– ¿Qué supone para usted una final continental entre el Surne Bilbao Basket y PAOK?
—Una final entre los dos grandes equipos de mi vida. Por un lado, el club que me vio crecer y que me dio la oportunidad de jugar como profesional desde muy pequeño, debutando con 16 años en la liga griega y en la Euroliga y siendo el capitán con 18 años; el equipo de toda mi vida... Y por el otro, el Bilbao Basket, el conjunto que me dio la oportunidad de crecer, de subir a otro nivel y poder jugar después Euroliga en Efes Pilsen. Esos tres años en Bilbao fueron increíbles. Si me preguntas quién quiero que gane, no te lo puedo decir (risas). Es muy difícil porque son los dos equipos más importantes de mi carrera profesional.
¿Qué le parece el 72-65 de la ida?
—No pude ver el partido pero cuando comprobé el resultado final me llamó la atención. He visto muchos partidos del PAOK porque me gusta cómo juega, siendo un conjunto atlético, que corre muy bien, el entrenador es muy bueno… Me gusta el ritmo alto al que juega, pero cuando vi el resultado me extrañó porque pocos equipos han sido capaces de jugarles en defensa al nivel de no permitirles alcanzar los 78-80 puntos. Ese equipo juega normalmente a un nivel altísimo por lo que imagino que el Bilbao Basket tuvo que hacer un grandísimo trabajo en defensa, muy serio. Creo que el segundo partido irá por un estilo parecido. Ponsarnau y los jugadores deben esperar un auténtico infierno de 8.500 personas, poner mucha atención en el ritmo de juego y bajar las revoluciones del PAOK. La clave será intentar estar en todo momento cerca en el marcador.
Usted es de Salónica y creció allí en la época de los títulos de la Korac, la Recopa de Europa, una liga, un par de Copas… ¿Era muy aficionado?
—Te diría que prácticamente desde el minuto uno de mi vida (risas). Casi toda mi familia es muy aficionada del PAOK. Creo que la primera vez que me llevaron al pabellón tendría yo unos 8 o 9 años, luego llegó también el fútbol y me hice muy aficionado. El 80% del norte de Grecia sigue al PAOK Salónica así que yo no podía faltar. Todos los niños queríamos jugar en el PAOK, ya fuera a fútbol o a baloncesto, y tener ese sueño y poder acabar jugando en el equipo de mi vida ha sido muy importante y me ha marcado como jugador.
¿Hay mucha rivalidad con el Aris?
—Vamos a hablar de cosas más serias, de la rivalidad con Olympiacos o Panathinaikos… No, es broma, es broma. Yo tengo un grandísimo respeto al Aris como a todos los equipos y aún más a la rivalidad a la que yo me tuve que enfrentar con 16 años. Es de las cosas que te hacen convertirte en un hombre. Tú imagínate a esa edad ir a jugar a un pabellón con 5.500 personas que desde dos horas antes de que empezara el partido te insultan, te dicen de todo… Salónica es una ciudad muy pequeña y se convive con esa rivalidad. Yo dentro del pabellón tenía amigos del Aris y ahí éramos enemigos. Cuando salíamos, se acabó y se retomaba la amistad.
¿Quién era su ídolo en el PAOK?
—Mi exentrenador, Bane Prelevic. El número siete de toda la vida en el PAOK, que para mí era el número uno. Y también Pedja Stojakovic. Era muy joven, un chico que trabajó muchísimo y fue muy importante en aquel PAOK que ganó la Copa en 1995 y después se fue a la NBA. Dos jugadorazos.
¿Con cuántos años entró en la cantera del PAOK?
—Con 14. Y con 16 entrenaba y jugaba con el primer equipo. Era el año 2000, cuando empezó la Euroliga. PAOK jugó contra aquel Barcelona en el que asomaban ya Pau Gasol y Juan Carlos Navarro. Mi primer viaje fuera de Grecia fue a Barcelona para jugar contra ellos.
