Bilbao - En el cantón entre la calle Pelota y Ribera los paseantes paran a escuchar el delicioso clásico de Dylan, Blowing in the wind, y aplauden al finalizar de la canción. Suena realmente bien. A la guitarra y coros está el sueco Steffan Rundquist (Helsingborg, 1965) y, a la voz, su amiga holandesa Esther Schoenmakers.
Pero Steffan, no es cualquier músico ambulante, porque a finales de la década de los noventa supo lo que es el éxito y vivir una gira mundial con su banda Undrop. El tema Train (del disco The Crossing), compuesto por su hermano menor, Tomas, sonaba en todas partes y llegó a ser la música elegida para un anuncio de Pepsi en televisión. Su segundo album, Boomerang, lo grabaron con la todopoderosa Columbia Records en 1999.
Pero hoy, ese tren, tanto el de Steffan como el de Esther, ha hecho una parada en Bilbao, donde se han asentado y donde trabajan como músicos callejeros por el Casco Viejo.
Él vive ahora en una habitación de Arangoiti; ella, en un piso de las Sietes Calles. Fueron pareja. Hace un par de años que solo son amigos y compañeros en el oficio del músico. “Conservo un buen recuerdo de aquella época. La fama es como un caramelo. Viajas mucho, tienes dinero, no paras de dar conciertos, conoces gente increíblemente buena. También gente mala. Fue uno de los muchos capítulos de mi vida”, confiesa Rundquist. Habla con sus ojos claros cerrados, concentrándose para encontrar las palabras justas en un castellano que maneja con acento nórdico, el mismo que resuena cuando chapurrea un euskera que está aprendiendo. Ha recorrido decenas de países tocando la guitarra y cantando en la calle. Y, contra el prejuicio, con su camisa verde, la gorra, el chaleco y los mechones de cabello rubio, parece más joven de lo que revela su pasaporte. “Soy estrictamente vegano desde hace 27 años. Nunca he bebido ni fumado”, revela. Piensa que tocar en las esquinas requiere mucha disciplina porque, según justifica “tienes que estar muy atento y despierto, siempre puede suceder cualquier cosa”.
Steffan y Esther cumplen escrupulosamente con la ordenanza municipal: actúan durante 45 minutos en un lugar del que se desplazan un mínimo de 150 metros antes de continuar y su amplificador jamás supera los máximos permitidos. Ambos artistas coinciden en que “Bilbao es un buen lugar para tocar en la calle. Hay sitios donde está prohibido o te hacen la vida imposible”. Steffan va más lejos cuando asegura que “aquí no hay fascistas. Puedo respirar. Puede tocar en la calle sin pelear. Siempre vuelvo al País Vasco a cargar las pilas”. Esther explica que “la idea que existe del norte de Europa no es real. Allí, la gente siempre pelea cuando bebe. Se pone agresiva. Tienes que irte antes de que eso suceda. Aquí las personas van más relajadas”.
Saben de lo que hablan. Tanto juntos como por separado se han pateado Europa. Claro que aquí “tampoco da para planear el mes. Sales y puedes encontrarte con un gato o con un montón de gente. Pero siempre resulta divertido. Nos gusta cuando los niños se acercan corriendo”. Shoenmakers, formada en teatro musical, quiere viajar por América del Sur. Rundquist está pensando en ir a pasar una temporada a Sudáfrica. Ya estuvo allí cuando a los 15 años acompañó a su padre, marinero. Justo entonces había formado un grupo de punk con su amigo Pelle Ossler, muy famoso hoy en Suecia. A los 16 trabajó en una fábrica para reunir dinero con el que poder recorrer Europa en el Interrail tocando por ahí. Ganó varios torneos de skate en Suecia. Y nació Onedrop, el grupo que creó con su hermano, y que precedió a Undrop.
Tras el éxito, Rundquist reconoce que le faltó “inteligencia financiera. Somos músicos, creativos. Los ejecutivos de las compañías son otra cosa. Solo ven el negocio. El capitalismo. Yo soy anticapitalista radical”. Quizás por eso lleva una década estudiando economía y no ha parado de escribir canciones. “Tengo más de un centenar en distintos sitios web. Puedo grabar yo mismo. No quiero perder el control de mis canciones. Me gustaría que alguna entrara en un buen documental o en una película no comercial.
Si vuelve el éxito, que puede ser porque mis canciones hablan de política y amor, dedicaré el dinero a promover la cultura vegana”, adelanta. Steffan y Esther se quedan tocando Je veux, éxito de la francesa Zaz. Los paseantes se detienen. Empieza a formarse un corro y Steffan Rundquist agita su guitarra en la que lleva rotulado el nombre de Bilbao.