ORGULLOSA por haber podido sacar a su familia adelante. Así se siente Mari Carmen García tras haber colgado la aguja hace 14 años y gritar a los cuatro vientos que ha amado su profesión. Desde Cádiz pisó tierras vizcainas con 17 meses y no fue hasta los 12 años cuando se instaló en el barrio bilbaino de Arangoiti. Nunca más lo abandonó porque allí ha crecido personal y profesionalmente. Un oficio que ya apenas se ejerce pero ella con sus recuerdos continúa manteniéndolo vivo.
Mari Carmen solo guarda en su memoria momentos felices de su infancia. Cuenta que su padre, burgalés, era funcionario y le trasladaron a Cádiz. Allí nacieron Mari Carmen y otra de sus hermanas, Mari Ángeles. Pero 17 meses más tarde, el destino volvió a dar un giro inesperado y, esta vez, Bizkaia les esperaba para recibirles con los brazos abiertos. Cuando tenía 12 años, llegó junto a su familia a Arangoiti y ya no hubo más idas y venidas. Este barrio bilbaino se convirtió en su verdadero hogar.
Siendo la mayor de cinco hermanos, no estudió pero no se arrepiente de haber empezado a trabajar a los 14 años para sacar a su familia adelante. Las ganas no le faltaron. Una prima que vivía con ellos era pantalonera así que le inició en el oficio. “Me enseñó muy bien. Tenía mucha paciencia”, dice. Después, se encargaba de que esos pantalones llegasen “a una tienda que ya no existe pero que vendía chaquetas, pantalones?”. Ir hasta allí se convertía en toda una aventura, ya que le tocaba correr para que el puente de Deusto no se levantase y eso le hiciese perder ni un minuto si iba con el tiempo justo. “Todos los días que los llevaba, el jefe me solía preguntar si me interesaba trabajar en un taller de confección que él tenía. Yo dije que sí”, relata. Su jornada laboral comenzaba a las 7.00 horas y concluía al mediodía. Casi medio siglo entregada a un oficio que le ha apasionado, un tiempo del que surgieron cientos de prendas. “En aquella época se hacían muchas gabardinas y por ejemplo, había una cinta que pasaba cada cinco minutos al lado de tu máquina y cada una hacíamos una cosa. Yo los bolsillos y la espalda, otra hacía los cuellos? Cada diez minutos salía una gabardina”, explica. Pero cuando se casó, tuvo que dejarlo. No por mucho tiempo ya que cuando crecieron sus hijos, retomó su pasión, esta vez junto a dos de sus hermanas.
“Ellas pusieron un taller por su cuenta en Arangoiti y yo me puse con ellas”. Todo iba viento en popa hasta que falleció Mari Ángeles, la segunda de las hermanas, la que para Mari Carmen ha sido la reina de la aguja. “Falleció con 46 años. Ella era la alegría de la huerta. La adorábamos? Pero estará orgullosa de que continuásemos con lo que ella empezó”, cuenta. No les quedó otra que seguir adelante y trabajar día y noche. Los arreglos de las prendas de los primeros Zara de la villa pasaron por sus manos y tuvieron que trabajar mucho. No había límite ya que incluso se llevaban el trabajo a casa. “Yo cortaba pantalones y me los traía a casa. Pero igual me daba la una de la madrugada y luego levantarte a las seis de la mañana. ¡Imagínate! Mis hijas se ríen ahora de mí, pero me agarraba del brazo de ellas dormida. No podía con mi alma”, dice entre risas.
El soniquete de la máquina fue su banda sonora durante los 20 años que estuvo en el taller que levantó junto a sus hermanas. “Una de las cosas de las que me he dado cuenta es que ha pasado gente del barrio mientras trabajaba y la última vez que les vi igual tenían 10 años. Ahora tienen 30 porque no salía de allí”.
Nueva era Mari Carmen no pasa desapercibida en el barrio. Le conoce todo el mundo y no es para menos. Ella puede presumir de haber realizado una gran labor como costurera, ese oficio que ya desconocen los jóvenes de hoy en día. “Ya no hay gente que confeccione como antes. De hecho, al jubilarme yo, mi otra hermana, a la que saco 15 años, se colocó en otro sitio y necesitan gente, pero no saben hacerlo. Además, ahora hacen las prendas con tres larguras y ya no se necesitan tantos arreglos”, expone.
Si le diesen a elegir otro oficio no se lo pensaría dos veces. La aguja ha sido, es y seguirá siendo su mejor compañera, pero ahora, de manera diferente. “Tengo nietas, y si tengo que hacerles un bajo se lo hago. Mis hijos siempre han estado muy orgullosos de lo que he hecho pero me vino bien dejarlo”. Cuando no hay arreglos que hacer, prefiere aprovechar el tiempo con el que, sin duda, es todavía mejor cómplice: su marido.