¿Recuerda su debut?
—Fue contra un equipo de Atenas que se llama Near East que ahora está en la tercera división. En esa época el PAOK tenía ya bastantes problemas económicos y viajamos a Atenas con solo ocho jugadores, cinco profesionales y tres canteranos, prácticamente niños. Yo era uno de ellos. Un compañero tuvo que dejar el partido al cometer cinco faltas y yo tuve que salir al final. Si no me equivoco, jugué los últimos 45 segundos. Íbamos ganando por dos o tres puntos cuando salí y metí ocho puntos.
¿Ocho puntos en 45 segundos?
—Sí, sí. Es que el rival creía que no me iban a pasar la pelota y me dejaban solo (risas). Pero es que yo llevaba ya varios meses entrenando con mis compañeros del primer equipo, me conocían y me pasaron la bola. Al final ganamos y para mí fue algo muy grande porque el PAOK Salónica muy pocas veces sacaba jugadores locales de su propia cantera. A partir de ahí los tres pasamos a jugar en el primer equipo.
¿Cómo fue debutar con 16 años en el equipo de su vida, el de su ciudad, una ciudad que vive el baloncesto de manera pasional?
—Era cumplir el sueño de todos los niños. Algunos compañeros también pudieron cumplirlo pero yo, además, tuve la suerte y la oportunidad de ser el capitán del equipo con 18 años, ganar partidos contra Olympiacos, Panathinaikos, AEK, Aris…, contra figuras como Zeljko Obradovic, Vassilis Spanoulis… Ganamos muchos grandes partidos, los perdimos también y construimos una gran historia. Tenía un gran sueño, lo cumplí y me ayudó mucho el resto de mi carrera. Tengo la espina de no haber podido ganar nada con el PAOK, pero como ahora he pasado de jugador a entrenador vamos a ver si algún día puedo volver y cumplir otro sueño.
Tras marcharse en 2006 a Málaga y hacer carrera en Europa, regresó otras dos veces al PAOK.
—Después de mi estancia en Unicaja me fichó Olympiacos y jugué allí un año. En el PAOK, después de todos los problemas económicos, entró una persona con dinero y me ofrecieron un buen contrato de tres años. Decidí volver porque pensé que iba a haber un proyecto para que el club volviera a estar arriba y para volver a competir de tú a tú contra los dos grandes de Grecia. Pero las cosas volvieron a no ir bien en el tema económico, no nos pagaban a los jugadores y hubo un momento en el que a un compañero y a mí nos dijeron que teníamos los contratos más altos y que teníamos que salir para que el resto del equipo pudiera cobrar. Salí, por así decirlo, por la puerta de atrás, no como yo quería.
¿Qué ambiente se va a encontrar el Surne Bilbao Basket en el Palataki?
—Lo comentaba hace unos días con un amigo. En los pabellones del baloncesto español todo está muy bien, hay un ambiente de familias en la grada, pero en Grecia es muy diferente. Por decirlo de una manera, la gente va al pabellón a pisar al equipo rival. Están desde mucho antes de que arranque el partido cantando y animando, no paran durante todo el encuentro. Como visitante, para mí resultaba motivante, me daba un empujón para intentar hacer las cosas muy bien. La verdad es que para el Bilbao Basket la presión va a ser muy grande, muy importante. El equipo tiene que estar tranquilo, jugar a su ritmo, controlar el tiempo y las posesiones y, además, tiene un colchón de siete puntos, que es importante.
Usted estuvo en Charleroi, la única final europea que había disputado hasta ahora el Bilbao Basket. ¿Cómo la recuerda?
