Hasta el pasado sábado, la temporada del Surne Bilbao Basket había transcurrido por derroteros lógicos, dentro de los parámetros de lo que puede esperarse de un conjunto de su nivel. Partidos buenos, brillantes incluso, y otros más romos; finales ajustados saliendo cara (contra Granada y Obradoiro) y otros con la cruz como resolución (Tenerife); derrotas lógicas en visitas a trasatlánticos del nivel de Baskonia y Barça y palizas en Miribilla a los rivales más endebles de la FIBA Europe Cup (CSU Sibiu y Caledonia Gladiators). Incluso había tenido que soportar importantes baches que habían provocado serios problemas dentro de varios encuentros (arranque de 17-2 en la pista del Anwil Wloclawek y un 3-18 frente al UCAM Murcia), algo que, pese a no ser deseable, entra dentro de lo posible. Pero lo acontecido en el Pabellón Príncipe Felipe fue otra cosa, mucho más grave tanto por el fondo como por las formas, un desplome muy complicado de argumentar que provocó el primer borrón serio de los hombres de negro en el presente ejercicio.

Perder en la cancha del Casademont Zaragoza podía entrar dentro del terreno de lo factible, pero el guion sobre el que se confeccionó la derrota, con un tremendo desplome, provoca que su digestión sea complicada incluso con el paso de las horas. Recapitulando: el conjunto vizcaino había hecho muchísimo bueno para gozar de una renta de 17 puntos con menos de 24 minutos disputados. Los dos guarismos eran notables para sus intereses, tanto los escasos 31 puntos recibidos gracias a un notable trabajo defensivo como los 48 anotados con un juego multidisciplinar y eficaz.

En ese momento, a 6:22 de la conclusión del tercer cuarto, Porfi Fisac pidió tiempo muerto y los hombres de negro pasaron de su mejor momento de la tarde al más absoluto de los cortocircuitos en un abrir y cerrar de ojos. Con la pizarra del técnico local apostando por aislar a Adam Smith, el resumen de los siguientes ataques de los visitantes hasta finalizar ese tercer acto fue el siguiente: cinco balones perdidos, cuatro triples fallados, dos lanzamientos de dos puntos que no encontraron su destino y un tiro libre que se quedó por el camino, con una canasta de Sacha Killeya-Jones y dos tiros libres del pívot estadounidense y otro de Melwin Pantzar como únicas acciones positivas. Pese a todo lo malo, a ese parcial de 17-5 impulsado por once puntos casi seguidos de Santi Yusta, demasiado libre, con el que acabó el acto, los de Ponsarnau llegaban al mando de la situación a los diez últimos minutos.

Ese 48-53 ofrecía aún margen a la resistencia, a seguir trabajando, a remangarse para al menos tener la posibilidad de fabricar un final igualado, pero ni eso. Los hombres de negro arrancaron el acto final con otras dos pérdidas y dos lanzamientos fallados. El 56-58 a 6:48 de la última bocina tras canasta de Xavi Rabaseda y triple de Denzel Andersson fue el canto del cisne. A partir de ahí, otra calamitosa sucesión de dos nuevas pérdidas, tres canastas de dos erradas (entre ellas un mate), dos triples contra el aro y una técnica que aprovechó el Zaragoza para impulsarse hasta el 71-58 y poner candado a su éxito. Tanto los pírricos 15 puntos anotados en los 16 minutos finales (3 de 10 en tiros de dos, 2 de 12 en triples y la friolera de once balones perdidos) como los 46 encajados hablan de un naufragio general en ambos aros sobre el que hay que trabajar duro antes de dejarlo atrás.