No era un partido cualquiera. Y por eso tampoco fue un ambiente cualquiera. Se notó en esas ganas de ponerse la camiseta del Athletic al despertar, aunque quedaran aún 12 horas para el pitido inicial. Solo para tener el escudo sobre el pecho. Se notó en las banderas de los balcones, que aprovecharon el viento que se levantó a mediodía para bailar en cada soplido. A ritmo del himno. Pero sobre todo se notó en las miles de personas que hicieron que no se viera el suelo de la plaza Moyua, el campo base de los de Ernesto Valverde en Europa. En aquellas que comenzaron la previa antes de lo políticamente correcto -incluso para ser jornada festiva- y que después se unieron a la multitudinaria kalejira que impregnó de rojiblanco cada baldosa de Bilbao. Se notó en las ganas de que las horas avanzaran, en la ilusión de paladear cada segundo de un momento que ya quedará para la historia. Lo que se vivió en Bilbao antes que comenzara la ida de las semifinales de la Europa League fue tan indeleble en la piel como indescriptible con palabras, incluso para alguien cuya profesión es juntarlas. Fue, simple y llanamente, imposible de contar. E increíble de vivir. A pesar del resultado.
Bilbao vivió el fiestón de la década antes de que Bruno Fernandes despertara del sueño a toda la afición. No cupo ni una persona más en Pozas. Nunca se vio tanta gente en la calle predilecta de la afición rojiblanca. Y por eso el bofetón del Manchester United, a mano abierta, dolió mucho más. Tanto que no salieron ni las lágrimas. Los tres goles en apenas 15 minutos fueron muy complicados de digerir para una afición que se había acostumbrado al caviar del bueno. Que se veía ya en la final del 21 de mayo. En su final de San Mamés. Pero es que comerse un 0-3 en tu propia casa es algo que simplemente se quiere olvidar.
Protocolo de seguridad
Quienes sí se lo pasaron en grande antes, durante y después fueron los seguidores del Manchester United. Los casi 3.000 ingleses que se desplazaron a la capital vizcaina abarrotaron las terrazas de medio Bilbao y pasaron por alto la recomendación de congregarse en los alrededores del Guggenheim. Fueron por libre y la gente del botxo lo agradeció y lo celebró. De hecho, la convivencia fue tan modélica que no fue necesario que los aficionados de los red devils fueran escoltados hasta San Mamés. De hecho, fue la misma hinchada inglesa quien dio plantón a la Ertzaintza, que les había citado en los aledaños del Guggenheim tres horas antes del inicio del partido; y decidió diseminarse por Bilbao en busca de sol, cerveza y risas. Se mimetizó tanto con el entorno que no dudó en compartir espacio, mesa y anécdotas con los locales e incluso apuró hasta el mismo inicio del encuentro para entrar en San Mamés.
Así, el ensayo general del dispositivo de seguridad para la final de San Mamés fue una prueba sencilla gracias a la tolerancia y la coexistencia de las dos aficiones. Cabe destacar que el protocolo seguido, y que parece que se mantendrá para el duelo definitivo del 21 de mayo, fue el mismo que el del Rangers: con una valla metálica que envolvía la explanada entera y la entrada de ambas hinchadas separada por dos pasillos anchos. Por otro lado, la nota negativa de tanta seguridad, los embudos que se formaron en las calles aledañas a San Mamés y las interminables colas para acceder por las puertas del estadio.