—Lo que más recuerdo es que la gente que había en uno de los fondos, en una de las mitades del pabellón, era completamente del Bilbao Basket. La ilusión de la gente era brutal. Salías esa semana a pasear por Bilbao y toda la gente te daba ánimos, te decían que iban a viajar a la final… Había una ilusión muy grande dentro de un año en el que también hubo muchos problemas por el asunto económico, aunque los jugadores nos mantuvimos firmes con el equipo y la gente siguió con nosotros pese a todos los contratiempos. Pensábamos que podíamos ganar, pero en aquella época los equipos rusos tenían muchísimo dinero y plantillas de Euroliga, no de Eurocup. Hicimos un partido más o menos bueno, pero la calidad y el nivel del Lokomotiv Kuban era un poco mayor. Ellos jugaron muy bien y tenían a Nick Calathes, que en esos momentos era el mejor base de Europa, jugadores de la selección rusa, un muy buen entrenador… Hicimos lo que pudimos, creo que toda la afición tiene un muy buen recuerdo de aquel equipo que en tres años consiguió jugar una final de la ACB, estar a punto de entrar en la Final Four de la Euroliga contra el CSKA Moscú y disputar esa final.
¿Se decanta por algún equipo en la final?
—Me resulta imposible. Son dos equipos importantísimos en mi vida y quiero muchísimo a ambos. Creo que soy la única persona que pase lo que pase voy a ganar esta final. Si gana PAOK, gano yo; si gana el Bilbao Basket, gano yo también (risas). Pero claro, pase lo que pase una parte de mi también pierde.
Ahora arranca una nueva etapa como entrenador en Ecuador. Va a dirigir al Cuenca Basket Club, su último equipo como jugador.
—Me rompí la rodilla en el último partido de la pasada temporada pero eso no fue lo importante para dar el paso. Tenía ya una edad y tenía que decidir si seguía jugando una campaña más por diversión o empezaba una nueva etapa, que yo tenía claro desde hace tiempo que iba a ir enfocada a entrenar. En Murcia trabajaba ya individualmente con algunos jugadores y ya me apetecía coger un equipo y empezar a entrenar porque ya hice los cursos necesarios en la Federación Española de Baloncesto y todo me fue muy bien. Para mí es un sueño ser entrenador, es muy diferente a lo que el baloncesto te exige como jugador pero estoy muy feliz porque puedo aportar mi experiencia después de 25 años jugando al primer nivel. Creo que puedo tener ideas diferentes a otros entrenadores, enseñar otras cosas a mis jugadores.
¿Cómo es el ecosistema del baloncesto ecuatoriano?
—Por decirlo de alguna manera, hay muchísimo talento pero no hay el nivel para poder ayudarles a desarrollarse. En Europa y en la ACB el nivel de los entrenadores es altísimo y desarrollar jugadores es más fácil que en Ecuador. Yo lo veo como un desafío, no lo veo con la idea de traer cinco o seis extranjeros y que ellos hagan todo. Eso es fácil. Yo quiero ayudar a que los jugadores locales con talento puedan desarrollarse. Por ejemplo, yo tengo un base de 15 años que le ves y rápidamente te das cuenta de que sabe jugar. Tiene mucho baloncesto en la cabeza pero aún tiene el cuerpo de un niño y yo intento ayudarle y pretendo darle minutos en una liga en la que las grandes estrellas son los seis extranjeros que puede tener cada club. En general todos los equipos deberían hacer eso para que el talento ecuatoriano salga adelante. Porque, de verdad, el talento está, pero hay que extraerlo. Para mí como europeo, que el club me haya dado la oportunidad de saltar al banquillo tras la lesión es importante. Me senté con el presidente, Mario Gordón, y me decía que quería que le ayudase con la escuela de baloncesto y me dio la oportunidad de hacerme cargo del primer equipo. Siempre le estaré agradecido. Él es exjugador de la selección de Ecuador, conoce perfectamente que el nivel del baloncesto europeo es superior y cree que yo les puedo ayudar para que la calidad de la liga pueda ir subiendo, convertir al Cuenca en un equipo ganador y por eso decidí quedarme un año más como un paso para que yo pueda aprender también en una liga profesional con seis extranjeros y después volver a Europa y empezar a tener otras oportunidades.