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La huerta de un filipino en Atxuri

Rodolfo trabaja la tierra con un cuchillo, al estilo de su país, en un terreno de la calle Camino del Bosque

La huerta de un filipino en Atxurifoto: Oskar Martínez

RODOLFO se crió subiéndose a cocoteros de más de veinte metros de altura y cultivando arroz en Taggat, la pequeña localidad donde nació, al norte de la isla principal del archipiélago de Filipinas. Desde su casa veía el mar. Quizá por eso ahora, siempre que puede, se acerca hasta la playa de Larrabasterra para sentir la brisa marina. Vivió en plena naturaleza hasta que un buen año, en 1989, decidió emprender el camino de la emigración que previamente había iniciado su esposa. "Ella vino antes a trabajar en el servicio doméstico", recuerda Adolfo, "por medio de una amiga, y cuando vio que yo tenía posibilidades de encontrar trabajo di el salto". Una vez en Bilbao no tuvo problemas para ponerse a trabajar. "En la época que yo vine era más fácil porque había muy pocos extranjeros en Bilbao", señala. Así que, durante largos años, estuvo sirviendo en uno de los primeros restaurantes chinos de Bilbao, el que había en la calle Elcano. Trabajó de cocinero y camarero hasta que se cerró el establecimiento. A partir de ese momento, todas las ocupaciones laborales que ha desempeñado no han tenido la continuidad que él hubiese querido. Actualmente, solo trabaja un par de horas al día limpiando oficinas. Pero no se aburre el resto de la jornada. Lo dedica a un pequeño huerto que ha habilitado en unos terrenos abandonados en la calle Camino del Bosque, detrás de la plaza de la Encarnación, en Atxuri. Lo curioso de Rodolfo es que utiliza un cuchillo en lugar de la tradicional azada para sembrar y cultivar la tierra. "Es muy cómodo porque estoy acostumbrado a hacerlo así desde pequeño", dice con una inconfundible sonrisa asiática.

La culpa de que Rodolfo se dedique a la agricultura urbana es de Juan Salazar, un vecino que se ha dedicado durante los últimos años a adecentar los terrenos inertes que quedaron sin urbanizar entre los bloques de viviendas que se construyeron salvajemente en el barrio en los años setenta. "La mayor parte de los terrenos se convirtieron en escombreras", comenta Juan. Su empeño y las gestiones en el Ayuntamiento han conseguido que algunas parcelas hayan quedado ajardinadas. Y como Rodolfo veía trabajar a Juan en esos terrenos, un día se le acercó y le preguntó si la polícía le diría algo si él se ponía a cultivarlos. Juan, a pesar de que no tenía ni tiene ningún tipo de poder de decisión sobre el asunto, le dijo que adelante. Al día siguiente, bajó un cuchillo de grandes dimensiones y se puso manos a la obra. Eso sucedió hace dos años.

Cuchillo A su amigo Juan también le extrañó lo del cuchillo, pero le tranquilizó al decirle que él estaba acostumbrado a sembrar con esa herramienta en su país. Desechó la azada que le consiguió Juan y le demostró que con un cuchillo se puede labrar la tierra y cultivar hermosas lechugas, calabazas, acelgas, endivias y ajos, entre otras hortalizas. "Nadie del barrio me dice nada cuando me ve trabajando en la huerta; me saludan y yo sigo a lo mío", comenta. Con lo único que está molesto es con las "gamberradas" de algunos que le estropean las cosechas. "No sé por qué lo hacen", dice, "porque yo no molesto a nadie". También le indigna que le hayan robado en alguna ocasión los pocos aperos de labranza que tiene en la huerta, incluido el cuchillo.

Rodolfo espera ansioso que llegue la época se siembra. "Ya tengo plantados algunos ajos", cuenta, "pero lo fuerte llegará a finales de marzo y principios de abril". Será entonces cuando saque a relucir todos los conocimientos que adquirió junto a su padre en la finca familiar de Taggat. "Allí, en el pueblo donde nací, todas las familias teníamos huerto, de forma que comíamos lo que cultivábamos". Sobre todo, arroz. Y eso es lo único que no puede plantar en el empinado terreno de la calle Camino del Bosque. "El arroz necesita un terreno plano y mucha agua; tiene que estar siempre cubierto de agua", señala. Pero no le importa. De la tierra de Rodolfo, a la que no echa ningún tipo de fertilizantes ni insecticidas, salen unas "alubias estupendas y unos pimientos riquísimos", dice orgulloso.

hobby La cosecha de Adolfo llega directamente, sin intermediarios, a la mesa y al congelador familiar. "Lo bueno que tiene esto es que no tengo que ir al supermercado a comprar verduras", comenta sonriente. Unas verduras que le ha recomendado el médico debido a su elevado índice de colesterol, aunque no por eso las cultiva. "Lo hago porque me entretiene y me gusta; para mí esto es un hobby", dice. Los que se benefician de su afición a la horticultura son su mujer y los hijos, que cuando llega la temporada de pimientos, dan buena cuenta de ello.

A pesar de que no tiene mucho trabajo, Rodolfo no se arrepiente de haber venido a Euskadi. "Estoy muy a gusto y agradecido al pueblo vasco porque con nosotros se han portado muy bien", afirma. Sus hijos, de 25 y 19 años, han echado raíces en Bilbao. Y él también. Tanto, que no piensa regresar a Filipinas. "Allí hay mucha pobreza y mucha inseguridad en las calles", confiesa. Por eso, solo ha vuelto a su país de origen en contadas ocasiones desde que hace 23 años aterrizara en Sondika. "Fui al entierro de mi padre hace cuatro años, pero no voy ni de vacaciones porque el viaje es muy caro", señala. Adolfo está orgulloso de tener un piso en propiedad en Atxuri y una huerta que mima con un cuchillo que maneja con técnica filipina.