BILBAO. Corría el año 1966. Fermín había sido ordenado sacerdote tras finalizar los estudios en el seminario de Derio. Tenía 25 años y unas ganas enormes de iniciar la carrera eclesiástica. Le destinaron a Otxarkoaga. Así que se presentó en los arrabales de Bilbao montado en una vespa y sin sotana. Fermín se sumó a un grupo de curas jóvenes que llevaba desarrollando una gran labor social y cultural desde la creación del barrio, en 1961. Años después abandonó el sacerdocio, pero todavía recuerda con cariño su paso por Otxarkoaga. Con motivo de una exposición fotográfica en el Centro Cívico, ha tenido la oportunidad de revivir sus mejores momentos.

¿Qué impresión le produjo el barrio?

Muy buena. De todas formas, yo ya lo conocía porque el año anterior a ordenarme solía ayudar a los curas en las dos parroquias que había.

¿Recuerda el primer día de trabajo en Otxarkoaga?

Sí, perfectamente. Llegué en una vespa y lo primero que hice fue preguntarle a don Diego Berguices, el cura responsable de la comunidad, a ver si podía ir en moto. Le pregunté a ver si le parecía que podía escandalizar a la gente. Me dijo que no, que no había ningún problema.

¿Iba con sotana?

No. La sotana la utilizaba poco, solo para las celebraciones. Cuando iba a visitar enfermos les preguntaba cómo le gustaban los curas: con sotana o sin ella. Si me decían que con sotana, me ponía una prenda que utilizábamos para celebrar misa. Yo solía ir de paisano, y el alzacuellos me lo ponía según el lugar donde tenía que ir.

¿Por ejemplo?

Para ir a pedir a empresas y colegios unos autobuses que pudieran trasladar a los niños de la catequesis en el viaje de fin de curso, que hacíamos a Gorliz.

Cuando llegó a Otxarkoaga, ¿le dieron algún consejo sus compañeros?

Sí, que no me dejara besar la mano, tal y como era costumbre en aquella época con los curas. Me dijeron que era mejor que yo mismo acabara con ese signo de privilegio antes de que ellos me lo quitaran.

¿Cómo era el barrio entonces?

Cuando yo llegué era un barrio encantador. Es verdad que en los primeros años, del 61 al 63, cogió mala fama. Decían que había mucho quinqui, pero yo no vi nada de eso.

¿Cómo lo definiría?

Como un barrio trabajador. Allí todos trabajaban desde muy jóvenes, desde los 14 años. Pero lo destacable es que era un barrio que comenzaba a tener conciencia social de barrio, de grupo.

¿Cuál era la composición social?

Un mosaico de culturas de toda España. Había de todo: gallegos, castellanos, extremeños, andaluces...

¿Y gitanos?

Sí, pero muy pocos. Yo no llegué a trabajar con ellos.

¿Cuál fue su cometido?

Trabajar con los otros curas que ya estaban en Otxarkoaga: don Diego Berguices y Txomin Bereciartua.

¿Qué tipo de trabajos realizaba?

De todo. Cuando llegué don Diego Berguices me dijo: "La Iglesia tiene que estar donde la sociedad civil no puede llegar".

¿Y dónde no llegaba?

Al mundo de la enseñanza, por ejemplo. El mismo don Diego vio que en el barrio había muchos niños listos e inteligentes que no podían hacer el Bachiller. Por eso, montó un colegio parroquial. Y allí empecé a dar clases de Ciencias Naturales, Historia, y de lo que hiciera falta. Luego también tuve que hacer de soldador.

¿De soldador un cura?

Sí. Tuvimos que montar unos barracones que nos cedió Iberduero y que luego albergaría la Escuela Profesional. Allí tuve que aprender a soldar eléctricamente porque nosotros lo hacíamos todo.

¿O sea, que eran curas obreros?

No. Yo no me consideraba un cura obrero. Era un cura normal que prestaba un servicio en un momento determinado. Por eso, a veces trabajaba manualmente y luego daba clases.

¿Cuál era la filosofía de su labor pastoral?

