “Estamos muy a gusto y lo pasamos muy bien. ¿Verdad que no nos enfadamos como para decir: No nos hablamos? Nunca, jamás” , asegura. No como otros.

A Sánchez le pedirían que “arreglara España para que no hubiese pobres”, que “sea buena persona” y que “no tengan esos sueldazos”

Puestas a elevar peticiones a sus colegas, los políticos con carne, Julia toma la palabra para reivindicar que cambien los bancos del barrio. “Nos merecemos unos que no estén ásperos . Todas mis chaquetas están con bolitas en la espalda. Mira”, se queja y muestra las pruebas. “Estamos en La Moncloa, algo mejor nos tenían que poner”, se suma Visitación. “No pedimos más, mientras tengamos el árbol y si nos arreglan esto...”, confía Julia, que no se mete en profundidades. “De pensiones y política no hablamos porque no entendemos. Hablamos del aceite y los huevos, que han subido”, detalla.

También “de que pasa una que lleva el moño arriba bien puesto, que pasa otra que lo lleva bajo... De qué vamos a hablar si al presidente no le conocemos”, apunta Aurora, que sigue la sesión en silla de ruedas. “A Sánchez le pediría que arreglara España para que no hubiera pobres”, añade. “Que sea buena persona”, “que no tengan esos sueldazos”..., reclaman el resto. “Yo a las señoras de los ministros les daba los mil euritos que nos dan a nosotros a ver cómo se arreglaban” , propone Visitación.

Metidas en harina, Sara pide a los políticos “que miren por esas personas que cobran tan poco . ¿Tú crees que pueden vivir esas pobres mujeres con 400 euros? Que lo repartan un poco mejor, hombre”, exige y le cede el turno de palabra a Celsa, que no se anda con rodeos. “Miran por ellos nada más. Por la gente mayor no miran, porque hemos trabajado toda la vida, hemos pagado lo que nos han echado y ahora parece que quieres pedir una limosna y no es así. A la gente hay que tratarla bien”, reivindica. “Y también en las enfermedades”, apunta Sara. “ Nosotras somos mayores y tenemos nuestra paguita, pero los jóvenes que tienen niños y están pagando un piso ¿de qué viven? No piensan en nadie, solo en ellos. ¿Sabes cuándo piensan? Cuando hay votaciones, nada más”, se despecha a gusto Celsa.

Se admiten mascotas

En La Moncloa de Ibarrekolanda no piden credenciales, se admiten personas de todas las edades e incluso mascotas. De ello da buena cuenta, en una sesión matinal, Marta González, de 52 años, que conversa, con su perra Mayo en brazos, con Mari Paz, de 96. “Creo que es la más mayor”, estima Marta. “Yo soy de poco hablar. No me gusta el chismorreo porque sé que cualquier día sale a relucir. Estoy un rato y me marcho a andar”, marca distancias Mari Paz. Así que Marta, que trabaja como cuidadora en una residencia, se erige en portavoz. “Venimos siempre los mismos vecinos y hablamos de cosas personales y de temas de actualidad, como lo de Rubiales. Es un asunto complicado y hay opiniones encontradas”, reconoce. En lo que todos coinciden, sean del partido que sean, es en “lo cara que está la vida”. “Compras cuatro cosas y se va el dinero muy rápido. ¡Mayo, no duques a la gente!”, le ordena a su perra, que deja el brazo que sujeta la grabadora reluciente a base de lametazos.

“Hemos trabajado toda la vida, hemos pagado lo que nos han echado y ahora parece que quieres pedir una limosna”, protesta Celsa

Haga frío o calor, Marta no falta a su cita, “a no ser que haga muy intempestivo”, De los 40 y pico grados a los granizos como pelotas, ya no se sabe muy bien qué es eso. “Mientras se puede venir, venimos”. Aunque no cree en la política ni tiene “un partido que le llame la atención más que otro”, accede, tras pensárselo unos segundos, a darles un consejo a quienes la ejercen: “Que cumplan lo que prometen y que escuchen más al pueblo llano . Podemos aportar cercanía con los problemas actuales, que hay bastantes, la verdad” . Que conste en acta.

Lejos de los encendidos rifirrafes entre el Gobierno y la oposición, en estos escaños no se oye una palabra más alta que otra. “Nos llevamos bien todos. ¿Eh, Mari Paz?”. Eso no quiere decir, aclara, que piensen todos iguales, pero “tampoco hablamos de temas muy trascendentales”.

De cuando en cuando, dada la edad media de los asistentes, echan a alguno en falta. “Hay bajas, es ley de vida” , asume con naturalidad Marta, quien confiesa que “al venir todos los días se les coge cariño”.

Diana Jiménez y Marta González, con su perra Mayo, en 'La Moncloa' de Ibarrekolanda. Pablo Viñas

La 'comisión' de cuidadoras

En La Moncloa de Ibarrekolanda también tienen comisiones de expertas, como la de las cuidadoras, que montan sus debates paralelos junto a las personas mayores a las que acompañan. Una de sus integrantes es Diana Jiménez, una empleada de hogar nicaragüense de 33 años que lleva siete viviendo en Bilbao y que pediría a los ministros, en nombre del colectivo inmigrante, “más oportunidades de empleo y mucho apoyo”.

Dice Diana que a veces se juntan “hasta doce abuelas con sus cuidadoras” , que las primeras “hablan de lo que sale en las revistas o la tele, como la boda de Tamara, y de que en este súper esto cuesta un céntimo menos” . Mientras, ellas comparten su día a día, “cómo nos sentimos aquí, cómo nos va en el trabajo, cuántas ganas tú o la otra...”.

En ocasiones, vecinas como Sagrario Tejedor visitan de forma puntual La Moncloa y aprovechan para solicitar “algún centro para que las personas mayores podamos hacer gimnasia o bailar sin tener que pagar”. Por pedir que no quede.