Lezama, Laudio, Bilbao, Turín y Le Havre son pueblos y ciudades que están marcados a fuego en la cabeza de Iñaki Williams. También, cómo no, Iruñea, donde creció y comenzó a relacionarse con el fútbol. Una vida dando patadas al balón, corriendo tras él, casi siempre por delante de sus rivales gracias a su velocidad. Cuando se cumplen diez años de su debut con el Athletic, en un encuentro frente al Córdoba, el mayor de los Williams hace un repaso en DEIA de su trayectoria deportiva.
¿Qué recuerdos tiene de sus inicios en el fútbol?
Bua, lo mucho que me gustaba jugar al balón. Era increíble. Pasaba todo el tiempo con la pelota. Mi primer equipo fue el Club Natación, jugaba con chicos de mi barrio. La verdad es que tengo mucha añoranza de esa época, fue muy bonito. Jugaba para pasármelo bien y nunca pensando en que podría llegar a ser futbolista. Siempre era un sueño, pero estaba muy lejos todavía eso.
¿Qué piensa cuando ve uno de esos carteles que dice prohibido jugar al balón en alguna plaza?
Para mí eso es un delito, tendría que estar penado con cárcel no dejar a los chavales jugar donde quieran. Yo recuerdo que en mi época, siendo un chaval, estábamos todo el rato jugando en la calle. Y sí, muchas veces le dabas algún que otro balonazo a algún cristal...
¿Rompió alguno?
No (se ríe). No llegué a romper nada, aunque sí me tocó correr con alguna vecina enfadada detrás porque no le dejábamos dormir la siesta. Pero sí que es cierto que se ven a pocos niños jugando en las calles. Y la verdad es que da pena. Muchas veces ves que están en un banco sentados con el móvil y es algo triste de ver, con la infancia que hemos pasado nosotros... Me da mucha tristeza.
¿Ha jugado siempre de delantero?
Sí, siempre, o de delantero o de extremo.
En ataque, arriba, vamos.
Siempre he jugado ahí, sí. Es cierto que con la velocidad que tengo me iba muy fácil en categorías inferiores y que he aprovechado mucho mis virtudes. Es algo que me caracteriza, que lo aproveché siendo un niño y lo intento aprovechar también en Primera División. Es algo que es muy característico de Iñaki Williams.
La de gente que ha corrido detrás de usted…
Sí, sí... He intentado aprovechar mis virtudes siempre y al mismo tiempo que mis defectos se escondiesen lo máximo posible. Soy un bendecido de Dios por tener esta velocidad y he intentado exprimirla al máximo.
¿Cuáles eran esos defectos a los que se refiere?
“Me cambió la vida un partido con la selección de Navarra sub’18. Ahí el Athletic dio el paso para ficharme”
Muchas veces, los controles. Es algo que con la edad intentas mejorar, pero a veces, por mi velocidad, un mal control era bueno para mí, porque se iba el balón largo pero yo llegaba. Pero claro, en Primera División no te vale solo con ser rápido y tienes que pulir esos defectos que tienes. Con mi velocidad y haciendo buenos controles es como sacas ventaja y eso es algo que intento aprovechar.
¿De pequeño usted era al que elegían en primer lugar o directamente el que elegía los equipos?
Siempre jugábamos los de A contra los de B y por lo general nos tocaba hacer los equipos a uno de mi cuadrilla, que era muy bueno, y a mí. Yo destacaba por la velocidad, pero nunca técnicamente. Tampoco había entrenado nunca en una academia de fútbol de alto nivel, que eso seguro que me habría venido bien, pero bueno… yo intentaba hacerlo lo mejor posible. Y otra cosa no, pero correr, eso lo he llevado innato.
Jugando en el Pamplona se cruzó en su vida el Athletic. ¿Cómo fue?
Jugamos un campeonato con la selección de Navarra sub’18, yo jugaba con los de un año más. Creo que eran cuartos de final, jugábamos contra Andalucía, y aquel partido creo que es el que me cambió la vida. Esos partidos tienen esa repercusión, porque también hay muchos representantes, ojeadores de distintos equipos… Ganamos 1-0. Yo estaba con una generación muy buena, había jugadores de Osasuna que eran muy buenos. Llegamos a la fase final y jugamos contra Euskadi, en la que estaban Iñigo Ruiz de Galarreta, Ager Aketxe… Nos pintaron la cara: 4-0. Pero sí recuerdo que ese partido contra Andalucía fue el que lo cambió todo. Metí el único gol del partido, que fue además un buen gol, y a partir de ahí ya empezaron a sonar los rumores de que había equipos a los que les había gustado. Osasuna, Real Sociedad, Athletic… Yo jugaba en el Pamplona y había estado entrenando desde cadetes con el Athletic, que nunca había dado el paso para ficharme, pero yo creo que al final ese interés de otros equipos hizo que el Athletic moviese ficha y me fichó.
Pero su llegada a Lezama se pospuso un año más, pues se quedó jugando una temporada en el Pamplona.
