HABÍA que subirse a este carro”. El 13 de julio de 2009, Álex Mumbrú aterrizó por primera vez en Bilbao convertido en hombre de negro de pleno derecho. Chanclas veraniegas en los pies, camiseta blanca Adidas, gorra y bandera de su nuevo equipo como atrezo para las fotos de rigor en el Aeropuerto de Loiu y un mensaje lleno de buenas intenciones de un tipo que a sus 30 años llegaba del Real Madrid con más de 350 encuentros en la Liga ACB a sus espaldas y un oro mundial y sendas platas continentales y olímpicas en su palmarés: “Me apetece formar parte de un equipo que crece cada día, todo el mundo me ha hablado muy bien de este proyecto”. Han pasado cinco años y medio y el alero catalán no solo se subió a aquel carro, sino que ha acabado tirando de él. En lo bueno y en lo malo; en la salud y en la enfermedad; en una relación jugador-club que ha trascendido de los límites de la cancha y que hoy, en la cancha del Baloncesto Sevilla, cumplirá su partido número 200.

Mumbrú, heredero del número 15 de Fred Weis, aterrizó en Bilbao con el objetivo de ser un jugador importante y ha acabado convirtiéndose en mucho más. Ha sido el gran capitán de una nave que con él a bordo ha vivido travesías extremas tanto en lo bueno como en lo malo y ha dignificado esa condición cuando sus galones eran más necesarios, cuando se estaba más cerca del naufragio que de ver un nuevo puerto. Las ha visto de todos los colores en la capital vizcaina. Desde aquel primer curso que nació con elevadas expectativas pero acabó costándole el puesto a Txus Vidorreta al coquetear con los puestos de descenso hasta el agónico último ejercicio y sus problemas económicos, convocatorias de huelga y cambios en la propiedad del club pasando por las tres mejores temporadas de la historia del Bilbao Basket: las de la final de la ACB, los cuartos de final de la Euroliga ante el CSKA y la gran final de Charleroi, el día que el baloncesto vizcaino estuvo más cerca que nunca del cielo. Y qué decir del último verano, ese en el que el conjunto vizcaino estuvo más cerca de recibir sepultura que de regresar a las canchas y en el que él, fuera de los focos, no dejó puerta sin tocar ni instancia a la que acudir para revertir la situación.

Probablemente, el haber vivido desde la primera línea de fuego la cercanía del fin ha hecho que este año se vea al alero catalán disfrutar y sonreír como nunca sobre una cancha de baloncesto. Eso y la excelente marcha del equipo. “Si algo he aprendido de todo esto es que hay que aprovechar el momento y disfrutar de cada partido”, ha dicho en más de una ocasión. Esta misma semana, no ocultaba que el hecho de alcanzar 200 encuentros como hombre de negro hace que se sienta “contento y orgulloso por se parte de la familia de Miribilla, de Bilbao y de Bizkaia. Llevo muchos años jugando a baloncesto y mucho tiempo aquí. Más que por la cifra de 200 partidos por lo que estoy muy satisfecho es por esta temporada, porque el equipo está compitiendo, porque Miribilla está lleno cada día, porque en su día viví el cambio de La Casilla al BEC y del BEC aquí, porque la gente nos sigue apoyando cada día...”. Formado en Badalona y pulido en Madrid, Mumbrú asegura que para él Bilbao es sinónimo de “segunda casa. Estoy encantado. Hay una gran comunión no solo conmigo, sino entre la afición con los jugadores y entre nosotros y la afición. Y no solo en la pista, sino también cuando caminamos por la calle como cualquier ciudadano de a pie. Todo el mundo nos trata de manera increíble, más incluso después de lo que pasó en verano. Siento que para mí estar aquí es estar en mi casa. Estoy muy a gusto, feliz y, además, ganando partidos. Vamos a aprovechar este domingo”.

Cerca de cumplir 36 años, no es ya que el rendimiento del capitán haya mermado, sino que se encuentra probablemente en el mejor momento de su carrera al menos en lo que a números se refiere después de haber encadenado por primera vez cinco partidos anotando 20 o más puntos. Él lo considera “circunstancial”, admite que “igual ahora estoy más acertado que otros” y sentencia que “no soy alguien que meta 20 puntos”. Curiosamente, hace cinco años y medio, en su presentación, dijo lo mismo: “Igual no soy jugador de 20 puntos por partido, pero puedo aguantar la presión y aportar muchas cosas”. Y tanto que ha aportado, tanto dentro como fuera de las canchas. Y es que vino para subirse al carro y, 199 partidos después, lleva tiempo tirando de él.