Muy sencilla. A un estómago vació no le puedes hablar de Dios. Primero hay que darle de comer. Y después de comer viene la filosofía, la religión o la poesía. Lo importante era la comida y la cultura.

¿Por qué también la cultura?

Porque si no hay cultura, no hay personas. Y nosotros teníamos muy claro que desarrollar personas humanas era desarrollar cristianos.

¿Le daban menos importancia al culto?

No, en absoluto. Nosotros teníamos las dos iglesias llenas. La gente era muy religiosa, iba mucho a misa. La catequesis era boyante y teníamos de 500 a 600 bautismos al año. La actividad religiosa era enorme, aunque nosotros jamás les decíamos a los chavales que tenían que ir a misa. Ellos todavía recuerdan en la libertad que les educamos.

También había una gran actividad social...

Sí. Otxarkoaga fue prácticamente la semilla de muchos movimientos sociales y obreros en Bilbao y Bizkaia. Allí empezaron a crecer con fuerza las asociaciones de vecinos; también tuvieron mucha fuerza los grupos como HOC (Hombres Obreros Católicos) y JOC (Jóvenes Obreros Católicos).

Las iglesias de Otxarkoaga también sirvieron para asambleas de trabajadores, algo prohibido en aquella época.

Sí. Recuerdo la famosa huelga de bandas, en el 67, que se reunían en la iglesia grande. Don Diego Berguices se mantenía firme en que teníamos que dar servicio en aquello que no tenían los vecinos, aunque fuera durante el franquismo. Así que, cuando llegó la democracia, se les dijo a los trabajadores: ahí tenéis el cine para alquilarlo.

Usted cambió Otxarkoaga por las misiones, ¿por qué lo hizo?

Porque siempre había tenido ganas de ir a misiones. Lo fácil era ir a América, por el idioma, pero a mí me tiraba más África, los negros. Por eso, primero fui a París a aprender francés y luego, al Congo.

¿Qué aprendió en el Congo?

A distinguir entre occidentalismo y cristianismo. El evangelio tiene que interpretarse de acuerdo con la cultura africana, asiática o europea, pero nunca debe imponerse.

¿Cuánto tiempo estuvo en África?

Tres años.

¿Por qué se volvió?

Por una mezcla de miedo y cansancio.

¿Miedo?

Sí. En aquella época estaba Mobutu como presidente de Zaire y empezó a arremeter contra los blancos. Ese ambiente me creó mucho desasosiego.

Y regresó a Otxarkoaga.

Sí. Volví a vivir en la casa cural de Otxarkoaga, pero ya no estuve trabajando en el barrio porque en 1976 se puso en marcha la parroquia de Birginetxe, en Txurdinaga, y me destinaron allí.

¿Cómo encontró Otxarkoaga tras esos años de ausencia?

Un poco cambiado, pero no tanto como luego sucedería, en los años ochenta. Yo no viví ese cambio, pero, según me contaron, con el tema de la droga, el barrio quedó bastante estropeado.

¿Cuándo abandonó el barrio definitivamente?

En 1982, que me fui a vivir al seminario de Derio. Allí estuve dos años, ya que en 1984 me secularicé y en 1986 me casé.

¿Por qué se salió de cura?

Por el celibato. No dejé de ser cura por problemas de fe. Sigo teniendo la misma fe, creyendo en Jesús, pero yo no quería seguir siendo célibe.

¿De qué se siguió ganando la vida?

De profesor. Cuando regresé del Congo me puse a estudiar Electrónica, primero en Jesuitas y luego en Atxuri. Cuando termine los estudios, me puse a dar clases en el centro de FP de Atxuri, donde he estado 30 años, hasta la jubilación.

¿Suele volver a Otxarkoaga?

No. Solo voy cuando hay algún tipo de acontecimiento, como esta exposición o la presentación de un libro, como el año pasado.

¿Le produce alguna sensación especial?

No. Veo que ha cambiado, como todo Bilbao, que hay cosa nuevas, que se ha modernizado, pero nada más.