Los Boston Celtics son, desde la madrugada del pasado martes, los únicos inquilinos del 18º cielo de la galaxia NBA, la planta más elevada con vida propia en un ecosistema interestelar que vuelve a brillar de verde. Se acabó el empate a 17 títulos que desde 2020 les obligaba a coexistir de forma incómoda en la cúspide con sus odiados Los Angeles Lakers. También su sequía de 16 años sin saborear la gloria, demasiado para una afición exigente hasta el límite porque se ha educado en la creencia de que cualquier cosa que no sea el anillo obliga a sentirse insatisfecho. En el populoso altar de las glorias célticas solo se acepta el ingreso si se toca la puerta luciendo anillo de campeón. Por eso Jaylen Brown, MVP de las finales, y Jayson Tatum, brillan ya con luz propia en la gran constelación de las estrellas célticas tras romper por fin el techo de cristal que hacía que se quedaran casi siempre a un paso de la gloria, con la derrota en el último escalón de la lucha por la gloria en 2022 contra los Golden State Warriors como herida más dolorosa. También los Jrue Holiday, Derrick White, Al Horford, Kristaps Porzingis y compañía. Todos ellos, a las órdenes de Joe Mazzulla, colocaron el definitivo 4-1 ante los Dallas Mavericks en un choque sin historia: 106-88. Al descanso, el 67-46 tras colosal triplazo desde el centro de la cancha de Payton Pritchard era ya una invitación para enfriar la cerveza.

El de los Boston Celtics ha sido el triunfo de un conjunto fabricado con escuadra, cartabón y bisturí para ser exitoso a estas elevadas y exigentes alturas competitivas, un grupo humano perfectamente construido por Brad Stevens en los despachos y gestionado con mucho acierto por Mazzulla desde el banquillo –a sus 35 años, técnico más joven en lograr el anillo desde 1969, cuando lo hizo ese mito de los mitos de los Celtics llamado Bill Russell–. Para rodear de manera apropiada a los Jays, en junio de 2021 llegó el veterano pero muy útil Al Horford; en febrero de 2022 se apostó por reclutar a White; en junio de 2023 se decidió echar el lazo a un jugador de las características diferenciales de Porzingis y en septiembre se consiguió el fichaje de la pieza que faltaba en el reluciente puzzle, un Holiday sacrificado por Milwaukee en su ansia por hacerse con Damian Lillard.

Entre todos, han confeccionado un equipo casi perfecto, dictatorial en la temporada regular, notablemente superior durante las eliminatorias por el título y mucho más hecho que los Mavericks en la pugna final por la gloria. Vías seguras de anotación en sus seis piezas principales, interiores que permiten quintetos enteros que jueguen de cara, una pareja exterior con excelentes cualidades secantes en retaguardia... Un equipo perfectamente armado para la gloria, a la que ha llegado sabiéndose sobreponer a importantes varapalos deportivos y extradeportivos durante los últimos ejercicios.

Tras cosechar en el cuarto partido, disputado en Dallas, la tercera derrota más contundente de la historia de las finales, Boston saltó en el quinto y último decidido a que la final no fuera más allá de esa noche en su TD Garden. Los Mavericks resistieron el empuje de los Celtics en primera instancia, pero los últimos 100 segundos del acto inaugural fueron calamitosos para sus intereses. Dos pérdidas de balón en dos ataques seguidos contribuyeron a un parcial de 9-0 en un abrir y cerrar de ojos y ese 28-18 ya no tuvo vuelta atrás. Luka Doncic, demasiado solo ante el peligro una vez más, intentó mantener a flote a los de Jason Kidd, pero resultó imposible. El 48-39 fue su canto del cisne. Los Celtics empezaron a enchufar triples a diestro y siniestro y el de Pritchard desde el centro del campo sobre la bocina del descanso esculpió en el luminoso un 67-46 sin remedio.

La segunda parte careció de historia incluso durante los minutos en los que Boston levantó el pie del acelerador. Los Mavericks no tuvieron ni fe, ni fuerzas ni mucho menos acierto. 86-67 a falta del último cuarto y muchísimo tiempo para que el TD Garden fuera homenajeando a los nuevos miembros de su particular Olimpo. Honores para un Kristaps Porzingis que se alistó para la causa pese a su extraña lesión en la pierna izquierda que le obligará a pasar por el quirófano, ovación para el veteranísimo Al Horford, que estaba a siete partidos de convertirse en el jugador con más partidos de play-off de la historia de la NBA sin ganar el título –186, por los 193 de Karl Malone–, agradecimiento y cariño eterno para los Jays, Tatum soberbio en la última cita y Brown contundente durante toda la serie, a los que el público ha visto crecer prácticamente desde la adolescencia hasta la gloria, y rendición a los pies de Jrue Holiday y Derrick White, los obreros tremendamente cualificados siempre imprescindibles en cualquier grupo humano.

Doncic, muy solo

Y por parte de los Mavericks no puede caber más que reconocimiento para un equipo que ha llegado más lejos de lo que la lógica podía hacer pensar. A lomos de un Luka Doncic excelente en ataque pero mermado físicamente y tremendamente criticado por su esfuerzo defensivo, Dallas ha cuajado una magnífica temporada aunque no ha sido rival para los Celtics durante las finales, con Kyrie Irving demasiado desdibujado y los secundarios muy poco efectivos salvo el voluntarioso novato Dereck Lively. Lo suyo podría ser el futuro, pero el presente pertenece a los Celtics.