A pesar de que solo lleva seis meses en Bilbao, Greyson está encantado de la vida. Le gusta todo: el verde de las montañas que encajonan la capital vizcaina, la arquitectura urbana, las playas de la costa, los potes, el bacalao, la merluza... pero, sobre todo, la gente. “Son todos muy amables conmigo”, dice. Se refiere al trato que recibe cuando va al supermercado o la panadería. Y se extraña de que cuando sube al Pagasarri o al Monte Abril las personas con las que se cruza le saluden con un “egunon”. Todas esas sensaciones son nuevas para él. Greyson viene de un país, Estados Unidos, con una cultura y unas costumbres muy diferentes a las que ahora está viviendo en primera persona. Y eso es lo que más le está gustando. Este joven licenciado, que se gana la vida dando clases de inglés, está descubriendo una cultura totalmente desconocida para él. “No sabía ni que existía el País Vasco”, confiesa. Pero desde que ha llegado se está empapando. Está leyendo libros de historia sobre los vascos y ya chapurrea algunas palabras en euskera. Su intención es seguir en Bilbao durante un año más, por lo menos, aunque “como soy joven y no tengo novia, no tengo ningún plan de futuro”.

Greyson aterrizó en Bilbao sin premeditación. “Yo solo quería venir a Europa”, dice. Lo único que hizo antes de emprender el viaje fue consultar en la universidad sobre cuál podía ser su destino, ya que no conocía nada del viejo continente. “Le dije que me gustaba la montaña, la playa y la arquitectura”, cuenta Greyson, a lo que le contestó el asesor universitario: “El sitio perfecto para ti es Bilbao”. Así que se puso a mirar en el mapa y encontró un puntito en el norte de la península Ibérica que ahora le está proporcionando muchas satisfacciones. “Yo me lo tomé como un aventura”, cuenta, “porque soy joven y lo único que quería era salir de Estados Unidos para enseñar inglés y aprender castellano”. Tomó esa decisión a pesar de que tenía trabajo estable en Texas y un futuro prometedor. “Trabajaba como profesor en una pequeña escuela y tenía contrato por tres años más, pero pensé que si dejaba pasar el tiempo igual no encontraba la oportunidad para venir a Europa, así que me decidí”, relata. Quizá en ello también influyó, como reconoce, que había “roto con una novia”. “Estaba bien pero necesitaba moverme”. Así resume el porqué de su aventura que se inició el pasado 17 de septiembre en Bilbao. ¿Cuál fue su primera impresión?, le preguntamos. “Se me pusieron los ojos como platos”, contesta. ¿Y lo que más le gustó? “Las montañas”. Una vez asentado en la capital vizcaina, gracias a la ayuda de un amigo, Greyson fue encontrando trabajo y amigos. “No tuve problemas”, dice, “enseguida empecé a dar clases”. Y ahí sigue, de un sitio para otro. Lo mismo imparte clases en domicilios particulares que en una oficina o en academias de idiomas. En cuanto a los amigos, tampoco le ha ido mal. Al principio no conocía a nadie, pero poco a poco va ampliando su círculo de amistades. Con alguno de ellos se va de vez en cuando al Pagasarri, donde “disfruto hablando con la gente en el bar-refugio que hay allí arriba”. Se expresa en un castellano que hace progresos día tras día. “Sabía un poco”, dice, “lo suficiente para sobrevivir”. Ese poco lo aprendió “porque Texas hace frontera con México”. “Desde niño he escuchado palabras”, cuenta, “y quizá por eso me ha gustado siempre el castellano”. Greyson dice que le parece un “idioma de amor” y los mexicanos, “una gente muy amable”.

Vascos Lo que desconocía Greyson era que había una lengua milenaria en Europa. “Cuando llegué pensé que el castellano era la única lengua, pero descubrí que había otra, el euskera, muy querida”, relata. Eso le animó a interesarse por la cultura del País Vasco. “Estoy leyendo”, dice, “un libro sobre la historia de los vascos y veo que es muy interesante, por ejemplo, cómo iban a cazar ballenas hasta Terranova”. También está descubriendo que en Euskadi se “hace la vida en la calle y se bebe uno o dos vinos para relajarse, para estar con los amigos”. Algo muy diferente de lo que ocurre en su país. “En Estados Unidos”, cuenta, “se tiene otra mentalidad en este tema, se beben licores más duros, no crianzas ni cañas como aquí”. También le gusta la comida, aunque reconoce que para él, “los pintxos de los bares son escasos, porque yo estoy acostumbrado a comer carne en más cantidad”, dice. Aunque ya ha tenido la oportunidad de “saborear” el bacalao y la merluza. Ahora sólo espera que mejore el tiempo para poder disfrutar del sol en las playas vizcainas.