Sí, me dejaron cedido en el Pamplona, con el que habíamos subido a División de Honor. Al año siguiente, en 2012, ya vine aquí. Me dieron la oportunidad que deseaba y, la verdad, sabía que si podía tener esa oportunidad no la iba a desaprovechar. A base de esfuerzo sabía que iba a poder vivir del fútbol, no necesariamente en el primer equipo del Athletic. Yo iba enfocado ya a ser jugador profesional, me daba igual dónde, aunque evidentemente quería que mi club fuese el Athletic. Pero si no, no iba a pasar nada. Y mira, he tenido la suerte de vivir del fútbol y aquí sigo diez años después.
¿Qué recuerda de aquellos primeros entrenamientos en Lezama?
“Yo venía del Pamplona, un club humilde, con gente de barrio; venir a Lezama era como ir a la NASA”
Era otro mundo para mí. Cómo explicaban los entrenamientos, cómo estaban preparados. Ya solo escuchar a los compañeros hablar... Estaban Yeray o Unai López. Ellos hablaban del entrenamiento como si fueran entrenadores. A mí todo eso me sonaba a chino (se ríe). Yo venía del Pamplona, un club humilde, con gente de barrio, gente trabajadora. Eran entrenadores buenos, pero no tan preparados como en Lezama. Venir aquí era como ir a la NASA, con estas pedazo de instalaciones, cada uno con su peto, sus botas de última generación, balones perfectos… Era increíble, era otro mundo para mí. Venir aquí e intentar formarte y crecer como jugador fue algo increíble para mí. En el Pamplona no teníamos tantos medios, venía un fisio una vez al mes con mucha suerte y aquí tenías una sala de fisios con máquinas de última generación. Los balones los teníamos reventados. Me acuerdo que había encargados de material y siempre les tocaba a los jóvenes. Yo jugaba con los de un año más, así que imagínate, siempre tenía que llevar yo los balones, aquellos petos que olían a muerto… Otro fútbol. Pero se agradece. Y es lo que pasa en la gran mayoría de clubes. Un equipo humilde que intenta sacarse las castañas del fuego. De hecho, en navidades vendíamos boletos de Navidad para pagar la ficha. Luego vienes aquí y lo agradeces porque te hace tener humildad, saber dónde estás.
Ha citado a futbolistas como Yeray Álvarez o Unai López, con quienes compartió vestuario en el Juvenil A a su llegada. ¿Cómo se ubicaba usted en aquel equipo, cuál era su nivel en comparación a ellos?
Técnicamente yo era un desastre, pero físicamente era un desarrollado. Era muy rápido, no tan fuerte como ahora, pero sí que iba muy bien al espacio, con mucha agresividad. Ellos veían de mí que cada entrenamiento que iba pasando mejoraba un poquito; y con los entrenadores siempre estaba como una esponja, con los ojos bien abiertos e intentando aprender al máximo. Es verdad que yo flipaba con Unai López en juveniles, con Yeray, con Remiro, con Gorka Santamaría, con Yanis (Rahmani), Jurgi Oteo… Unos han llegado muy alto y otros se han quedado por el camino, pero en esa época era una maravilla verles entrenar. Yo siempre he sido un chaval muy majete, he intentado caer bien a todo el mundo, llevarme muy bien con todo el mundo y la verdad que me ayudaron muchísimo y la adaptación fue muy fácil.
Habla del gran nivel de sus compañeros de entonces. ¿Llegó a pensar que usted no tenía ese nivel?
No era tanto que pudiera pensar que no me daba el nivel, pero sí decía, hostia, estos son mucho mejores que yo. Yo sabía que venía a un equipo y que iba a ser el peor del equipo, pero cuando acabase el año tenía que intentar estar entre, no el mejor, pero sí entre los siete mejores del equipo e intentar a base de esfuerzo explotar mis virtudes e intentar tapar mis defectos. Es verdad que con el equipazo que teníamos éramos muy superiores y me acuerdo de tener en casi todos los partidos cuatro o cinco ocasiones claras para meter gol. La verdad que ese año de juveniles lo recuerdo muy bonito. Ganamos la liga con mucha superioridad y llegamos a la final de la Copa. Guardo muy buen recuerdo. Yo venía del Pamplona, donde ganar era muy difícil, y aquí ganabas casi todos los partidos y metí gol en prácticamente todos. Estuvo muy guay. Supuso también salir de casa, de Pamplona, venir a Bilbao, a otra ciudad, conocer compañeros, hacer amigos... estuvo muy bien. Fue como un Erasmus.
En su primera temporada vivió en la residencia de Derio. ¿Cómo recuerda aquello?
No fue fácil. Yo nunca había salido de casa y nosotros pasábamos una situación familiar un poquito diferente a la de mis compañeros. Mi aita estaba en Londres, mi madre tenía dos o tres trabajos y mi hermano era muy pequeño, tenía 10 años cuando yo vine aquí. Separarte de tu familia, con mi padre en Londres, yo en Bilbao, mi hermano y mi madre en Pamplona... no fue fácil, pero fue positivo.
¿Percibía algún dinero del Athletic?
