Bilbao

vAS a pasar hambre". Esa fue la frase que Paula Mónica Betanzos escuchó en casa cuando anunció su intención de adentrarse en el mundo de las vidrieras. A pesar de que eligió un camino alejado de las disciplinas que a priori garantizarían mejores salidas laborales, apostó por convertir su afición en modo de vida por encima de las dudas de su entorno. "¿Vivir de esto? Depende de lo que necesite una persona para vivir. Ese concepto es muy variable", razona.

Diplomada en nuevas técnicas de vidriera contemporánea y conservación y restauración de vidrieras históricas, tiene un taller situado a pocos de metros del Puente Viejo en su Balmaseda natal. En su cuartel general diseña y fabrica piezas emplomadas que encajan más con su gusto por las nuevas tendencias, aunque no deja de reconocer que "las medievales, como Notre Dame de París, son espectaculares". Su protocolo de trabajo no dista demasiado de aquellos artesanos, a excepción de la ayuda que hoy proporcionan los adelantos tecnológicos. "Se diseña el dibujo en papel, luego se adapta al tamaño natural y se hace una copia para cortar el vidrio a medida y pintarlo. Después, se mete en el horno para completar el emplomado", detalla.

Así ha elaborado vidrieras para edificios representativos de su municipio. Las que lucen las ventanas del Klaret Antzokia y el museo de la historia de Balmaseda -antiguamente la iglesia de San Juan, en la ribera del río Kadagua- han salido de su estudio. Además, ha colaborado en la restauración de algunas ventanas en la iglesia de San Severino. "Estoy muy orgullosa de todos los trabajos que he realizado", afirma.

Entre ellos, su libro sobre las vidrieras de Bilbao recientemente publicado. Seis meses recorriendo la capital de punta a punta para documentarse le pasaron factura. "Terminé con tendinitis en el pie", dice como resumen del proceso de investigación e inventariado de las más emblemáticas. Ha incluido un centenar de referencias, pero lo que ha encontrado "daría para llenar dos libros más". Estaciones de tren, teatros, otros edificios civiles o incluso portales. La cantidad y la calidad de las vidrieras que ha tenido la oportunidad de admirar desmiente a quienes creen que "las vidrieras son cosa de las iglesias". Aunque, por supuesto, tampoco se ha olvidado de los templos religiosos.

Los maestros vidrieros han vivido a la sombra de otros artistas a lo largo de la historia, según sostiene. "La gran mayoría de las obras no están firmadas ni datadas", asegura. Por eso, decidió recopilar las más destacadas de Bilbao. Es una manera de hacer justicia a esos trabajos ampliando la información sobre los motivos que representan y los autores, además de descubrir todos sus detalles mediante las numerosas fotografías que se adjuntan.

Las más antiguas corresponden a la Catedral de Santiago. "El taller del francés Pierre Dagrand las completó en dos etapas: en 1867 y 1890", precisa. En aquella época las vidrieras experimentaron un notable resurgimiento en Euskadi. Sin embargo, apenas aparecen nombres vascos entre los maestros que recoge el libro. "La razón es que no los había. Por eso artistas franceses se instalaron aquí. Hasta la Unión de Maestros Vidrieros de Irún desciende de una casa francesa", cuenta. De sus mentores aprendieron la técnica para elaborar composiciones monumentales, como la vidriera de la estación de Abando. Su inauguración fue todo un acontecimiento al que asistió Franco. Pese a su tamaño, los profesionales del gremio tenían pequeños trucos para que el resultado fuese perfecto: "En primer lugar dibujaban un boceto en papel dividido en paneles y asignaban un número a cada uno. Después trasladaban los dibujos al vidrio", describe.

Durante los seis meses que ha empleado en explorar cualquier rincón de Bilbao en el que pudiera haber una vidriera se ha encontrado verdaderas obras de arte en domicilios particulares. "Los portales merecerían otro libro en sí mismos, pero las comunidades de vecinos han preferido que no salieran las direcciones", desvela. Sin duda, lo que más la sorprendió fue descubrir composiciones en otros lugares todavía más insospechados. "Me llamó la atención una en particular porque no se reflejaba la luz y la verdad es que sin ese efecto no tiene mucho sentido", expone.

El recorrido cronológico que se inicia en la Catedral de Santiago llega a su fin en las vidrieras del palacio Euskalduna, "posiblemente las más modernas y polémicas porque hay quien no la catalogaría como tal". Ésta se ajusta al estilo que a ella le gusta. "Asociamos las vidrieras a la grandes iglesias, pero existen otras técnicas y se pueden representar otros motivos", argumenta. Mientras estudiaba en Barcelona acostumbraba a dar largos paseos por el centro "absorta en las vidrieras modernistas; me encanta que sean originales y distintas de ese concepto más clásico del que hablaba hace un momento".

En un futuro que se presenta cada vez más incierto, le gustaría avanzar un paso más en su campo artístico. "Me encantaría crear esculturas en vidrio y pasar del plano al volumen", adelanta. El problema, para variar, es que "cuesta mucho dinero". Ahora está volcada en lograr que su publicación sobre las vidrieras de Bilbao llegue a las librerías de todo Bizkaia. Por el momento ya se vende en los establecimientos de la capital. No descarta ordenar el material que ha tenido que descartar por falta de espacio para sacar un segundo capítulo. Hasta entonces seguirá dando forma a las filigranas y motivos geométricos que dibuja mentalmente mientras la luz se cuela a través de la ventana de su taller de Balmaseda.