El carbonero más popular de estas latitudes volvió a bajar de las montañas que habita para congraciarse con los niños bilbainos. Lo hizo acompañado por un séquito de seres mágicos que abarrotaron la ciudad de música y color en una kalejira secundada por miles de pequeños. La esperanza de que los deseos solicitados se cumplan solo fue equiparable a la ilusión que se irradiaba al paso de Olentzero. Por primera vez, además, la comitiva estuvo capitaneada por Lamia que, con sus cánticos populares, embaucó a los presentes sin perjuicio de Mari Domingi, que ya se ha ganado un hueco en el corazón de los asiduos.
Minutos antes de que Olentzero hiciera acto de presencia, Maren y Zeiane, vestidas para la ocasión, esperaban impacientes. Con timidez, encogían los hombros cuando se les preguntaba si habían sido buenas durante el año. “Mañana -por hoy- nos toca ver la kalejira que hará en Rekalde, nuestro barrio”, comentaban Sheila y Marisol, las amatxus de las niñas que harán doblete. Desde Santurtzi llegaron Irati y Ane, otras dos niñas que estuvieron acompañadas por sus padres. “Les he prometido que vendría vestida de casera y estoy cumpliendo”, afirmaba la amama de la familia con una sonrisa.
Los primeros en salir por la puerta grande del Hotel Carlton, ahí es nada, fueron los divertidos y estridentes galtzagorris. “Super urduri gaude! Eman diezaiogun ongietorria Olentzerori!”, exclamó uno de ellos a los impacientes que se arremolinaron alrededor. La organización del desfile tuvo que apaciguar a algunos padres que cámara en mano no querían perderse la fotografía más esperada. La primera en salir fue Lamia, quien se subió a una estructura con forma de pértiga para volar sobre el público. Después llegó Mari Domingi y, finalmente, el barrigón más querido por los niños euskaldunes.
Subido a un pottoka de madera, Olentzero saludó a miles de niños ojipláticos durante una imaginativa kalejira que cruzó la Gran Vía, fundiéndose con las luces del arbolado para conformar un universo de ensueño. Tan tradicional como los zanpantzarrak o los gigantes comienza a ser subirse a los contenedores o a los buzones de Correos para tener una vista mejor de la comitiva. No había un solo hueco en la arteria principal de la villa, en la que no faltaban ni los manteros y donde cientos de padres y madres aguantaban sobre los hombros a sus hijos con estoicismo.
La llegada Frente al Teatro Arriaga, mientras tanto, Priscila, de 9 años, y Kawther, de 10 años, ambas alumnas del colegio Múgica, escribían afanosamente su carta a Olentzero, con peticiones un tanto ambiciosas, como una tablet. “Llevamos 15 años aquí y nos hemos hecho a las costumbres y tradiciones. En mi país, en Bolivia, se lleva Papá Noel, se está americanizando mucho”, comentaba Erwin, el padre de Priscila, en referencia al fuerte influjo estadounidense. Las dos niñas depositaron las misivas en la oficina postal bautizada como Gabolak, que está siendo todo un éxito esta Navidad, tal y como afirmó la concejala de Fiestas, Itziar Urtasun.
La comitiva llegó sobre las 18.30 horas a esa misma plaza, donde antes de la llegada del protagonista de la tarde se ofreció un espectáculo con pirotecnia y música a cargo de una banda. “Como alcalde pido ilusión y esperanza, porque es la base de todo lo demás”, afirmó Juan Mari Aburto poco antes de realizar el intercambio de makilas. Acompañado de su inseparable Mari Domingi, Olentzero subió a la balconada del Arriaga. “Zuen irriak eta ausardiak indarra ematen digu urte osoan lan egiteko!”, afirmó el carbonero, quien además de reclamar que los padres y profesores dejen jugar a los niños, no dudó en utilizar su autoridad para lanzar un mensaje en contra del bullying infantil.