El Athletic me hizo un contrato y apenas cobraba 400 euros, pero prácticamente todo lo que cobraba lo mandaba para casa. Lo único que me guardaba para mí era para cargar la Barik, tener algo de saldo en el móvil y unos 40-50 euros para poder salir. Con 18 años ya hacías con 50 euros para salir. Iban 12 euros cada semana para pagarte la entrada y la consumición. Eran momentos que sí, eran duros familiarmente, pero bueno, yo estaba viviendo un sueño. Quería ser jugador de fútbol profesional y todo lo que íbamos pasando a nivel familiar pues se solventaba con que yo estaba siendo feliz, mi hermano estaba jugando en Osasuna... Mi madre veía que estaba luchando por un sueño y que si las cosas se daban bien podíamos sacar a la familia adelante.
Un año después, en el verano de 2013, su hermano fichó por el Athletic siendo alevín y se volvieron a juntar en Bilbao. No todos, pues su padre siguió viviendo en Londres, pero recuperaron cierta normalidad al menos.
“En juveniles apenas cobraba 400 euros y prácticamente todo lo mandaba para casa”
Sí… Venía de hacer muchos goles –marcó 34 en 38 partidos–, el Athletic vio que era una apuesta del club, querían que estuviera con ellos. Mi hermano estaba destacando en Osasuna y una de las condiciones para que él viniese era que estuviésemos toda la familia unida, no yo en la residencia, mi hermano con una familia por ser tan pequeño, mi madre sola en Pamplona y mi padre en Londres. No era muy lógico que todos estuviésemos así. Le estamos todos muy agradecidos al club, que nos puso un piso y pudimos juntarnos los tres. Aunque mi aita estuviese en Londres, ya teníamos una base familiar muy buena. Las condiciones también eran mejores. Yo empezaba a ganar algo de dinero, mi madre encontró trabajo en la limpieza gracias al Athletic. Y en ese época yo ya pensaba que podía llegar a ser futbolista. Estaba en Tercera División con el Basconia, entre medias para llegar al primer equipo solo estaba el Bilbao Athletic y lo empiezas a palpar con la yema de los dedos. Encima a Bielsa le gustaba subir a muchos juveniles a entrenar y muchas veces nos tocaba subir a hacer de sparring. Ahí veías la puerta un poco abierta y empezabas a hacerte fantasías.
Jugó medio año en el Basconia y dos medias temporadas en el Bilbao Athletic para debutar con el primer equipo el 6 de diciembre de 2014. ¿Fue todo muy rápido?
Sí. Llegué al Athletic en 2012 y en 2014 estaba debutando en San Mamés. Me fue la vida muy rápida. No esperaba que fuese a ir tan rápido todo. Yo vine de un club muy humilde a una cantera como la del Athletic, que para mí era un sueño estar aquí. Y dos años después de mi llegada estaba debutando. Entre medias tuve a Kuko Ziganda, que por así decirlo, junto con Ernesto (Valverde), ha sido mi padre deportivo. Él fue delantero, tenía mucha fe en mí, y me subió al Bilbao Athletic a pesar de que había delanteros de mucha más edad que yo, con mayor trayectoria en el filial. Me subió y apostó por mí. Es el primero que empezó a ponerme de extremo, ya que estaban Guillermo, Mario Barco, Sabin Merino, jugadores mayores que yo. Kuko es uno de los entrenadores que más me ha marcado. Me hacía mucho hincapié en que picara a los espacios. ¡Hasta me dejaba tirar los penaltis! Le estoy muy agradecido. Luego… Ernesto es quien me dio la oportunidad de debutar en el primer equipo. Y ahora parece mentira que hayan pasado diez años.
Años después de su debut, en enero de 2018, soltó aquella frase de “pedazo de contrato” para referirse al que acababa de firmar con el Athletic comprometiéndose hasta 2025. Siempre se pide a los futbolistas naturalidad, pero... ¿se arrepiente de haber dicho aquello?
Yo lo dije con la mayor naturalidad posible. Y el que me conoce sabe mi forma de hablar. No estoy engañando a nadie. Tenemos una vida privilegiada, cobramos un dinero que muy pocas personas cobran, nunca lo he escondido. Es un dinero que a mí me ayuda de por vida. Tanto a mí, a mis padres, a mis abuelos, a mis primos y a mis tíos; como a mis hijos el día de mañana. Yo soy consciente de que soy un privilegiado. No quería alardear de nada. Pero parece que por cobrar mucho no pueda fallar un gol. Esto es un negocio, los futbolistas vivimos de jugar a fútbol y que se nos pague mucho o poco… es lo que se genera. La gente puede pensar lo que quiera. Evidentemente, yo lo dije de buena fe, porque es algo que me lo he ganado. Es lo que piden de los futbolistas, que seamos naturales. Es como el otro día con lo de la Real, cuando dije a ver si les vacunábamos. Podía haber dicho algo así como a ver si conseguimos los tres puntos, siendo totalmente correcto, pero intento ser lo más natural posible y creo que por eso la gente empatiza conmigo, caigo bien. O eso creo.