Marchaban orgullosos, con sus palmas al hombro, la vista fija en el frente y el paso medido. Pero a ratos no podían dejar de lanzarse divertidas miradas de complicidad y de interactuar con los asistentes al cortejo. “Ahora pueden pasar, ¿eh?”, invitaban a los transeúntes, detenido el transitar junto a la plaza Moyúa. No tienen más de 10 años y son cosas de la edad. Los cofrades más pequeños se volvieron a convertir ayer en los protagonistas de la procesión del Borriquito, la primera gran cita de la Semana Santa bilbaina. También desde el lado del público se hicieron notar, subidos a hombros de sus padres o sentados en las aceras. Pese a la solemnidad de las fechas, la Procesión del Borriquito sigue manteniendo su espíritu más tierno y su ambiente festivo.

Es una de las procesiones más multitudinarias de las que se celebran en Bilbao, la que tiene un ambiente más festivo. Y eso se nota entre los asistentes. “Es una tradición: compras tu ramito de laurel y vienes a ver la procesión. Tantos años después, me sigue emocionando ver pasar a los cofrades. ¡Y hay que ver cómo tocan algunos los tambores!”, reconocían Reyes Ortiz, que junto a su hermana no se perdía detalle de los cofrades.

Una larga hilera multicolor, jalonada con las distintas tonalidades de los capirotes -granates, negros, morados, azul celeste...- iba serpenteando la Gran Vía tras partir desde Jardines de Albia, bajo la atenta mirada de cientos de asistentes que contemplaban la procesión.

Todas la cofradías se unen cada Domingo de Ramos para conmemorar la entrada de Jesús en Jerusalén, a lomos del borriquito. Es, a diferencia de otras procesiones más penitentes, la cita más festiva, a lo que contribuye sin duda la presencia de muchos niños, tanto en el propio cortejo como entre los asistentes. Algunos de los pequeños apenas levantaban un metro del suelo y desfilaban junto a los cofrades adultos; otros guardaban formales las filas del cortejo, e incluso había quienes ya ocultaban sus rostros bajo los tradicionales capirotes.

Paso a paso, las nueve cofradías bilbainas fueron partiendo de la iglesia de San Vicente, en Jardines de Albia. Cada una con sus colores característicos -rojo y negro, blanco y granate, blanco y celeste...-, enfundados en sus capirotes, muchas con sus bandas de cornetas y tambores, casi mil cofrades recorrieron unas abarrotadas calles del centro de Bilbao en la mañana de ayer. Los trinos de las cornetas se mezclaban con el rítmico golpear de los tambores, superponiéndose con el resto de melodías que se escuchaban en la lejanía y que avanzaban la llegada de nuevos cofrades, muchos de los cuales todavía salen descalzos. Y, tras el paso de las nueve cofradías, desfilaba el paso protagonista de la procesión: la de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, a lomos de su borriquito, y acompañado de otro pequeño asno, llevado a hombros por los penitentes de la Pasión. Cerraban el cortijo la imagen de Nuestra Señora de Ramos y del Rosario, y una representación de uno de los cofrades de las nueve cofradías bilbainas.

Palmas y laurel Aunque las largas hojas de palma siguen teniendo su público -las hay incluso con primorosas trenzas y figuras-, las ramitas de laurel, que se podían adquirir prácticamente en cada esquina a cambio de la voluntad, fueron las más demandadas de la mañana. Incluso los puestos de rosquillas despachaban ramas del demandado árbol, dejando a elegir las más bonitas a los clientes.

Pasadas las 14.30 horas, más de dos horas después de partir, las cofradías regresaban a Jardines de Albia. La procesión había concluido, pero no el espíritu festivo. “No hay que llorar, que la vida es un carnaval...”, entonaban los tambores de una de ellas, perdiéndose en la lejanía. Cosas que solo pasan en esta procesión del Domingo de Ramos.