¡Qué locura, Miribilla, qué locura!
10.000 personas llenan las gradas de un Bilbao Arena que disfrutó del ambiente intenso y pasional de las grandes citas
¡Esto es Miribilla! Jaume Ponsarnau se vistió de un Leónidas con traje para guiar al Bilbao Basket en una final de la FIBA Europe Cup que este miércoles se parangonó con la Batalla de las Termópilas. Aunque en esta ocasión los griegos fueron los otros, los que intentaban usurpar, y ni el técnico catalán ni sus hombres de negro fueron aniquilados. Porque Ponsarnau no tuvo reparos en pisar parqué para pedir al público, a las 10.000 almas que llenaron el pabellón, que animara. Que defendiera con su garganta el intento de invasión del PAOK Salónica, que se quedó en eso, en intento; a pesar de que el rival heleno consiguiera ponerse por delante antes del cuarto cuarto. Pero es que después de eso, los persas de Jerjes, de negro absoluto, se enfangaron en Miribilla. El PAOK pisó barro. Y el ambientazo que se vivió en el pabellón fue el culpable.
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Que las todas las entradas para la ida de la final se vendieran en tiempo récord hacía presagiar las ganas que tenía Bilbao de partido. Pero es que lo que ocurrió este miércoles en Miribilla fue imposible de augurar. Porque la atmósfera fue tan ensordecedora que el ruido se metía en el cuerpo. Retumbaban las entrañas y los latidos se acompasaron al ritmo de los aplausos, la mejor percusión. Los pitos en los tiros libres de Cedric Henderson tuvieron que advertirse desde Salónica y los silbidos en cada ataque heleno aún estarán retumbando en los oídos de medio Grecia. Por no hablar de los abucheos al cuerpo arbitral, que fueron una locura; pero es que su actuación fue regulera.
De hecho, la afición del Bilbao Basket lo dejó claro desde el principio: mi casa, mis reglas. Y por eso apretó cuando el encuentro más lo necesitó. Cuando el duelo moría igualado y los nervios atenazaban las piernas, los brazos y hasta la mirada. A Miribilla no le pesó la importancia de la contienda, ni la trascendencia del marcador. Porque este miércoles a Miribilla se fue con el pecho abierto y la garganta en guerra. A invocar la victoria y no a esperarla. A dejarse llevar por la coreografía caótica de unos hombres de negro que abrazaron el caos de la grada, en un último minuto de anarquía y descontrol. En un encuentro que ya está en la historia del club y en el recuerdo de toda la gente. En la memoria de Pantzar, de Frey, de De Ridder. De las 10.000 personas que llenaron el Bilbao Arena y de las otras tantas que tuvieron que quedarse fuera.
Mucho más que un partido
El de este miércoles no fue un partido más. Fue la segunda final europea de la historia del Bilbao Basket. Y eso se pudo notar en los prolegómenos. La afición vizcaina hizo un caluroso recibimiento a los jugadores de Ponsarnau, para después disfrutar en la fan zone que se dispuso en los aledaños de Miribilla. Palomitas gratis, una cancha de 3x3, DJ con música en directo y hasta un fotomatón hicieron las delicias de los que se acercaron. Y para los que tuvieron la suerte de entrar al pabellón, un regalo del club: una camiseta conmemorativa de la final y una petición, levantar la cartulina de su asiento para realizar un mosaico rojinegro con el que se dio la bienvenida a los jugadores antes del salto inicial.