Si algo ha cambiado en Bilbao en el último siglo es la ría que atraviesa la villa. Esta imagen no tiene ni un siglo. Guardada en el fondo documental del Museo Marítimo, la instantánea está tomada en 1928 desde la curva en donde el muelle de Uribitarte muta en el de Ripa, denominación que significa ribazo alto, recordando la condición de esta orilla izquierda con diferencia de altura con respecto a las calles que desembocan en ella.

Para tomar la panorámica, el fotógrafo se elevó y colocó casi en el mismo punto donde ahora se ubica el estribo del puente del Ayuntamiento, un paso sobre el cauce al que todavía le quedaban unos años para ser tendido, ya que no se inauguró hasta el 12 de diciembre de 1934. Eran años de gran actividad industrial y marítima aunque como se observa en este tramo, la ría se había convertido en un almacén flotante de mercancías, principalmente carbón. Es el material que apilado en varios montones por barcaza ocupa todo el muelle de Ripa y parte de el de El Arenal en frente. En la inmediaciones de ese Bilbao vetusto que conformaba el Casco Viejo y el incipiente que se extendía por lo que luego sería el Ensanche no había locales suficientes para guardar la ingente cantidad de carbón que se necesitaba para casi cualquier tipo de actividad. Desde las calefacciones de los domicilios hasta los barcos que, como el que se ve en la imagen con sus dos chimeneas, navegaban a base de motores de vapor, el carbón se gastaba en cantidades literalmente industriales por lo que se hizo necesario su almacenamiento flotante. Además, había otra variable de calado, su permanencia flotando resultaba más barata. Era un carbón que alimentaba también las 18 locomotoras del ferrocarril que conectaba la villa con Portugalete, el conocido como tren de la ría que expulsaba contaminante humo negro, como se observa a la derecha de la imagen tapando casi dos de las grandes grúas portuarias. Porque el muelle de Ripa, hasta alcanzar el puente de El Arenal, donde también moría, servía de carga y descarga cuando las gabarras dejaban línea de atraque. Contaba con instalaciones adecuadas y dos líneas de rieles por las que circulaban las grúas referidas en función de donde tuvieran que efectuar su labor. Tráfico ferroviario y labor portuaria que compartían una ancha franja de terreno en la que incluso entonces se permitía contar con espacios baldíos como el que ocupa oportunamente el paisano, seguramente colocado por el fotógrafo para comparar escalas.

En la margen opuesta, la verdad es que pocas cosas han cambiado. Los dos tinglados, que en 1928 sí acogían cantidades destacables de mercancías como se observa, permanecen aunque con un uso mucho más polivalente. Los bloques de viviendas que se asoman a la ría desde las calles Sendeja, Esperanza y Viuda de Epalza ya se erguían como en la actualidad, tan solo faltaba sustituir el inmueble número 2 de Esperanza, que se construyó más tarde y además se elevó una planta más de las seis del edificio colindante, con lo que se convirtió durante unos años en el más alto bloque residencial del Casco Viejo.

Sí se observa mucho más despejada la falda del promontorio que ya ocupaba desde hace décadas la fundición creada por José Echevarría y sus hijos. Una empresa que a finales de la década de los años 20 era una devoradora de carbón para alimentar sus hornos Siemens, los primeros en instalarse en el Estado, incluso antes del concluir el siglo XIX.

Otra ausencia destacada es la del ascensor de Begoña, la ligera estructura en hormigón que se erigió en 1943 para salvar los 45 metros que separan Etxebarria de la calle Esperanza. Una altura a la que querrían llegar los plataneros de los jardines de El Arenal que entonces aún eran muy bisoños. De hecho, si las humaredas negras del tren no taparan el horizonte sería posible contemplar sin problemas las torres del templo de San Nicolás, el edificio más veterano de la zona que vigila El Arenal y la ría desde 1756. 

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