El Athletic avanza en la Europa League. Se aseguró su presencia en los cuartos de final entre las cuatro paredes de un San Mamés exultante en un partido que, sobre el papel, constituía un reto y en realidad se convirtió en una obligación. La temprana expulsión de un hombre de la Roma condicionó totalmente el juego, despejó el camino al conjunto de Ernesto Valverde que, a falta de inspiración, recurrió a la constancia para voltear el marcador registrado en el Olímpico. Tardó más de una hora en lograr el objetivo autoimpuesto de agujerear en dos oportunidades la portería italiana. Y la primera llegó a punto de alcanzar el descanso. Equilibrar el resultado no alteró en exceso la dinámica en la reanudación, la Roma se resignó a contener y por pura inercia acabó recibiendo dos goles más, una renta que garantizaba la consecución del objetivo.

De entrada, a los rojiblancos le costó asimilar la responsabilidad y dio la impresión de que la crucial circunstancia que dejó al rival en inferioridad tuvo un efecto contraproducente. Se diría que generó cierto agarrotamiento en las piernas y en la mente. Se asistió a una larga fase en que, aunque se intercalaron algunas acciones propicias para culminar, el Athletic se mostró espeso, demasiado tenso. Incapaz de rentabilizar la elevada posesión de que dispuso. A su puesta en escena le faltó velocidad, algo que se explica asimismo por el cerrojazo de la Roma. Los futbolistas de Claudio Rainieri se acularon en torno a su portero, en la esperanza de frenar al anfitrión local y durante un buen rato se salieron con la suya.

Pero no es fácil resistir ochenta minutos con diez, menos todavía si enfrente hay un grupo que se distingue por su inconformismo. En definitiva, invertir el signo de la ronda acabó revelándose una cuestión de paciencia. Nico Williams, autor de dos goles, acabó por erigirse en el estilete que compensó la poca soltura exhibida por el Athletic para romper una defensa experta y expeditiva. Yuri firmó el segundo de la tarde en un lance a balón parado, ese recurso imprescindible en choques de esta clase. Para que no faltase de nada, el árbitro puso de su lado para procurar un final menos plácido: se le ocurrió castigar con penalti un forcejeo de Gorosabel y El Shaarawy, que aprovechó Leandro Paredes para recortar distancias, pero ya no hubo tiempo para que la Roma pusiera en peligro el premio y la celebración de unas gradas que no cesaron de alentar a lo largo de todo el encuentro.

De antemano, la exigencia de la cita se daba por supuesta. A este respecto, la pizarra de Rainieri no pudo ser más elocuente. Una declaración de principios sobre cuáles eran sus prioridades, con tres centrales específicos, los dos de la ida reforzados por la inteligencia táctica de Hummels, y, por si acaso, Paredes y Cristante, dos perros de presa, en la zona ancha. El plan sufrió un duro revés en el mismo arranque. Siendo el último hombre, Hummels quiso enmendar un error propio y derribó a Maroan, que iniciaba la cabalgada hacia portería. El árbitro no dudó: roja para el alemán.

El súbito golpe de guion otorgaba al Athletic una tranquilidad con la que no contaba: las opciones ofensivas de la Roma quedaban seriamente limitadas. Lógicamente, el bloque dio varios pasos atrás con la evidente intención de aguantar el asedio local. La imprudencia de Hummels le abocaba a concentrarse, ahora sí que sí, en preservar la ventaja adquirida en su estadio. El Athletic se puso manos a la obra, tenía que percutir contra la muralla levantada en los dominios de Svilar; hallar rendijas, filtrar pases interiores y, sobre todo, exprimir las bandas, desde donde colgar centros. Esto último fue el principal argumento de los rojiblancos, que no cesaron de buscar a los Williams.

El problema estribó en que la inmensa mayoría de los envíos a zona de remate fueron defectuosos, lo cual facilitó la tarea de los italianos, por otra parte, especialistas en gestionar situaciones de esta índole acumulando personal y ofreciendo un recital de buena colocación y despejes. La primera gran ocasión estuvo en los pies de Maroan, que se benefició de uno de los escasos errores visitantes, en concreto de Angeliño. El ariete recibió desmarcado, trató de picar sobre la salida del portero, pero dirigió la pelota muy lejos del marco.

Solo dos minutos después, Nico Williams burló a Rensch y Cristante para  trazar una rosca que estrelló en el palo opuesto. Dos llegadas profundas que parecían augurar un auténtico calvario para la Roma. No hubo tal. Sendos disparos lejanos de Maroan, Yuri y Paredes, relativamente sencillos para Svilar, en medio de un sinfín de pases y más pases para no llegar a ninguna parte. Hasta que cambiados de ala, los Williams lograron romper la sólida estructura italiana: centró el mayor, rozó Maroan y la cayó al pequeño, cuyo remate desvió Angeliño lejos de Svilar.

Los jugadores del Athletic celebran con la afición el pase a cuartos

Los jugadores del Athletic celebran con la afición el pase a cuartos Jon Larrauri

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Hecho lo más complicado, a la vuelta del descanso el Athletic aceleró sus evoluciones, pero Rainieri refrescó a sus piezas de ataque para buscar la contra y Shomurodov cerca estuvo de dar la razón a su técnico. En la siguiente jugada, Berenguer apuró un avance y Svilar realizó un paradón. Ese instante disparó la energía del Athletic, que no tardó en subir el segundo gol. Yuri cruzó al palo opuesto un córner que Berenguer puso de maravilla. Con el jugoso 2-0 en el bolsillo, adoptó el Athletic un perfil comprensible: se centró en enfriar el partido a través de la posesión.

Carecía de sentido prolongar la ofensiva, de modo que se puso a tocar y tocar, una colección de pases de seguridad, mientras la Roma no se atrevía a adelantar líneas para presionar y robar. Esa tónica duró casi un cuarto de hora, hasta que Nico Williams brindó una acción individual de lujo, driblando a los dos centrales y superando la salida de Svilar en el área chica. Fue la guinda a una combinación que implicó a Jauregizar y un Yuri encendido. Luego, con San Mamés botando de alegría, vino el penaltito, una anécdota inocua en un partido que no fue ningún paseo, pero que pasa directamente a engrosar el álbum de éxitos del club.